En el centro de Telde, una estructura de piedra se alza como un puente entre dos realidades: la de San Juan, con sus casonas burguesas y terratenientes, y la de San Francisco, barrio de artesanos y trabajadores. No es una calle, ni un arco monumental, sino un acueducto que desde finales del siglo XIX llevó agua, vida y prosperidad a las tierras más fértiles de la comarca.
El profesor y divulgador de historia Luis Cabrera, conocido en redes como @historiaparagandules, lo confiesa sin reservas: “Volví a Telde para hablarles de una de mis construcciones favoritas, el acueducto de San Francisco”. Y no es para menos, porque en sus diez arcos se resume un capítulo clave de la historia económica y social de Gran Canaria.
Agua para una tierra de promesas
Diseñado para transportar el agua de riego hasta la Vega de Telde, el acueducto fue la respuesta a un reto tan físico como simbólico: salvar el desnivel entre los barrios de San Juan y San Francisco. “Lo que más me apasiona del acueducto es que representa aquella época de prosperidad que vivió Telde gracias a la hegemonía de la agricultura y a la entrada en vigor de la Ley de Puerto Franco de 1852”, explica Cabrera.
Obra del ingeniero Juan León y Castillo, la estructura está formada por diez arcos de medio punto sustentados en sólidas columnas de toba volcánica, extraída de la misma tierra que ayudó a cultivar. Más que un elemento hidráulico, es un testigo silencioso de la bonanza agrícola que marcó a la isla a finales del siglo XIX y principios del XX.
Acueducto de San Francisco / Atlas Rural de Gran Canaria
Entre dos barrios y dos realidades
El acueducto no solo unía puntos geográficos; también conectaba dos mundos. San Francisco, barrio de calles irregulares, arquitectura popular y antiguos artesanos muchos descendientes de la judería, contrastaba con San Juan, epicentro de la burguesía local. “Era muy notoria la diferencia socioeconómica y funcional entre ambos barrios”, recuerda el historiador.
Hoy, un paseo por San Francisco es un viaje al pasado. Desde su antigua entrada en la calle Carlos E. Navarro, el visitante recorre callejones bautizados por el poeta Julián Torón, plazas tranquilas y pequeñas joyas patrimoniales como el Calvarito o la iglesia conventual barroca, que guarda un Cristo de la Agonía traído desde Sevilla en el siglo XVII.
El pulso de la historia
El acueducto formó parte de un conjunto de infraestructuras que consolidaron el papel de Telde como motor agrícola del este de Gran Canaria. Por sus arcos pasaba el agua que alimentaba cultivos y aseguraba cosechas, en una época en la que la riqueza de una comunidad se medía por la capacidad de su tierra para producir.
Pero el paisaje de San Francisco también guarda huellas mucho más antiguas. A escasos pasos del acueducto se encuentra el yacimiento del Bailadero, un antiguo almogarén indígena con cuevas y cazoletas donde se rendía culto a la fertilidad. Un recordatorio de que la historia de Telde se hunde en capas de siglos y culturas.
Patrimonio que sigue en pie
Hoy, el Acueducto de San Francisco forma parte del conjunto histórico-artístico del barrio. Aunque ya no cumple su función original, sigue siendo un hito visual y un símbolo de la identidad local. Sus arcos, desgastados por el tiempo pero firmes, continúan atrayendo a curiosos, fotógrafos y amantes de la historia.
“Podemos apreciar la toba volcánica que se empleó en su construcción y entender que no es solo una obra de ingeniería, sino una cápsula del tiempo”, resume Cabrera.
Visitar el acueducto es descubrir mucho más que una estructura hidráulica, es asomarse a la vida de quienes, con ingenio y esfuerzo, transformaron un desnivel en un cauce de prosperidad. Es, también, la oportunidad de perderse por San Francisco y dejar que sus calles, plazas y leyendas completan el relato. Porque hay construcciones que solo sirven para comunicar y otras, como este acueducto, que logran unir épocas, personas y sueños.