Decenas de niños palestinos de Gaza han muerto o han resultado gravemente heridos por disparos de bala del ejército israelí en la cabeza, el pecho o el abdomen, según los testimonios y las pruebas gráficas de media docena de médicos internacionales que han estado en la Franja y con los que ha hablado EL PERIÓDICO. Medios internacionales como The Guardian, The New York Times o Al Jazeera han hablado con decenas más que repiten un relato similar, por lo que la cifra de niños palestinos muertos por disparos israelíes se sitúa probablemente en centenares o miles.
Seis doctores (de Estados Unidos, Reino Unido o España) han aportado a este diario un gran volumen de imágenes, en su mayoría demasiado crudas para publicar. El material incluye fotografías de las heridas de los menores o tomografías y rayos X en los que se identifica la posición de la bala para extraer en los casos en los que era operable, o instantáneas del proyectil ya extraído. También incluyen imágenes del registro de quirófano en los que consta, entre otros datos, nombre, edad y tipo de herida de los pacientes.
Doctores que atestiguan la matanza
En medicina se llama “la caja” a la parte del cuerpo humano que forma el rectángulo entre los hombros y las caderas. Ahí residen los órganos vitales, junto con el cerebro. Cuando el pequeño cuerpo de un niño recibe una bala en la caja o en la cabeza, sus oportunidades de salir con vida son muy escasas.
Foto de la herida de bala de una niña de cuatro años en Gaza. Cortesía: doctora Ayesha Khan / Cortesía: doctora Ayesha Khan
A la mayoría de los niños gazatíes que reciben un balazo no se les extrae el proyectil, salvo que haya un motivo urgente para hacerlo. Lo que se hace es controlar el daño que ha hecho la bala en el trayecto por el cuerpo del pequeño, según explica Thaer Ahmad (Chicago, 1987), médico estadounidense de origen palestino, experto en emergencias traumatológicas, que ha servido como voluntario en Gaza, la última en enero de 2024.
Lo que más preocupa siempre es la hemorragia interna que resulta del daño a alguno de los órganos de “la caja”. En la mayoría de los casos, los pulmones colapsan y la cavidad del pecho se llena de sangre. Entonces hay que abrir el pecho e introducir un tubo para que drene la sangre y los pulmones puedan expandirse y el niño, respirar.
“He hecho esa intervención más veces en Gaza en tres semanas que en toda mi vida como médico de emergencias de traumatología en mi hospital en 11 años, y eso que está en una parte muy ajetreada de Chicago”, dice por videoconferencia. Una vez estabilizado el paciente, si hay opciones de supervivencia, se hace una radiografía del pecho o un escáner cerebral para ver el daño y el procedimiento que hay que seguir. Este periódico ha visto decenas de esas imágenes y vídeos en los que se aprecian las balas dentro de los cuerpos.

El doctor Thaer Ahmad (chaqueta negra y gris) operando en Gaza. / Cortesía: doctor Thaer Ahmad
Ahmad asegura que la presencia de niños con disparos de bala es constante en los hospitales de Gaza. Él habla con otros doctores palestinos que lo atestiguan. También forma parte de un grupo de una treintena de doctores estadounidenses que, tras su estancia en la Franja, se reúnen y comparten información sobre la situación médica de los civiles gazatíes. “Todos estamos en shock por la cantidad de niños que tratamos o que mueren en Gaza”, afirma. “Es incuestionable: nada de lo que haya hecho un niño justifica un disparo, sea de un dron, de un soldado o de un francotirador”.
El grupo se va a reunir en agosto para ver cómo aumentar la concienciación de lo que Israel está haciendo en el enclave palestino, especialmente entre la ciudadanía estadounidense. Ahmad considera que no conocen o prefieren ignorar el genocidio en Gaza del que su país es actor necesario. Estados Unidos ha enviado decenas de miles de bombas y munición a Israel en estos casi dos años de guerra de destrucción.
Los misteriosos y temibles cubos de tungsteno
Los aviones de combate israelíes lanzan misiles que explotan en el aire y desprenden centenares o miles de pequeños proyectiles sobre una zona. No son balas, pero su efecto es muy similar. Son cubos casi perfectos de unos milímetros de tamaño de un metal recio llamado tungsteno (o wolframio).
La doctora Ayesha Khan manda a este diario un pequeño informe propio titulado: “Niños y mujeres embarazadas con heridas de bala o cubos de tungsteno entre el 30 de noviembre y el 28 de diciembre”, de su estancia en Gaza. Explica por videollamada desde San Francisco las terribles heridas que provocan esos cubos.

La doctora Ayesha Khan en el hospital Al Aqsa en diciembre de 2024 / Cortesía: doctora Ayesha Khan
El 4 de diciembre, llegaron al hospital Al Aqsa, en el centro de Gaza, en el que ella trabajaba, varios niños malheridos. Habían sido atravesados en distintas partes por esos cubos de tungsteno de un misil lanzado por un dron. Uno de los pequeños llegó con la masa encefálica expuesta y falleció en el hospital. Otro, de 12 años, tenía una fractura de voladura en la órbita derecha, aunque no se le pudo encontrar el cubo de tungsteno. Lo salvaron.
“Me parece que fue una acción deliberada. Se produjo en un campo de fútbol donde estaban jugando niños”, opina la doctora desde su casa en California. Al principio de la guerra, dice, las heridas directas de bala en niños eran más habituales. Ahora, las de metralla, como esta de los cubos de tungsteno, son más frecuentes.
Del centenar de intervenciones en las que ella participó en las cuatro semanas en el hospital Al Aqsa solo cinco fueron de balas en niños, afirma esta médica especializada emergencias.
Ella se encargaba de estabilizar a los pacientes, despejarles las vías aéreas o introducirles un tubo para llenar de aire los pulmones, detener hemorragias, y enviarlos al médico adecuado. En ocasiones, reanimarlos. La mayoría de los niños que vio eran muy pequeños, entre cinco y siete años. La mitad de los 2,2 millones de habitantes de Gaza son menores.

Ecografía con la marca del cubo de tungsteno / Cortesía: doctora Ayesha Khan
La doctora Khan ha intentado contarle a sus colegas estadounidenses lo que presenció en Gaza. “No hay muchos abiertos a escuchar. De mi centenar de compañeros, solo uno vino a interesarse por lo que vi en mi viaje. Hice una presentación en la Universidad de Stanford, pero no hubo mucho interés, entre otras cosas porque se me pidió que no la promocionara demasiado”, lamenta. Publicó un artículo en la revista The New Yorker. Envió una carta a la newsletter de su trabajo. Colaboró en un informe para Naciones Unidas con otros médicos sobre la definición médica de un genocidio. Y ahora convive con el trauma que le provocó ver a chavales que jugaban al balón destrozados por cubos de tungsteno.
“Zonas de matar” definidas por líneas invisibles
Joel Carmel (Londres, 1992) es un veterano de las IDF y portavoz de la organización Breaking the Silence, que denuncia los abusos y excesos de la ocupación militar israelí de los territorios palestinos en base a declaraciones anónimas de soldados. A él no le han llegado testimonios específicos de miembros del ejército que hayan disparado ni visto disparar contra niños en Gaza. “Normalmente los soldados tardan un tiempo desde que terminan de servir en Gaza y se acercan a nosotros para contarnos cosas. Es un proceso. Además, conseguir testimonios de disparos a civiles siempre suele ser más complicado, la gente tiene miedo de la repercusión”, explica en conversación por videoconferencia desde Jerusalén. “Lo que sí tenemos es una gran cantidad de información sobre cómo pasan estas cosas y cómo se aplican las reglas de ataque. Los soldados nos explican cómo suelen disparar y lo que son las llamadas “zonas de matar” (kill zones)”.
La existencia de esas “zonas de matar” también ha sido corroborada por investigaciones periodísticas como la del diario Haaretz. “Israel ha creado kill zones en Gaza en las que dispara a todo el que entre”, se lee en un artículo de marzo de 2024. “El ejército dice que ha matado a 9.000 miembros de Hamás. Soldados y oficiales del ejército aseguran, sin embargo, que muchos son civiles cuyo único delito ha sido cruzar una línea invisible dibujada por las IDF”. En otro artículo, se detalla cómo los altos mandos del ejército han ordenado a sus soldados disparar contra los palestinos que se acercan a los escasos puntos de distribución de comida establecidos por Israel. “Es el colapso total del código ético de las FDI”, ha dicho uno de los soldados.
Según Joel Carmel, el problema es que esas zonas excluidas para los palestinos son muy difíciles de identificar. Y la orden en Gaza es disparar a cualquiera que se acerque a ellas. La lógica es la siguiente, explica: se avisa a la población de que no se puede entrar en una zona, lanzando panfletos por el aire, o con mensajes de texto o en redes sociales. Si un palestino entra en una zona prohibida, ya no es inocente: se le dispara. “La mentalidad del ejército es que si está ahí, trama algo. Eso es una locura, porque hay mucha gente que está por otras razones más allá de ser un terrorista. Se puede comprender quizá, porque teman por sus vidas. Eso le da a los soldados una suerte de red de seguridad. Y luego hay grandes márgenes de discreción”, relata.
Durante el entrenamiento, a los efectivos se les dan instrucciones específicas, como el hecho de que ante mujeres y niños se debe disparar al aire. Pero todo depende mucho del espíritu del comandante del batallón, lo que en hebreo llaman ruach hamefaked. Él es quien está sobre el terreno con los soldados, al mando de dos o tres compañías, en total unos 100 soldados. “Hay algunos más motivados y más agresivos, y entonces empiezas a ver un patrón en esa unidad”, afirma. ¿Le parece creíble que se dispare sistemáticamente a niños en Gaza? “Es difícil de saber. Los políticos y medios de la derecha israelí dicen constantemente que no hay inocentes en Gaza. Estoy seguro de que hay soldados sobre el terreno que así lo creen y actúan en consecuencia. Basta con que uno diga que se sentía amenazado. También está la cuestión de que se les permite disparar a los “varones en edad de luchar”, pero sin definir la edad. Y que parte de los disparos se realizan desde distancia”.
Nos apunta a un testimonio de su reciente informe “El perímetro”. Un soldado describe la laxitud de las normas de disparo: la escena se ubica en una posición defensiva básica abandonada por las IDF. Llegan las excavadoras, definen un pequeño cuadrado que protegen con arena y sacos terreros, están allí unos días y se van. Si algún palestino se acerca, se le considera sospechoso y se le dispara. “Pero habíamos dejado restos de comida, en concreto hubeiza [una hierba comestible]. Los palestinos tenían hambre y fueron a cogerla. Pero el comandante dijo: no, se están escondiendo, y les dispararon”, dice el soldado.
Material médico de extraperlo de la doctora Rose
En su primer viaje como voluntaria a Gaza, en marzo de 2024, la cirujana plástica británica Victoria Rose (Londres, 1972) consiguió entrar con 15 maletas llenas de material médico, a través del paso egipcio de Rafah.
Todo ha empeorado desde entonces, cuenta Rose por videollamada desde Londres. En agosto de ese mismo año, Israel ya controlaba todos los pasos y la franja estaba cerrada a cal y canto. La doctora introdujo de estraperlo una maleta con lo básico para operar: tijeras, fórceps, instrumentos de microcirugía. Su tercera ronda, en mayo de este año, fue aún peor. No pudo pasar con prácticamente nada. No tenía ni vendas, ni analgésicos, pocos antibióticos… “Escuchabas constantemente a los niños llorar de dolor”, dice. Y los niños son la mayoría de sus pacientes en el Hospital Europeo de Jan Yunis: el 60%, estima.

Victoria Rose con un niño palestino recien operado / Cortesía: doctora Victoria Rose
Ella es, de todos los doctores consultados, la que menos casos de niños con herida de bala relata, pero los ha tenido. Esta sanitaria tiene claro que los niños palestinos reciben disparos de forma sistemática en Gaza. “No hay lugar a dudas, yo lo he visto: se está disparando a niños. Lo que cuentan los familiares de lo que ha ocurrido es siempre consistente con las heridas que tratamos”.
Recuerda a un niño de unos seis años herido de bala en una mano por el disparo de un cuadricóptero. Ella pudo sacarle el proyectil sin problema y el pequeño sanó. Y a otro de diez años que tenía dos balas en los muslos, que también pudo ser operado. Rose nos muestra la bala que sacó, metida en una probeta. En su último viaje, en mayo, comenzaron a llegar menores adolescentes con heridas de balas israelíes, “chavales de 14 o 15 años” que habían ido a buscar comida al GHF [Centro Humanitario de Gaza, una compañía militarizada de distribución de alimento israelo-estadounidense], que acababa de ponerse en marcha.
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