Que el acceso temprano a un smartphone contribuye al desarrollo de patrones de comportamiento de riesgo no es ningún secreto, y aún así, cada vez los niños tienen su primer teléfono inteligente más pronto. Es por esto que estudios como el publicado recientemente en la revista española Anales de Pediatría, ‘Implicaciones del uso problemático de internet y conductas de riesgo online’, son de vital importancia, arrojando datos sobre el impacto de estos dispositivos en la juventud. La conclusión no es sorprendente: retrasar un par de años, de los 11 a los 13, el acceso a los móviles reduce considerablemente el riesgo de caer en prácticas como la ‘sextorsión’, el ‘sexting’ o quedar en persona con desconocidos.
El estudio, en el que participaron investigadores de la Universidade de Santiago de Compostela, contó con 3.351 adolescentes con una edad media de 15 años, de 31 centros educativos gallegos. En función de la edad a la que accedieron a su primer smartphone, analiza la prevalencia de diferentes conductas de riesgo y hábitos de uso en la actualidad.
Los datos son, cuanto menos, reveladores. Entre los menores que tuvieron su primer smartphone a los 11 años o antes, no solo se constató que presentan peores hábitos de uso, sino que también participan en mayor medida en prácticas de riesgo online. De hecho, la prevalencia del uso problemático de internet casi se duplica en este grupo en comparación con el de los niños que accedieron al móvil al menos dos años más tarde, de los 13 años en adelante .
Destacan, por ejemplo, los datos referidos a la extorsión sexual o ‘sextorsión’, una práctica por la que se chantajea a la víctima con vídeos o imágenes íntimas, y en la que cada vez es más frecuente el uso de Inteligencia Artificial. En el año previo a la realización del estudio, un 1,4% de los niños que tuvieron su primer smartphone a los 11 años o antes sufrieron ‘sextorsión’, una cifra que se reduce a la mitad —hasta el 0,7%— en el caso de los que lo tuvieron a partir de los 13. Esto es, retrasando el primer smartphone un par de años, los casos de menores que son sexualmente extorsionados por internet se reducen en un 50%.
Este patrón se repite en la mayoría de variables. Por ejemplo, aunque el riesgo de participar activamente en sexting —enviar contenido de índole sexual o explícita— es similar entre ambos grupos, la probabilidad de participar de forma pasiva en esta práctica —recibir el contenido— aumenta: en el último año, le ha ocurrido al 21% de los menores que accedieron antes de los 11 años al teléfono, frente al 15,9% de los que lo hicieron después de los 13. El número de casos en los que los menores han aceptado a desconocidos en sus redes, han contactado con ellos o incluso han quedado para verse en persona, también es mayor.
Víctima y victimario
Asimismo, los resultados del estudio revelan que no solo aumentan los casos en los que los menores se sintieron amenazados, acosados o denigrados en internet, sino que también infligieron el mismo daño sobre otros en mayor medida. En este caso, uno de los autores, Antonio Rial Boubeta, compara el teléfono con un arma: «A un niño que no tiene la madurez suficiente, si no le das las instrucciones y la educación oportuna desde el punto de vista moral y emocional, al final las redes se lo devoran». «Lo que no se puede hacer», insiste, es pretender que un niño de 11 años «tenga pensamiento crítico y un desarrollo moral formado», aseverando que en esto la sociedad se juega «el desarrollo como personas de las nuevas generaciones».
Además, los menores que accedieron antes al smartphone también tienen peor higiene digital, arrojando resultados superiores en todas las variables analizadas. Esto es, los niños que tienen teléfono desde los 11 años o antes, lo usan más horas cada día, lo tienen más en su habitación por la noche, se conectan más a partir de medianoche, y lo usan más en clase.
Los motivos, para Rial Boubeta son evidentes. «No le podemos pedir a un niño que aprenda a autogestionarse», señala, advirtiendo que esto va mucho más allá del riesgo: «Me preocupa que la bioquímica de su cerebro esté distorsionada. Estamos jorobando una máquina llamada organismo desde edades muy tempranas».
Antonio Rial Boubeta. / Antonio Hernández Ríos
Antonio Rial Boubeta, profesor e investigador de la USC en el área de Ciencias del Comportamiento y parte del alto comisionado de la Unesco para la lucha contra el bullying y el ciberbullying, pone de relieve la importancia de atajar el acceso temprano a los smartphones por su impacto en las nuevas generaciones. Una cuestión en la que es imprescindible la participación de los padres, pero también de las administraciones y, especialmente, de la industria.
—¿Por dónde debe pasar la solución a este problema?
Primero, los desarrolladores deben tener en cuenta que una parte de la población son niños, que son usuarios potenciales. Son perfectamente conocedores de ello, porque un volumen de sus clientes son menores de edad, y tienen la obligación de protegerlos. Cuando diseñan las aplicaciones, tienen que tener en cuenta al usuario final, tener cortafuegos para determinados usos. La industria no puede estar haciendo negocio con niños de 9, 10, 11 o 12 años, en una situación de vulnerabilidad y desprotección.
—¿Recomienda el uso de opciones como el control parental?
Como padre, puedo tener sentido común y esperar a que mi hijo sea un poco más maduro para hacer uso de determinadas aplicaciones, y hacerlo de forma gradual. Además, en determinadas edades se puede complementar de manera muy inteligente con un software sencillo de control parental. Con esto se puede hacer un mix bastante razonable.
—Y a nivel administrativo, ¿cómo valora la ley gallega de protección de la salud de los menores, que también aborda las adicciones a teléfonos y juegos?
La nueva ley va en línea con lo que se le exige a una administración pública. Ahora solo falta que se haga una buena monitorización para ver si se cumple. La ley está muy bien, pero llega tarde. Las instituciones deben velar por la protección de los menores en el sector digital, y esto afecta también al desarrollo de aplicaciones y de contenido.
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