Suna ha entrado en la habitación de su hermana con el corazón roto. Ha sido su gran día, su pedida de mano, pero Seyran no ha estado a su lado como esperaba. Ha venido a buscar respuestas y la conversación ha acabado estallando en reproches.
Seyran apenas ha podido hablar. Suna le ha echado en cara que no sonriera ni una sola vez, que bajara seria, incapaz de alegrarse por ella. “¿Para eso has venido? ¿Para incomodarme?”, le ha dicho, dolida.
La tensión entre las hermanas ha crecido. Seyran ha intentado calmar la situación. Le ha dicho que no aprueba el matrimonio con Kaya y que ya se lo había dicho. Pero Suna ha sentido que ni siquiera hoy ha hecho un esfuerzo por apoyarla. “Hoy es el mejor día de mi vida”, le ha recordado. “Por primera vez alguien me ha defendido delante de mi padre”.
Seyran ha explotado. Ha confesado que está al límite, que tiene la cabeza hecha un caos por todo lo que está pasando con Ferit. Ha mostrado las pruebas que ha recibido, dejando claro que no sabe si alguien quiere separarlos o si Ferit le ha vuelto a fallar.
Pero a Suna le ha dolido más otra cosa: que su hermana haya dejado de estar con ella. “Ni siquiera intentas disimular tus sentimientos”, le ha reprochado. “Hoy solo necesitaba que fingieras que estabas feliz por mí, pero no has sido capaz”.
Seyran, llorando, le ha dicho que lo siente. Pero ha sido tarde. Suna ya se había alejado. Ya no ha querido escuchar más. Esta vez, las hermanas han terminado más distanciadas que nunca.