Jamling Tenzing Norgay (Darjeeling, India, 1965) creció de algún modo ligado a las montañas. Hijo del legendario sherpa Tenzing Norgay que culminó con éxito la primera ascensión a la cumbre del Everest junto al alpinista neozelandés Edmund Hillary en 1953, Jamling recurrió a la cima del mundo años después de la muerte de su padre para reencontrarse con su recuerdo. Ahora recoge sus memorias en un libro que narra su ascenso a la cima en el año negro del monte más alto del Himalaya, 1996, titulado ‘Más cerca de mi padre’ (Ed. Capitán Swing).
En el libro da mucha importancia a la religión en el alpinismo, ¿era creyente cuando subió al Everest?
Crecí en un entorno budista. Los sherpas y tibetanos somos budistas, pero no era practicante. No rezaba, ni visitaba monasterios, ni recitaba las escrituras por vocación, pero acompañaba a mis padres a hacerlo. No fue hasta después de ir a la montaña cuando empecé a entenderlo todo.
¿Qué entendió?
La montaña. Todo empezó cuando busqué consejo en las adivinaciones de los Rinpochés, monjes budistas y los lamas antes de subir. Ahí empecé a creer. A todos nos llega un momento en el que nos preocupamos por la muerte, el peligro… Las predicciones no eran buenas y en ese momento solo piensas en Dios. Poco a poco fui entrando en la religión.
¿Para subir a la montaña rezó?
Con cada paso. El Everest te enseña muchas cosas. Sabes que estás en una zona de muerte, de peligro, nunca sabes qué va a ocurrir, en qué momento habrá una avalancha… Todos los sherpas rezan constantemente. Hay altares en el campo base. La montaña es sagrada, hay que ascenderla con respeto.
¿Cómo puede algo sagrado ser peligroso?
Las montañas son el hogar de los Dioses. Y hay que tratarlas como tal, no se puede escalar con arrogancia, hay que hacerlo con respeto. Solo así la montaña te dará la oportunidad de subirla. Son ellas quienes deciden quien llega a la cima y quién no.
¿Es esa arrogancia típica de los montañistas occidentales como comenta en su libro?
Han pasado casi 30 años desde que ascendí al Everest. Hay muchas cosas que han cambiado, y no precisamente a mejor. Ahora tenemos lo que llamamos “montañistas comerciales”. Básicamente la gente paga 100.000 o 200.000 dólares a una empresa de guías, sin tener un conocimiento previo para tener cinco o seis sherpas a su servicio, subir a la montaña y no tener que hacer nada.
¿Subir a la cima del Everest es cuestión de dinero?
Para ellos sí. Ponen en riesgo la vida de los sherpas a quienes contratan para que les lleven el equipo, la comida, las tiendas, les limpien… La propia actitud del montañista es distinta ahora porque son más accesibles. Las montañas se están dando por sentadas. Antes, 50 personas haciendo cima un día era una barbaridad, ahora es lo normal. El récord se batió con 300 personas en un día.
Se ha perdido el miedo…
Pero por parte de los clientes. Los sherpas se ven obligados a hacerlo porque es su forma de vida, no porque quieran hacerlo. Cada día se juegan la vida, y lo hacen voluntariamente porque cobran más en una ascensión al Everest que un año entero trabajando en una granja. Sin ellos las expediciones no serían posibles, pero cada vez hay menos conciencia de nuestra cultura. Los montañeros llegan en helicóptero, van directos al campo base, ascienden y se van. No hay interés cultural.
¿Antes cómo era?
Había todo un trayecto previo de al menos 10 días en el que convivían con los sherpas, veían sus pueblos, en definitiva, conectaban con la cultura local. Ahora es llegar y subir. Son meros trabajadores y eso es triste. El problema es la arrogancia de los montañeros occidentales que creen que el dinero les da poder para hacer lo que quieran y subir sin esfuerzo la montaña más peligrosa. Hay que volver al funcionamiento de los 70 donde sherpas y montañeros trabajaban juntos.
¿Así fue la ascensión de su padre?
Sí. Trabajaban en conjunto. Los miembros de la expedición también llevaban sus propios bultos y víveres. Ayudaban a fijar las cuerdas, iban delante. Hillary iba delante con mi padre, no detrás esperando a que él le marcara el camino.
Usted subió una vez al Everest y dijo que no volvería a hacerlo. ¿Por qué?
Las montañas te dan muchas cosas, pero también te las quitan. Subí recién casado con muchas dificultades para conseguir los permisos oficiales. Era mi sueño. Lo había querido desde que tenía ocho años. Pude subir junto a la expedición del IMAX. Si no me iba a arrepentir el resto de mi existencia. Pero entonces les prometí que no lo haría más si volvía. No veo razones para volver a poner mi vida en juego. Para mí fue un peregrinaje. Era un homenaje a mi difunto padre y un viaje para conocerme a mí mismo.
Suscríbete para seguir leyendo