El pasado 4 de agosto nos dejó África García, apenas unos días después de haber celebrado su cumpleaños. Su ausencia repentina, nos ha llenado de profunda tristeza y deja un vacío en la vida de quienes tuvimos la fortuna de conocerla.
Nacida en 1966, África fue una mujer de convicciones firmes y mente abierta. Su inteligencia, siempre serena y reflexiva, le permitía analizar el mundo con una profundidad generosa, siempre desde la empatía. África era una presencia discreta, pero, sin duda, esencial. Su humanidad y lucidez daban luz a cuantos la rodeaban.
Ser amiga de África era aprender cada día. Defendía las causas justas sin necesidad de alzar la voz, con la coherencia de quien predica con el ejemplo y el respeto sincero por los demás. Sabía escuchar y dialogar sin prejuicios, respetando siempre las diferencias. Ejemplo sublime de educación y autenticidad.
En los momentos complicados, su apoyo era sólido y su consejo sabio. No necesitaba grandes gestos para demostrar su cariño; bastaban su saber estar, su serenidad, y esa habilidad suya para aportar perspectiva ante cualquier adversidad.
África fue siempre una mujer positiva y optimista. Su actitud hacía que incluso los días grises tuvieran una luz especial. Sabía ver el lado bueno de las cosas y su espíritu proactivo la caracterizaba. Cuántos madrugones y horas dedicadas al estudio y al trabajo y, a pesar de ello, nunca perdió la sonrisa.
Recuerdo que la última vez que la vi, brindamos juntas con una copa de vino blanco frente al mar, por los nuevos proyectos. Celebrando la vida, confiando en lo que está por venir y alentando siempre a quienes la rodeaban.
África era una gran persona, inteligente, alegre, empática y, sobre todo, sencilla. Quienes tuvimos la fortuna y el privilegio de compartir momentos a su lado, la echaremos muchísimo de menos.
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