Un «me aburro» a la salida del cine un domingo a las ocho de tarde, regresando a casa, andando por la calle con sus padres y su hermano. Un «me aburro» a las cinco de la tarde, al volver del ‘casal’ donde ha pasado el día jugando con sus amigos. «¿Qué haremos esta tarde». Un «¿Y, mañana, ¿cuál es el plan?», un viernes a las once y media de la noche, todavía saliendo de la terraza en la que ha cenado y brincado con sus amigos. Un «nos aburrimos, ¿qué podemos hacer?«, un sábado a las cuatro de la tarde, en casa de los abuelos, tras una comida familiar con primos de la misma edad…
Estos son solo algunos ejemplos elegidos entre los muchos -muy similares- recogidos este julio a las pocas semanas del inicio de las largas vacaciones escolares al hacer un llamamiento en unos pocos grupos de ‘whatsapp’ de madres y padres con niños entre 5 y 15 años. La pregunta que sigue es prácticamente siempre la misma: ¿qué pasa con los niños de hoy día, que parece que «ya no saben aburrirse»?
Los psicólogos apuntan a que los padres, al detectar un problema, intentan taparlo sin dar tiempo a los niños a gestionarlo por ellos mismos, algo que sucede tanto con el aburrimiento como con la rabia
Roger Ballescà, coordinador del ComitÉ de Infancia y Adolescencia del Colegio Oficial de Psicología de Cataluña, no duda al responder a la pregunta: al nacer, un bebé es idéntico ahora que hace 100 años; lo que ha cambiado es nuestra forma de ejercer la paternidad. «Se señala a los niños diciendo que no toleran la frustración, cuando son los padres los que no toleran que los niños se frustren», resume, convencido, el psicólogo infantil, quien advierte otra diferencia importante: ahora tenemos al alcance una serie de dispositivos, del móvil a la tablet, que antes no existían y que nos facilitan un entretenimiento disponible las 24 horas del día los siete días de la semana en cualquier lugar.
La necesidad de «dar tiempo»
A ojos de Ballescà, el problema es que no toleramos el malestar de los hijos «en general». «En cuanto vemos que tienen un problema queremos solucionárselo y no les damos tiempo a gestionarlo por ellos mismos. Y eso vale para todo: el aburrimiento, la pena, la rabia…», apunta. Y es un hecho objetivo que en verano los niños tienen más tiempo libre y que los progenitores tienen que decir si dejan que los niños «inventen» su forma de gestionar parte de su día o buscan ellos las soluciones.
Para permitir que el aburrimiento sea la puerta de entrada a la imaginación, el adulto tiene que saber tolerar un tiempo de transición, resistir a los «me aburro» sin darles una pantalla o llenarles la agenda de planes
«Pasa algo similar con los deberes de matemáticas. Ante una suma, podemos hacérsela nosotros o dejarles tiempo para que encuentren la solución. No se lo tenemos que resolver todo, tenemos que tolerar ese tiempo de transición. Después de un rato de malestar y queja, si no les ofrecemos la solución nosotros, empezarán a inventar ellos algo. Pero los adultos tenemos que saber tolerar ese tiempo de transición», continúa. Es decir, resistir a los insistentes «me aburro» sin darles una pantalla (o ampliarles el tiempo límite en el control parental de su propio móvil, a los más mayores) o llenarles, los adultos, la agenda de opciones y planes.
«Crecer de manera autónoma»
«El aburrimiento es la puerta de entrada a la creatividad, si estás aburrido, buscas algo que te motive; es una gran oportunidad para crecer de manera autónoma. No podemos resolver todos los problemas de nuestros hijos. El aburrimiento no deja de ser un pequeño problema, una incomodidad que tienen que resolver ellos solos», zanja.
El aburrimiento no deja de ser un pequeño problema, una incomodidad, que tenemos que dejar que los niños resuelvan solos
Sobre el tema reflexionan varias madres. Porque en la maternidad, como en tantas otras cosas, una cosa es la teoría y otra la práctica, aunque en esta ocasión las conclusiones son muy parecidas. A Marta, barcelonesa de 45 años, madre de dos niños de 11 y 13 años y profesora de instituto, el ‘me aburro’ es un tema que le preocupa mucho «por su intensidad y frecuencia». «Es algo que también existía en nuestra generación, pero antes no esperábamos de nuestros padres que nos entretuvieran», señala la mujer, quien ve ahí una diferencia clara con los niños de ahora. «Me aburro, en realidad, significa ‘mama, entretenme», opina la docente. «Los niños entienden la diversión como un derecho cuando no lo es; ven que estar entretenidos es un derecho porque en su mundo todo el rato tienen que estar pasando cosas, tiene que haber un estímulo constante y, si no lo hay, es como que les falta algo«, reflexiona.
«Los niños consideran que estar entretenidos es un derecho porque en su mundo todo el rato tienen que estar pasando cosas, tiene que haber un estímulo constante, sino es como que les falta algo»
Desde Madrid, Ana, madre de una adolescente de 14 años que «nunca ha sabido entretenerse sola», tiene una mirada muy similar. Recuerda que eso que hacen otros niños, como ponerse solos a jugar con los ‘legos’ o a pintar, su hija nunca lo hizo. Desde pequeña necesitaba a alguien que jugara con ella y, cuando no nadie podía hacerlo, «el ‘me aburro’ era tremendo», rememora. «De amargarse, de insistir en que no sabía qué hacer...», continúa su relato Ana, quien apunta que ahora que es más mayor «sigue igual, lo que pasa que no lo expresa tanto».
Ana achaca el problema a dos cosas, que coinciden con lo detectado tanto por Ballescà, como por Marta. Por un lado, a que desde muy pequeña siempre han jugado con ella. «O su padre o yo dejábamos lo que estuviéramos haciendo en casa para sentarnos en el suelo a jugar con ella», reconoce. Por otro, está el hecho de «tener siempre la agenda llena de planes». «A diario, durante el curso, no les da tiempo a aburrirse, y los fines de semana son que si ahora vamos al cumpleaños de no sé quién, ahora vamos a esta actividad en la biblioteca, luego al museo…, y cuando llega un fin de semana en el que no hay ningún plan es un constante «me aburro, me amargo, con una cara hasta los pies».
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