Sirat es la película del año, un premio que no vale mucho porque el cine ha alcanzado la irrelevancia de la ópera. Solo introduzco un matiz, Sirat es la película cómica del año, y aquí me alejo del dramatismo que le adjudican quienes todavía creen en la influencia social de un Mad Max de bajo coste. Tras la excitante media hora inicial de la ‘rave’ en pleno desierto, ideal para aterrorizar a los espectadores burgueses, la historia se va literalmente a otra parte, que sería francamente insoportable de no mediar la reconversión del producto en una creación explosiva de ‘Monty Python’. Más en concreto, un rejuvenecimiento del sketch ‘Cómo no ser visto’, narrado por John Cleese y magistral en su aprecio de la invisibilidad violenta.
No llegamos tarde al teórico argumento de Sirat, porque la película y sus dos protagonistas paternofiliales se olvidan pronto de su teórico objetivo de buscar a la hija y hermana respectiva. La narración encalla en esta falta de principios, y solo la decidida voluntad satírica transforma el producto en una auténtica bomba. Sobran los motivos para reírse del resultado, pero no ha sido el sentimiento dominante en la audiencia en shock.
La película del año exige la interpretación del año. No se necesita un esfuerzo intelectual notable para ensalzar a Sergi López, el único actor español capaz de dar réplica a Eduard Fernández. Sin embargo, el protagonista parece despistado y convencional, administra el momento más trágico de su existencia como un contratiempo pasajero. Es inevitable pensar en una teleserie que fabrica excusas violentas del guion, para eliminar a actores que han contraído otro compromiso. En fin, otra de las doce nominaciones al Goya corresponderá a peluquería y maquillaje, salvo que las coiffures sucias pero cuidadosamente elaboradas recuerdan a la corte versallesca. Hablando de cabelleras, Sirat es una tomadura de pelo, salvo que busque la carcajada culpable como el chiste de Gila hoy prohibitivo por impublicable. «Me han matado a un hijo, pero lo que me he reído».
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