A Natalia Lafourcade (Ciudad de México, 1984) le quema la vida. Es tal el ansia que tiene por descubrirla que, desde pequeña, por necesidad, la inmortaliza en sus canciones. Lo hace para que no se le olvide lo feliz que ha sido. Pues, pese al brillo que la ha acompañado desde 2002, cuando debutó, distintos tropiezos la han hecho dudar. «Son chispas de vida. Me encanta que la gente las escuche y las haga suyas. Ojalá, cuando mi alma vuele al cielo, pueda ver el efecto que tienen en las personas», dice. En Cancionera, su último disco, el décimo, reflexiona sobre sus raíces, aquellas que la han encumbrado en tantas ocasiones: aunque es la artista femenina con más Grammys Latinos, su mayor premio ha sido cantar en absoluta libertad. Artesana del verbo, jamás se ha dejado llevar por corrientes populares. Al contrario: su aval es ese sello, chiquito, bien reconocible, que ha hecho de sus canciones un mantra. Este viernes, lo recitará en el Teatro Real de Madrid.
El último disco de Natalia Lafourcade es ‘Cancionera’. / CARLOS DE MANUEL
P. Cuando un artista lleva tanto tiempo haciendo música, ¿dónde busca la inspiración?
R. Con el tiempo me he dado cuenta de que la clave está en equilibrar la vida. Cuando estás metido de lleno en una dinámica, hay que salir de ella. Por ejemplo, cuando estoy meses girando, llega un punto en el que tengo que salir de ahí para seguir nutriendo mi mundo interior. Ese es el ingrediente principal para no cansarme. Te da ganas de hacer otras cosas. Esta es mi pasión, una parte importante de mí. Si no lo hiciera así, enfermaría.
P. ¿Hacerse mayor le ha ayudado a despojarse de aquello que no le gustaba?
R. Sí. Recuerdo que, cuando era joven, hace años, todo era autenticidad. Sin embargo, ahora, cuando echo la vista atrás, me pregunto cómo di ciertos pasos. Hoy no los daría, pero valoro a aquella niña que se lanzó a la aventura. Había una lealtad que no ha desaparecido. Poco a poco, he ido desarrollando el don de saber cuánto algo no está dándote lo que necesitas. Ahí, precisamente, es cuando decido cambiar de dirección. Siempre intento encontrar algo que me cautive.
P. Después de haberle dedicado tantas canciones, ¿ha cambiado su forma de concebir el amor?
R. Me gusta pensar que es una frecuencia de múltiples matices donde confluyen la generosidad, la empatía, la contención, la sutiliza… En los conciertos hay un momento en el que surge esta magia, se nota en las caras, placenteras y armónicas. A veces, nos da miedo alcanzarla porque nos abre, nos habilita a querer. Hay grandes cosas que sólo se pueden sentir ahí.
P. Tal y como reflexiona en Amor clandestino, ¿por qué hay aún quien no entiende que las personas puedan amar libremente?
R. Por miedo. Cuando uno trasciende, el amor se vuelve libre. Y, entonces, comprendes que éste está salpicado de matices y colores. Esta canción habla de los marginados, incomprendidos e imposibles, aquellos que viven en un armario. En concreto, es una reflexión sobre los amores clandestinos donde propongo cuidarlos también. En ocasiones, no hay que forzar la realidad para que sea de otra manera. Dejarnos llevar por lo socialmente aceptado nos lastima por dentro. Amemos en silencio, nadie tiene por qué opinar.
P. En Cancionera, su último elepé, aborda sus raíces desde una perspectiva contemporánea. ¿Alguna vez se rompieron?
R. Por supuesto, de quiebres y caídas. Pero tengo que reconocer que el arraigo se hizo más fuerte. Cuando me fui de México a los 21 años, estaba pasando por una etapa complicada: había lanzado mis dos primeros álbumes y no tenía la capacidad para afrontar lo que la industria me exigía. Así que me fui a Canadá, pensaba que la música no era para mí. Aquel viaje me hizo echarla de menos. Y regresé con la idea de reconectar con mi tierra y reconstruirme desde allí. Es verdad que me he equivocado mil veces después, pero era yo la que tomaba las decisiones.
P. ¿Sigue habiendo tanto machismo como antes?
R. Todavía faltan cosas por hacer, pero estamos más abiertos a escuchar, conocer y compartir historias. Al principio, no sabíamos cuán difícil era que hubiera espacios equitativos. Hoy somos conscientes de que todos necesitamos un espacio para crecer y brillar. Son mejores tiempos, sí. Pero hay que seguir avanzando.
P. ¿En algún momento de su carrera ha soñado con ser otro artista?
R. Cuando era más pequeña, ya no. Llevo años cultivando mis referencias, que son fundamentales para encauzar la energía. La voz propia es una búsqueda larguísima que nunca acaba, estamos en constante cambio. Aún así, creo que soy leal a mis orígenes.
P. ¿La música puede cambiar el mundo?
R. Sí, sin darnos cuenta. Puedes tener un público polarizado políticamente, pero al que le guste la misma música. Entonces, se rompe la barrera. La lengua tampoco es esencial: pues no entender una letra que te haga vibrar. La música entra, abre el corazón, te pone sensible. La palabra tiene fuerza de por sí, pero la palabra cantada llega aún más. Siento que tiene la capacidad de neutralizar una energía y alterarla.