Hace unos días, despedí a mi amigo Antonio Trevín. Fue un viaje de ida y vuelta desde Barcelona, donde vivo. Un acto irracional de esos que se hacen sin pensarlo mucho, pero que se hacen en ocasiones muy especiales, como un último adiós, porque a un amigo hay que intentar despedirlo de cerca. En su despedida con honores en el palacio de la Presidencia del Principado, intuía que no iba a conocer a nadie, o casi nadie, entre los políticos y personajes públicos que estaban allí, como así fue. Me crucé con el presidente Barbón y no me contuve de decirle que yo estaba allí solamente, y es mucho, porque era amigo de Trevín, y que solo podía decirle lo agradecido que le estaba por haberle adelantado excepcionalmente la entrega de la Cruz de la victoria, ya que intuía que su estado de salud no le iba a permitir llegar en condiciones al acto solemne de entrega. Me reconoció sinceramente lo feliz que se sentía por haber podido entregársela, y que se habría arrepentido de no haberlo hecho. Es bueno encontrarse con políticos, servidores públicos, hablando abiertamente de las bondades de las personas a las que se reconoce valores humanos, los que nos unen a todos.
He leído los artículos que sobre mi amigo Trevín ha publicado la prensa, y he esperado unos días pensando en detalles de una relación de amistad mantenida durante más de cuarenta años. He leído los mensajes que nos hemos ido enviando cuando no nos hemos podido ver, y releo aquellos cariñosos que nos enviamos los últimos meses, desde la última vez que nos encontramos en otro viaje fugaz a finales de marzo.
Siempre que nos veíamos me hablaba de nuestra travesía hasta el Urriellu cuando teníamos solo 25 años. Poncebos, canal del Texu, Bulnes, Amuesa, y el día siguiente, Balcosín, Camburero, Jou Lluengu, hasta el pie del Urriellu. Le gustaba puntualizar todos los pasos.
En una ocasión, hace unos diez años, me escribió una carta, que guardo, que titulaba «Del Urriellu al Congreso», describiendo nuestra travesía vital. Nunca volvió por esa vía, pero me decía que no la olvidó porque iniciamos una amistad, mantenida pese a trayectorias personales, y de trabajo, diferentes. También me recordaba que en un encuentro que tuvimos en el Congreso de los diputados, mantuvimos una discusión dialéctica sobre política territorial, mientras el Picu, Oviu, Nueva, Llanes, Cué, Asturias, Catalunya contemplaban los argumentos que resonaban en los escaños vacíos del Congreso. Me decía que le daba seguridad su sensación de tranquilo aplomo que acompañaba habitualmente nuestra relación, incluso en nuestra discrepancia civilizada, decía, sobre las relaciones territoriales, en la misma sede de la soberanía del pueblo español. Siempre he admirado en él cómo le acompañaba su asturianía. He visto imágenes de él en su escaño del Congreso reclamando el apoyo a la minería asturiana, exhibiendo en su intervención un candil de minero en la mano. En la visita compartida al Congreso, introducía siempre en sus presentaciones una frase para referirse a la tierra, y a la amistad, y, por supuesto, a nuestra travesía al Urriellu, y a ese «lugar de la tierra donde el mundo se llama Llanes».
Más allá de esa relación más íntima, el episodio que mejor recuerdo de su actuación como presidente de Asturias, fuera del territorio del Principado, fue la visita a La Garriga (Barcelona) a la empresa «Mier Comunicaciones», creada por los hermanos asturianos Pedro y Ramón Mier, de Trescares (Peñamellera Alta), en la que fue recibido con mástiles de las banderas de Asturias y la senyera de Catalunya. En el libro de honor hizo referencia a la importancia de visitar a la empresa de raíces asturianas que más lejos había llevado en sus satélites espaciales el nombre de Asturias. Asturias siempre presente.
Al margen de nuestros encuentros estivales, volvimos a vernos en la conferencia de presentación de un libro, que tuve ocasión de pronunciar en la Academia de Jurisprudencia y Legislación de Asturias. En la presentación, sobre las actuaciones de la Unión Europea sobre prevención ante crisis alimentarias y sanitarias, hice referencia a la dedicatoria inicial de la loa que se recita en Llanes recordando la protección de San Roque, abogado del pueblo ante la peste y males que asolaban a la población durante el medievo. Recuerdo que me agradeció el gesto, apuntándome que siendo la gente de Llanes devota exclusiva de tantos patronos y patronas, que le permitiera no declarar públicamente cuál era su bando. Fue un acto más de su irrenunciable manifestación asturiana, y también llanisca.
Perder un amigo asturiano, con el que se han vivido experiencias que van más allá de encuentros en Asturias marcados por las pausas estivales, y al que me gustaba referirme como «zancañero» (amigo), en el lenguaje de los tamargos del oriente asturiano, ya es inevitable, pero me quedará el recuerdo de esos momentos, y su expresión, «¿oíste?» con la que siempre le oía finalizar sus opiniones. Así le dedico ahora el recuerdo con mi estima, «Desde el Urriello, y más allá. ¿Oíste?».
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