La auténtica revolución

Hace mucho, mucho tiempo, andaba por un concesionario de coches interesándome por modelos de vehículos y precios y, siguiendo un consejo, pregunté si tenían descuentos para determinados colectivos profesionales. La amable vendedora me respondió de corrido que su marca de coches no hacía tales rebajas para «democratizar el producto». Me quedé a cuadros, hasta que comprendí que la comercial por primera vez había conseguido colgarle a alguien el rollo que le habrían enseñado en alguna reunión de formación. Por eso sonreía al final. Pero quiero pensar que no había mala fe ni me quería reprochar ningún ansia elitista, y mucho menos llamarme «antidemocrático», que sería muy triste que uno tuviera que aguantar esas cosas por parte de una multinacional, por muy francesa que sea, defensora de la toma de la Bastilla, de la «liberté, égalité» y del pague usted «sans protester». Ahora, años después, hay una firma también francesa (no me acuerdo si la misma) que ha hecho una campaña publicitaria inspirada en la Revolución de 1789, hablando de si comprar tal o cual coche es «revolucionario» cuando, en todo caso, lo revolucionario en estos tiempos es no comprar ninguno.

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