Siempre con la muerte por testigo, la verdad existe en los toros. Es la que practica Morante, un torero de época, de amor propio y de impulsos que busca la perfección en cada muletazo, desplegando su conocido toreo de arte, lento y profundo. Bueno, pues a veces esa verdad tiene un alto precio y se paga cara, como ha recordado Zabala de la Serna a propósito de la inoportuna cogida de Pontevedra, que no solo fue un accidente, sino la consecuencia del delicado equilibrio entre el control absoluto de la lidia y la naturaleza salvaje del toro. O entre la fragilidad y el coraje. La cogida es un instante donde la muerte y la vida se rozan; en el que el miedo se enfrenta a la dignidad. En ese momento el público que aprecia la tauromaquia no solo ve al artista, sino al hombre que arriesga su cuerpo para transformar ese miedo en belleza.
La cornada del toro de Garcigrande en Pontevedra viene a truncar, en este caso, la gran temporada del genio sevillano, a la que se había sumado, además, la rivalidad con Roca Rey, esa clase de competencia que ha añadido picante durante años a los mejores momentos de la fiesta. Lástima, porque El Bibio aguardaba anhelante este sábado la posibilidad de asistir a uno de esos duelos históricos y seguramente ya no podrá ser. La buena noticia es que el maestro de la Puebla del Río, insustituible en la actualidad, se halla mejor y ha sido dado de alta. Morante, figura emblemática del toreo clásico, encarna esa mezcla única de sensibilidad y temple capaz de transformar cada pase en poesía visual, aunque el toro no siempre entienda de lirismos ni pausas. La cogida, esta vez, se ha dejado notar en el pulso mismo de la fiesta. n
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