Benidorm noche / Jorge Fauró
Pistola en mano y con el dedo en el gatillo, prestos a evitar el delito, la patrulla policial, dos hombres con el corazón desbocado, alertados a las tres y media de la madrugada desde los balcones de un rascacielos de una violación en la playa, se abrieron paso entre la muchedumbre. Al llegar al lugar de autos, a pocos metros de la orilla, debieron atravesar una multitud de 200 vociferantes, hombres y mujeres que se desgañitaban como en el griterío de una timba de apuestas. Tras zafarse de la marabunta, los agentes observaron la escena y llegaron a una primera conclusión: ya podían enfundar las armas. Esta es la historia de una orgía playera retratada en un parte de la Policía Local de Benidorm el 13 de agosto de 2001 y de la que 24 años después todavía se habla en ese enclave esencial del litoral mediterráneo.
Los policías sacaron una segunda conclusión: desde las alturas de un rascacielos y a casi 200 metros del delito ningún testigo es fiable. El informe policial comenzaba, como casi todos, a partir de un ‘que’: «Que se pudo constatar que los gritos proferidos por la mujer no eran en demanda de auxilio o socorro, sino producto de su gran excitación». Lejos de una violación, se toparon con una orgía que hoy, probablemente, requeriría una investigación más profunda, aunque el segundo escenario donde finaliza esta historia —atentos al final— confirma el manual de las tres eses con el que —se decía— muchos turistas, foráneos o no, acuden cada verano a las playas españolas: sol, sangría y sexo.
Los partes policiales, como los escritos de algunos jueces, resultan a menudo hoscos, tan asépticos y desapasionados como la redacción de un alumno de primaria. No fue el caso de este relato que podría haber comenzado como una narración antigua («Era una calurosa noche de agosto de principios de siglo…») o como un chiste de la edad de la inocencia («Eran una británica, su británico novio, un francés y dos suizos que estaban en la playa…»). El informe, que describe el cuadro con todo detalle, repara incluso en el papel del único de los cuatro hombres, el más joven de los suizos, que por cuestiones de anatomía no pudo intervenir de forma activa en la escena: «En espera y masturbándose», acota el parte.
«Pongamos la cosa clara, / busquemos alguna luz. / Lo echamos a cara o cruz / o lo hacemos por la cara» (A cara o cruz, Radio Futura, 1987).
Los policías detuvieron la escena, comprobaron que no había menores entre la turba y, dado que ninguno de los participantes en aquella gang bang tenía documentación, resolvieron trasladarles a la Comisaría en el furgón policial. «Que a los implicados se les indica la prohibición de realizar este tipo de acto en público, al objeto de no herir la sensibilidad de otras personas», detalla la crónica oficial de las fuerzas del orden. Ninguno de los 200 congregados que vitoreaban al quinteto dio muestras de una sensibilidad herida. En consecuencia, los cinco al furgón.
«Esta noche hay rock and roll, vecino, / pero ha empezado a llover. / Los del grupo ya están en camino / y no sabemos qué hacer» (A cara o cruz, Radio Futura, 1987).
El combo llegó pocos minutos después a la central de la Policía Nacional. Los municipales detuvieron el vehículo y abrieron la parte trasera. Y aquí es cuando el autor del informe debió de pensar cómo ponerle un colofón digno a su crónica. No sin aplicar un evidente tufo sexista a la redacción (hay historias como esta que envejecen mal porque la sociedad evoluciona), despachó el corolario: «Que al llegar a las dependencias policiales y abrir las puertas del furgón, pudo observarse cómo la joven reseñada se estaba calzando al último de los reseñados [sí, el menor de los suizos que calentaba la banda en la playa], dando así por finalizada su brillante actuación».
Los protagonistas de este relato policial tienen hoy entre 46 (el francés) y 64 años (el novio de ella). La entonces mujer de 31 cumple este año 55. Aquella noche salieron todos de la Comisaría sin más advertencia que no volver a hacerlo en público ni más preguntas que las que hoy exige el protocolo. Hoy, probablemente, el policía autor del informe debería explicar por qué convirtió en protagonista a la única mujer entre cinco hombres. O no. Hay cosas que no cambian nunca.