Lo imposible

Sánchez ha confirmado que está dispuesto a proseguir con la ficción de un gobierno sin presupuestos. Nada le arredra, por momentos parece descomponerse y en un instante vuelve a la vida obligado por la necesidad de resistir cercado por la corrupción que le rodea. En este país los gobiernos pueden caer por menos que una moción y levantarse con menos que una mayoría, lo de gobernar sin aprobar presupuestos ya no es una anomalía, se asemeja a una declaración de principios. El famoso principio de «vamos tirando». Bien mirado, equivale a cocinar una paella sin arroz. Gobernar sin presupuesto es una forma fraudulenta y algo lírica de administrar y administrarse: una ópera bufa donde las arcas están vacías mientras la orquesta sigue tocando. ¿Cómo no va crecer la desconfianza hacia unos políticos que se olvidan de la gestión por no renunciar a ser ellos mismos? Han perfeccionado el arte de la retórica hueca, la ambigüedad interesada y el enjuague partidista hasta convertir la desconfianza ciudadana en un estado permanente, casi estructural. No es ya no creer en ellos, es ni siquiera planteárselo. Naturalmente, se trata de una orfandad peligrosa que alienta los más bajos instintos de la antipolítica decidida a regirse por otras reglas del juego, o exactamente ninguna.

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