Hace mucho, mucho tiempo, andaba por un concesionario de coches interesándome por modelos de vehículos y precios y, siguiendo un consejo, pregunté si tenían descuentos para determinados colectivos profesionales. La amable vendedora me respondió de corrido que su marca de coches no hacía tales rebajas para «democratizar el producto». Me quedé a cuadros, hasta que comprendí que la comercial por primera vez había conseguido colgarle a alguien el rollo que le habrían enseñado en alguna reunión de formación. Por eso sonreía al final. Pero quiero pensar que no había mala fe ni me quería reprochar ningún ansia elitista, y mucho menos llamarme «antidemocrático», que sería muy triste que uno tuviera que aguantar esas cosas por parte de una multinacional, por muy francesa que sea, defensora de la toma de la Bastilla, de la «liberté, égalité» y del pague usted «sans protester». Ahora, años después, hay una firma también francesa (no me acuerdo si la misma) que ha hecho una campaña publicitaria inspirada en la Revolución de 1789, hablando de si comprar tal o cual coche es «revolucionario» cuando, en todo caso, lo revolucionario en estos tiempos es no comprar ninguno.
Porque si quieren ustedes un producto que nos iguala (y muchísimo más barato) no es un coche. Es el bañador, término con el que englobo desde el pantalón pirata hasta el tanga en los caballeros y, en las señoras, desde el una pieza al topless pasando por el bikini y el trikini.
Observen que en bañador, así, en general, no se distingue qué ideología tiene el de enfrente, ni si sus títulos académicos son verdaderos o falsos, ni existe vergüenza ajena por las correrías de un partido u otro sino, como máximo, algo de sonrojo por los michelines propios. El bañador puede ser sensible al cambio climático, pero desenmascara todo clima prebélico, y demuestra que España no se rompe, en todo caso se remoja y luego se puja con el turismo. Incluso el bañador en pleno agosto nos da la medida de la auténtica tensión política, que es muy poquita a la orilla del mar hasta que en septiembre guardemos esa prenda coincidiendo con el retorno de la clase política. Cada bañador es un voto, sin circunscripciones que primen a unas playas del Norte más que a otras del Sur. En bañador no hay aranceles, ni guerras, ni crueldad, ni más miedo que el que pueda dar una medusa. El bañador es así de revolucionario y democrático.