No eran 400.000 jipis con barro hasta las rodillas y hasta las cejas de otras sustancias, sino el mucho más reducido —4.000—, civilizado y maduro público del festival Noches del Botánico, con su césped artificial, su inmaculada organización, sus pizzas artesanas y hasta su vinoteca.
Más de medio siglo y muchísimas diferencias separan la legendaria actuación de Carlos Santana (Autlán, Jalisco, 1947) en el festival de Woodstock de 1969 de la que ofreció este lunes en el jardín botánico de la Complutense de Madrid, pero la magia aún sigue emanando de los dedos de este incombustible dios de la guitarra eléctrica.
Una de las grandes diferencias es que esta vez el astro mexicano de las seis cuerdas no iba colocado de LSD, como ocurrió en el histórico concierto de la campiña neoyorquina. En aquella ocasión le adelantaron varias horas su actuación, pillándole en pleno viaje lisérgico. Según ha relatado alguna vez el propio Santana, se pasó todo el concierto rezando para llegar hasta el final.
Sorprendentemente, no solo salió airoso, sino que ofreció una de las mejores actuaciones de todo el festival. En una entrevista reciente, sacaba pecho, diciendo que los mejores fueron él, Jimi Hendrix y Sly Stone. De los tres, el único que sigue repartiendo energía y alegría en forma de música es él.
Aquella primera etapa de Santana —la mejor, la más salvaje y audaz, como el león de la carátula de su primer disco— resurgió en la primera parte del concierto de este lunes, que empezó con puntualidad británica a las 21:30 horas con un trío demoledor sin solución de continuidad: “Soul Sacrifice”, “Jingo” y “Evil Ways”. Un comienzo insuperable.
Carlos Santana en un momento del concierto. Detrás, a la batería, su esposa Cindy Blackman. Foto: Fer González/Noches del Botánico
El maestro, con 78 años recién cumplidos, tocó casi todo el tiempo sentado en un taburete y masticando chicle, como si la cosa no fuera con él, como si sus dedos pertenecieran a su guitarra dorada y no a su propio cuerpo.
No hubo ningún alarde escenográfico, solo tres pantallas donde se proyectaba la señal captada en directo, interrumpida ocasionalmente por imágenes de archivo de conciertos antiguos o por clips de gente bailando. A veces no hace falta más, parece mentira que nos tengan que recordar que lo principal en un concierto es la música.
Lo mismo se puede decir de las interacciones de Santana con el público. Estuvo poco hablador, dejando que su guitarra hablase por él el 99% del tiempo. En su primera intervención quiso dedicar el concierto a “su hermano Paco de Lucía”, que sin duda ya le está esperando allá arriba, en el Olimpo de las seis cuerdas.
Santana también agradeció la invitación para tocar en Madrid, ciudad que calificó como “muy limpia” y en la que no actuaba desde hacía décadas. Tras su paso por Barcelona y su doblete en la capital, habrá ocasión de verle también en Valencia (31 de julio), Murcia (1 de agosto), Marbella (3) y Jerez (4). Después, un par de fechas en Alemania, otra en Dinamarca y, entre finales de septiembre y principios de noviembre, una residencia de 15 actuaciones en la House of Blues de Las Vegas. Parece que, por suerte, a Santana le queda cuerda para rato.
Santana durante su concierto de este lunes en Noches del Botánico. Al fondo, el bajista Benny Rietveld. Foto: EFE/Juanjo Martín
Se nota que el músico mexicano, afincado en California desde los 14 años de edad, no tiene el español como lengua cotidiana, ya que tuvo alguna dificultad para encontrar las palabras en nuestro idioma. Dijo “recordamos” en vez de “grabamos” al presentar su nueva canción junto a Grupo Frontera, titulada “Me retiro”. Uno de esos deslices que siempre resultan simpáticos al público, porque nos demuestra que los astros no son perfectos en todo lo que hacen.
Estuvo rodeado Santana de excelentes músicos, qué otra cosa podría esperarse de la banda de acompañamiento de una leyenda viva. A la batería, la “amiga, compañera, amante y esposa” de Santana, Cindy Blackman, que tuvo su momento de gloria con un larguísimo solo de varios minutos, especialmente brillante hacia el final.
Varios percusionistas de primer nivel aportaban el sabor afrolatino característico del maestro mexicano que deslumbró en Woodstock con su entonces inédita combinación de blues, rock progresivo y ritmos caribeños.
Al bajo, un inconmensurable Benny Rietveld, que protagonizó otro de los grandes solos de la noche, manoteando duro las cuerdas con la derecha y rematando con un homenaje al recién fallecido Ozzy Osbourne con un lick del “Iron Man” de Black Sabbath.
Especial mención para Tommy Anthony, al que se le veía feliz en su papel, siempre sonriente. Habría que tener el ego demasiado grande para no contentarse con ser el segundo mejor guitarrista de tu banda si el primero es Santana. Además, tuvo sus pequeños solos y la oportunidad de demostrar su talento como cantante en “Put Your Lights On”, con las luces apagadas y un bosque de linternas de móviles entre el público.
Cantó mejor incluso, según nuestro parecer, que los dos vocalistas principales, Andy Vargas y Ray Greene. Ambos hicieron un gran trabajo por separado, pero en los momentos de confluencia sus voces, siempre buscando el unísono, parecían estorbarse mutuamente.
En el setlist también entró, cómo no, su mítico “Oye cómo va”, el primer momento en el que el público enloqueció. Eso sí, brevemente, antes de quedar petrificado para ponerse a grabar con el móvil. Un auténtico crimen que solo se vieran moverse algunas caderas al ritmo de este mambo eterno de Tito Puente reconvertido en rock latino psicodélico por el maestro Santana allá por 1970.
Por cierto, el guitarrista tenía junto a su taburete un micro que solo empleó para entonar el estribillo de esta canción y, a continuación, el “ahora vengo, mama chula, mama chula” de otro de sus grandísimos éxitos, “María María”, incluido en Supernatural, el disco de 1999 que revitalizó su carrera y lo dio a conocer a toda una nueva generación de melómanos que aún no habían nacido cuando lo de Woodstock. De aquel disco también sonaron “Corazón espinado” y “Smooth”, que puso el broche de oro a la velada.
Para Santana, que acaba de publicar el disco Sentient, un álbum retrospectivo con colaboraciones estelares —de Michael Jackson a Miles Davis—, la música es medicina para el alma, pegamento para la humanidad. Como dijo hacia el final del concierto, con su música quiere “traer paz a este mundo de división”, y sin necesidad de nombrar a los mandamases que lo están oscureciendo con deportaciones, bombardeos y genocidios, “la luz de nosotros es más poderosa que la estupidez de la gente”.