Va a estar girando por España durante un mes y medio, todo agosto y hasta el 19 de septiembre. ¿Esta ya es su segunda casa?
He dado un montón de conciertos aquí. Me dicen que 51 desde el año 2020. Me siento un afortunado. Este ‘tour’ se interrumpió por el nacimiento de mi segunda hija, que era algo que no habíamos planeado, y por eso tuvo una primera etapa el año pasado y ahora la segunda en lugares nuevos. Es una especie de evolución de la gira ‘Nuestro lugar feliz Tour’, que terminamos en Medellín, con una versión más acorde a lo que somos hoy. Otro ‘show’, canciones que se exponen por primera vez, una experiencia diferente.
¿Cómo es esta versión actual suya?
A mí un par de meses me transforman completamente. Vivo siempre como una esponjita, permitiendo que todo me permee y me cambie. Tengo una hija que está a punto de cumplir un año, y otra de casi cuatro, y cada día con ellas me transforma en otra persona, con una nueva inocencia.
Su nueva canción es ‘Maldito Chat GPT’. ¿El algoritmo es un amigo o todo lo contrario?
El algoritmo no sabe lo que necesitas, ni lo que te conviene, ni siquiera sabe lo que tú quieres. Sabe lo que te atrapa y te lo repite. Todo gira alrededor del ‘engagement’. Pero lo que es más ‘engaging’ ni siquiera es lo que más te gusta. No hay nada más ‘engaging’ que un accidente de tráfico, donde todo se detiene porque la gente está mirando lo que pasó. No es que le interese, ni que le guste, pero le atrapó. El algoritmo es una repetición de esto, pero no sabe nada de tu interioridad. Chat GPT es una herramienta fascinante y la utilizo un montón, pero la canción no es un grito contra eso. Es la foto de una contradicción interna.
Este tema se mueve en un pop electrónico. ¿Es una pista de su actual evolución?
La cualidad que más me gusta de mi música es la diversidad. Me fascina explorar. No me siento atrapado en un solo estilo y me divierte no ser prisionero de nada. Puedo hacer una canción como esta y otra a solas con mi guitarra, y disfruto de ambas rutas creativas. Este tema plantea otra ruta más que quiero seguir explorando, pero sin mucho cálculo.
En su último álbum, ‘Cuatro’ (2024), había mucha tradición musical: salsa, cumbia, merengue… ¿Se lanzó a esos géneros aun asumiendo que no los dominaba?
Me gusta ser cinturón blanco, me gusta la inocencia, ver algo por primera vez y no saber qué es, y luego ir sabiendo más. No me considero maestro de nada y me gusta no serlo, crear desde ahí. Creativamente, casi toda mi vida es el testimonio de rutas que tomo con una cámara, haciendo turismo. Es eso.
La idea de turismo aplicada a la música. Un terreno delicado: hoy se critica mucho al turista.
Pero no creo que a nadie le moleste que el corazón de un ser humano se fascine por cosas lejanas. Molesta el impacto del turismo, pero a mí lo que me interesa es la mirada virginal. Nadie conoce mejor una ciudad que un taxista, que pasa por la playa más hermosa y ya no saca la cabeza porque ya no le interesa, la ve todos los días. La fascinación del turista no la tiene el local.
«Me encanta el reguetón, me ha prestado muchas cosas, pero nunca me he esforzado por pertenecer a él»
En su carrera ha tocado el género del reguetón, pero sin expansiones sexuales, con romanticismo.
Me encanta el reguetón, me ha prestado muchas cosas y me ha permitido explorarlo con mucho respeto, pero nunca me he esforzado por pertenecer a él. Al igual que hago baladas y no me considero baladista, y hago música regional mexicana y no soy mexicano ni hago música popular mexicana. En lo mío hay romanticismo, sí, pero sin abanderarlo. Yo vivo escribiendo de las cosas que me tocan y me conmueven. El amor que siento por mi esposa, mi fascinación hacia ella, empapa mis canciones.
Hace años, en 2018, trabajó con Bad Bunny en una canción, ‘Si estuviéramos juntos’. ¿Qué le parece su evolución y que llene todos esos estadios?
Participé en la producción y el sonido de aquella canción, con Tainy, pero no como autor. Él es un tipo talentosísimo, es increíble que pueda vivir esas cosas fantásticas. Me encanta que haya espacio para todo el mundo en la música. Lo veo a él y a otros, y lo que me fascina es que haya un espacio, un cajón, para alguien como yo.
¿Por qué lo dice?
Me sorprende, como cuando te regalan una bicicleta por Navidad. Lo que yo estoy recibiendo en la vida… No sé si la palabra sería ‘desmerecimiento’, porque he trabajado tanto por eso que me lo merezco, pero yo hago lo que hago y al final un montón de gente se identifica con eso, y de ahí mi fascinación. Sobre todo, en un país que está tan lejos de mi casa, y habiendo aquí tanta música local, tanta cultura, tantas propuestas…
Camilo, en la oficina / Alejandro Pazmino
Cuando empezaba, ¿su ambición era componer canciones, cantar, ser artista de escenario, ser famoso…?
A mí lo que más me gusta es componer. Las ideas, la creatividad, es la parte preferida de mi oficio. La necesito, y mi ambición fue siempre expresar lo que siento escribiendo canciones. Luego, salir al escenario, que se apaguen las luces y que la gente coree mi nombre ha sido un gran regalo. Pero, si no fuera así, yo igualmente estaría escribiendo mis canciones para quien quisiera escucharlas.
Con la popularidad es fácil que el artista se convierta en un personaje.
Y entonces la percepción que la gente tiene de ti se convierte en una prisión. Yo hago un esfuerzo constante por ‘desdefinirme’. No por romper con definiciones, sino por no definirme. Porque no me interesa. La gente igualmente necesita definirte de alguna manera, pero eso es menos importante que las canciones y la sustancia.
Las canciones hoy se lanzan en las plataformas y se van sustituyendo por otras cíclicamente, y a cierta velocidad. ¿Piensa en las suyas como obras perdurables?
Yo no me permito, porque no lo disfruto, aproximarme a la creatividad desde la ambición, ni desde los planes, ni desde la idea que yo pueda llegar a tener de lo que va a pasar con lo que estoy creando. Me siento a escribir una canción y es exitosa o no en la medida que logre enmarcar lo que yo quiero enmarcar. Antes de que la canción salga, ya es exitosa si he logrado inmortalizar lo que quería.
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