Hace apenas dos días, la selección española femenina de fútbol finalizaba como subcampeona la Eurocopa de naciones. Suiza veía rozar la gloria a una generación única, que de esta manera, sigue en lo más alto tras el título mundial obtenido en 2023 y el de la Nations League de 2024.
Dos entorchados y una final, en la que únicamente la tanda de penaltis evitó que esta última se convirtiera en un tercero, que les otorga ya la vitola de ser uno de los equipos más importantes en la historia del deporte español. Un grupo donde han entrado y salido jugadoras, pero que sigue sin perder fuerza, ya que lo hace con la llegada de deportistas que ya vienen sumando triunfos desde las categorías inferiores, lo que hace que estas transiciones sean más sencillas y mantengan el alto nivel al que se ha llegado.
Un éxito en resultados, que ha venido de la mano con el aumento en la notoriedad y relevancia del balompié practicado por mujeres. Pero posiblemente, lo más importante, es ver a niñas y a niños con camisetas de estas futbolistas y sabiendo y reproduciendo el nombre de muchas de ellas.
Una circunstancia que puede hacerse equiparable a la selección nacional de baloncesto, que después también de sufrir un cambio generacional en la mayoría de sus componentes, hace apenas unas fechas se colgaban una brillante medalla de plata continental con unas jugadoras, que de forma habitual, ya sabían lo que era subir al pódium en las categorías de formación. Un balón naranja, que afortunadamente, acumula un gran seguimiento y repercusión, no muy lejos del que tienen las futbolistas.
Sin embargo, en contra de lo que sucede con los casos anteriores, hay otros equipos, incluso más laureados, que no tienen el foco puesto como deberían pese a su brillante hoja de servicios. El waterpolo es claro ejemplo de esta situación. Un grupo, que hace apenas unos días, volvía a sumar una nueva presea, en esta ocasión en el campeonato del Mundo de Singapour. Un bronce que alarga una trayectoria, que desde hace 18 años, suma la friolera de 3 medallas olímpicas (1 oro y 2 platas), 6 mundiales (1 oro, 3 platas y 2 bronces) y 6 europeas (3 oros, 2 platas y 1 bronce). Unos guarismos dignos de una disciplina que debería llenar las piscinas a lo largo del país.
Si tanto en fútbol como en baloncesto, el crecimiento en audiencias televisivas y en asistentes a pabellones y campos, ha ido subiendo paulatinamente, en waterpolo no se está viendo el resultado de toda la gloria que le está aportando al deporte español.
¿Y cuál es el motivo para que esto suceda?. Con el boom del deporte femenino español, el epicentro de este movimiento parece haberse centrado casi exclusivamente en el fútbol. Exposición audiovisual y prime times televisivos, han hecho que el público en general tenga acceso más sencillo a sus competiciones. El apoyo de grandes empresas, quienes han dado un serio empujón con su inversión y de las grandes instituciones del Estado, incluso con su presencia en momentos destacados, han ido consiguiendo que siga este exponencial crecimiento.
Pero seguramente estamos perdiendo una oportunidad. La oportunidad de equiparar y que otros deportes como el waterpolo o el balonmano, por ejemplo, puedan aprovechar su estela y tener esos mismos “privilegios”, para de este modo, poder vivir una situación similar y el crecimiento sea realmente global.
Aún estamos a tiempo. Es el momento de la verdad y de no perder una ocasión única y que igual, posteriormente, es difícil de volver a vivir.
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