Antonio Campillo Ruiz es un hombre de imagen. Su trabajo ha estado consagrado al celuloide primero y, más tarde, al cine en formato digital. Él asegura que ha vivido todas las transformaciones en las que se ha visto envuelto el mundo de la imagen, que han sido muchas y han llegado de forma acelerada, algo que, lejos de haberle resultado engorroso, le ha parecido apasionante, porque le ha obligado a estar al día si quería que los productos que salían de su mano tuvieran calidad e interés. Si echa la vista atrás, todavía puede verse trabajando con el celuloide, tanto en formato 16 mm como en Súper 8, pasando por las cintas magnéticas, el U-matic profesional, los discos y toda la tecnología digital.
Se define a sí mismo como el monje predicador –y convencido– de aquella reforma que realizó Alfredo Pérez Rubalcaba cuando fue director general de educación, en la que impulsó las nuevas tecnologías. Empleó Campillo 15 años de su vida formando, programando y transformando, en definitiva, algo que después se ha ido aplicando en la educación, aunque, a su entender, con demasiada lentitud para lo que hubiera sido menester en estos tiempos cambiantes.
Aunque químico de formación, carrera que finalizó en aquella recoleta Universidad de Murcia de comienzos de los 70, y tras haber enseñado física y química en los institutos, la vida de Campillo ha estado siempre apegada a la imagen en aquella mítica Cátedra de Cinematografía de la CAM que tanto hizo por el mundo del cine y de la imagen en general en la Murcia de los 60, 70 y 80.
Aquella cátedra había nacido de la mente inquieta y prolífica del profesor de la UMU Antonio de Hoyos para enseñar a ver cine, tanto el más clásico como el de vanguardia. Era ahí donde enseñaban cinematografía, cosmología, iconografía, estética, o gramática fílmica profesores insignes como Antonio Crespo o Carlos Stahelin, introductor en España de un Bergman hasta entonces prohibido, responsabilizándose, por cierto, de unas más que controvertidas traducciones de las películas del director sueco. Se explicaba allí con notorio talento y acierto las bases fundamentales del cine y su narrativa.
Aquello fue una auténtica escuela de cine, tanto en el aspecto teórico como en el práctico, realizándose numerosas películas, ganadoras de no pocos premios. Fue allí donde surgieron los Certámenes de Cine Amateur, tan importantes en Murcia, que lograron concentrar aquí la más importante escuela de cine amateur del país junto a Bilbao.
Todavía recuerda Antonio el inacabable proceso de ver aquellas películas que llegaban de toda España y que debía visionar junto Manuel González Sicilia. Hasta 1.200 cortos por edición, la mayoría de más de 15 minutos de duración, que había que enhebrar en aquellos antiguos proyectores de 16 mm para efectuar una labor de selección que facilitase su labor al jurado.
Antonio se recuerda realizando películas como Locos por un pito, de García Martínez y Tino González, sobre el entierro de la sardina, o aquella otra que hablaba de la importancia de la industria conservera en la región, haciendo un osado paralelismo entre las chimeneas de las fábricas conserveras y las omnipresentes palmeras de nuestra región, que triunfó en muchos festivales.
En aquella escuela cinematográfica Antonio se encargaba de impartir asignaturas como montaje y planificación, y también estética y dramática, explicando todo lo relacionado con los planos y su longitud y el sentido de la planificación.
Hoy, la imagen audiovisual continúa siendo trascendente para Campillo, que continúa seleccionando imágenes impactantes, explicándolas y enviándolas diariamente a los amigos en una altruista, pedagógica y meritoria labor de enseñanza del mundo audiovisual.