Las críticas contra la actuación israelí en la Franja de Gaza arreciaron este lunes desde fuera y dentro del Estado hebreo. El líder de la oposición y ex primer ministro, Yair Lapid, destacó el caos en el que, en su opinión, ha acabado convirtiéndose la operación contra Hamás: “La campaña militar en Gaza está fuera de control. Hemos capturado Jan Yunis por cuarta vez y Jabalia por tercera”, afirmó este lunes. En efecto, pasan los meses y no hay sensación de avance hacia una estabilización del frente ni de la situación humanitaria.
El propio Donald Trump fue contundente durante su visita a Escocia, donde está descansando y jugando al golf estos días, mientras de paso negocia aranceles con la Unión Europea y se reúne con el primer ministro británico, Keir Starmer. El presidente estadounidense reconoció que había niños muriendo de hambre en la Franja y consideró inaceptable que Israel siguiera limitando el acceso por tierra de ayuda humanitaria. “No se puede fingir una hambruna”, afirmó Trump, haciendo referencia a la excusa israelí de que todo son montajes preparados para impresionar a la opinión pública occidental.
Del mismo modo, Trump aprovechó para afirmar que “sabemos dónde están algunos de los rehenes y andar arrasando con todo solo los pone en peligro”.
A nadie se le escapa el hecho de que, en una situación de hambruna generalizada, los rehenes van a ser los que más la sufran. Es difícil pensar que, en medio de la escasez de agua y alimentos, estos vayan a los secuestrados en vez de a los propios secuestradores. Hasta cierto punto, cada vez que Israel decide “ahogar” Gaza de esta manera, lo que hace es castigar a sus propios ciudadanos.
La Unión Europea también quiso dejar clara su posición contra la política del Gobierno de Benjamin Netanyahu en Gaza, amenazando con limitar el acceso de Israel a los fondos Horizon de investigación acordados con Tel Aviv para el desarrollo de sus empresas tecnológicas.
Israel reaccionó a esta amenaza calificándola de “equivocada, lamentable e injustificada”. Como es habitual, el ministerio de Asuntos Exteriores desvió cualquier responsabilidad y afirmó que la decisión europea solo fortalecía a Hamás.
Netanyahu niega la hambruna
Y es que es obvio que, sin Hamás, nunca se habría llegado a esta situación: sin sus diecinueve años de dictadura islamista en la Franja, sin su represión brutal sobre la ciudadanía o sin sus continuos ataques terroristas, que desembocaron en la masacre del 7 de octubre de 2023, la circunstancia sería ahora bien distinta.
Dicho esto, parece difícil justificar ante la opinión pública que los bombardeos a colas de hambrientos, la decisión de cerrar los pasos fronterizos o la negativa a permitir un reparto justo de los bienes que consiguen entrar en la Franja sean también culpa de los terroristas.
A Israel no se le reprocha desde el exterior que se defienda, sino que se defienda llevándose por delante a decenas de miles de civiles y despreciando por completo los derechos humanos de dos millones de palestinos.
Netanyahu, sin embargo, sigue sin verlo así. En un evento organizado en Jerusalén por Paula White, líder de la Oficina de la Fe de la Casa Blanca, y ante centenares de representantes de distintas congregaciones cristianas, el premier israelí negó que la hambruna en Gaza fuera real, volvió a apelar a la propaganda y culpó a Hamás de que la comida no llegara a los necesitados.
De hecho, presumió de haber enviado casi dos millones de toneladas de ayuda humanitaria a Gaza, pero aseguró que esta “había sido robada por Hamás para luego poder decir que no dejamos entrar nada”.
Es evidente que allí donde una organización terrorista ejerce el poder, lo ejercerá siempre en beneficio propio y eso incluye el saqueo y el chantaje. También es evidente, por las declaraciones de distintos miembros del Gobierno israelí durante estos casi dos años de guerra, que la idea de matar de hambre a los ciudadanos de Gaza ha estado siempre presente en sus planes.
La charla telefónica con Putin
Ante la presión internacional, Israel decidió la pasada semana hacer pausas diarias en sus bombardeos para favorecer el reparto de la ayuda humanitaria, por tierra y por aire. La ONU afirmó este lunes que dicha decisión efectivamente ha mejorado las condiciones de entrega de los alimentos, pero insistió en que sigue sin ser suficiente.
Netanyahu se niega a considerar permanente este cese en los ataques, lo restringe a determinadas zonas en determinadas horas y sigue asegurando que “no va a parar hasta lograr sus objetivos”, es decir, acabar con Hamás y traer a todos los rehenes de vuelta a casa.
Ahora bien, Gaza no es el único problema al que se enfrenta Israel. Probablemente, para el Gobierno de Netanyahu, ni siquiera sea el más importante. Su gran enemigo regional sigue siendo Irán y en este contexto hay que entender la conversación telefónica que mantuvieron el primer ministro israelí y el presidente ruso, Vladímir Putin, este lunes.
Según fuentes del Kremlin, ambos líderes discutieron el futuro de Irán, pero también el de Siria, donde sigue vigente el alto el fuego que impuso Estados Unidos tras los ataques israelíes sobre Damasco.
Hay que enfatizar el muy relevante papel que ha jugado Rusia en ambos países durante los últimos años: Irán ha sido aliado político y militar del régimen de Putin durante décadas y fue el primer país en enviar armas para utilizar en la guerra contra Ucrania. Sus drones Shahed han servido de gran ayuda al Kremlin en su invasión y es imposible pensar en ningún intento de cambio de régimen en el país persa sin una negociación previa con Moscú, que sostiene en buena parte a los ayatolás con su ayuda económica y tecnológica.
De hecho, el programa nuclear que pretende destruir Netanyahu está patrocinado en buena parte por Rusia, tanto en lo que respecta a los materiales como a los científicos que se han desplazado allí a echar una mano.
¿Desafío a Trump?
En cuanto a Siria, los intereses rusos son evidentes. De hecho, el exdictador Bashar Al Asad sigue exiliado en Moscú, a la espera de que los rebeldes se acaben matando entre sí y él pueda volver a ser colocado en el poder. Rusia tiene una base aérea y una base naval en el Mediterráneo y, aunque las desalojó en su momento por miedo a una invasión rebelde, lo cierto es que no ha renunciado nunca a su soberanía, algo que pactó en su momento con el propio Al Asad.
A pesar de que, desde el 7 de octubre de 2023, el Kremlin se ha mostrado muy crítico con Israel y ha justificado en cierto modo las atrocidades de Hamás, Netanyahu no se ha atrevido nunca a levantar la voz contra Putin. De hecho, es habitual que en las Naciones Unidas ambos países voten juntos.
Con la llegada de Trump al poder, durante meses se contempló la posibilidad de una entente a tres con Estados Unidos como mediador. Se suponía que el líder republicano podría convencer a Putin no solo de que parara la invasión de Ucrania, sino de que cesara en su apoyo al programa nuclear iraní.
Sin embargo, la realidad ha sido más terca que los deseos y Putin ha ignorado ambas peticiones de Trump, lo que hace que el diálogo directo con Moscú sea más importante que nunca para Netanyahu.
No deja de ser curioso que esta llamada telefónica se haya producido pocas horas después de las críticas de Trump a Israel… y al propio Putin, a quien amenazó de nuevo con sanciones económicas, sin especificar su impacto.
No hay que descartar que Trump, un hombre obsesionado con que todo el mundo le demuestre continuamente su lealtad, haya visto en este acercamiento una pequeña traición. El desafío, desde luego, parece evidente.