Noelia Rondón se ha ido dejándonos un vacío inmenso. Fue una mujer querida, admirada y respetada en el mundo de la fiesta de les Fogueres de Sant Joan por su creatividad artística, su pasión, su constancia, pero, sobre todo, por su carácter, su genio, su lucha incansable y su calidad humana. Por todo ello, permanecerá eternamente en nuestro recuerdo. ¿Quién se atreve a escribir sobre ella después de los emotivos homenajes que le han brindado Toñi Martín-Zarco Marín, David Olivares Cortés y Josep Amand Tomás i Vallejos? Os confieso que, aunque yo la conocía más que ellos, tampoco sería capaz.
Si me lo permitís, quiero hablar de la cara más dura de la enfermedad que nos la arrebató. El 21 de mayo de 2013, justo después de su primera elección de las Belleas del Foc, me confesó que cuatro meses antes se había notado un bulto en la parte baja interna del pecho derecho, y que no me lo había dicho porque quería terminar los festivales que ya había empezado unos meses atrás. Nuestro médico de cabecera, Cayetano Alarcón Giménez, insigne barraquer de Festa i Vi, nos derivó de inmediato al Hospital de Sant Joan d’Alacant, a quienes siempre estaremos agradecidos por el trato recibido hasta su último aliento. En apenas dos días, llegaron las palabras que más temíamos: «Noelia, tienes cáncer de mama con afectación del ganglio centinela».
Comenzaron así 12 largos años de operaciones, quimioterapias, radioterapia, más quimioterapias, medicaciones, revisiones, TACs y un sinfín de pruebas y biopsias, que su ginecólogo, Francisco Quereda -padre de la olímpica Alejandra Quereda-, y su oncóloga, Asunción Juárez Marroquí (antes, la oncóloga María Aurelia Bustos Moreno, pionera en IA aplicada al tratamiento de cáncer), practicaron, prescribieron y afrontaron con una dedicación y profesionalidad admirables.
El lunes 21 de julio, cuando el médico de la Unidad de Hospitalización Domiciliaria del Hospital de Sant Joan d’Alacant nos confirmó que ya no se podía hacer nada más, ella decidió que era momento de poner fin al sufrimiento. El miércoles 23 de julio, sobre las 11 horas, entrábamos por urgencias para comenzar el proceso de sedación que, con una valentía sobrecogedora, decidió y controló hasta el final junto al oncólogo de guardia (gracias, Pablo), dándonos a todos los que le acompañábamos en su lecho de muerte otra tremenda lección: la última lección de vida, enseñándonos cómo debe afrontar este proceso una persona en sus cabales. Horas después, en la tarde del jueves 24 de julio, dejó de respirar.
Perder a un ser querido es terrible en cualquier circunstancia. Por desgracia, tarde o temprano todos debemos pasar por ese amargo trago y no nos queda más que la resignación. Pero hay dos cosas que sí podemos hacer mientras están con nosotros padeciendo esta maldita enfermedad: abrazarlos mucho, muchísimo, y decirles cada día cuánto los queremos y lo importantes que son en nuestra vida. Porque los besos y los abrazos curan el alma. Que se sientan siempre queridos, mimados y arropados. No dejéis de hacerlo. Mi hija Noelia y yo lo hicimos lo mejor que supimos.
Suscríbete para seguir leyendo