La ecuación que asocia el reguetón y la música urbana latina a banalidad lírica, sexismo y producciones de todo a un euro salta por los aires cuando hablamos de Bad Bunny. Con su último álbum, ‘Debí tirar más fotos’, el puertorriqueño ha colado en el ‘mainstream’ sonidos y ritmos autóctonos, con referencias a géneros populares como la plena y la bomba, acompañando un cuerpo narrativo de rotunda defensa de la identidad isleña frente a las amenazas modernas: neocolonización yanqui y gentrificación, con ese combinado de turistas y ‘expats’ que desplaza a la población autóctona y dispara precios. ¿Les suena?
Su última llamada es explícita: “Compra local”, publicó días atrás en las redes, espoleando la sensibilidad hacia los tejidos comerciales y los productos de la isla y coincidiendo con su primera andanada de conciertos, nueve, en el Coliseo de San Juan de Puerto Rico (aforo de 18.500 espectadores). ‘Shows’ con entradas solo disponibles para residentes en el país, a los que seguirán otros 21 entre agosto y septiembre, estos abiertos al público internacional. En particular el de Estados Unidos (donde viven 5,9 millones de puertorriqueños, casi el doble de la población de la isla). El país del dólar está deliberadamente excluido de esta gira mundial que el año que viene pasará por el Estadi Olímpic (dos noches) y por el madrileño Metropolitano (diez). “No es necesario”, declaró Bad Bunny a ‘Variety’.
Efecto turístico
Este modo de hacer no le libra de ciertas contradicciones: la prensa local se relame con esos 200 millones de dólares que traerán estos visitantes en un período del año que resulta ser temporada baja, y los 3.600 puestos de trabajo derivados de todos esos conciertos. “Bonanza turística por el ‘efecto Bad Bunny’”, titula el diario más importante del país, ‘El Nuevo Día’, en aparente roce con el fondo de canciones recientes como ’Turista’, que traza paralelismos entre una relación sentimental fallida y la falta de corazón atribuible a los visitantes: “En mi vida fuiste turista / Tú solo viste lo mejor de mí / Y no lo que yo sufría”.
Pero Benito Antonio Martínez Ocasio, Bad Bunny, fue el tercer artista más escuchado en 2024 en Spotify en todo el mundo (tras Taylor Swift y The Weeknd), y el primero de los latinos, y llama la atención cómo ese creciente estatus global ha ido parejo a su elevación del tono en materia sociopolítica. Esos turistas que vayan a verlo se toparán con conciertos salpicados por mensajes concienciadores desde la misma apertura con un tema nuevo, ‘Alambre púa’, cuyo video culmina con la sentencia ‘No me quiero ir de aquí’. Las referencias a un Puerto Rico que se escapa de las manos de sus habitantes son constantes, con muestras tan claras como ese aviso a navegantes llamado ‘Lo que le pasó a Hawaii’: “Quieren quitarme el río y también la playa / Quieren al barrio mío y que abuelita se vaya”.
‘Expats’ libres de impuestos
En realidad, esa línea de canción protesta no es nueva en la obra de Bad Bunny, que ya en 2018 dedicó su sarcástico ‘Estamos bien’ a las víctimas del huracán María y que, un año después, compartió con Residente una canción enfurecida, ‘Afilando los cuchillos’, donde ambos exigían la renuncia del gobernador Ricardo Rosselló (señalado como “incompetente, homofóbico, embustero, delincuente”). Su álbum ‘Un verano sin ti’ (2022) dio pie a un elaborado video de 22 minutos en torno a la pieza ‘El apagón’, donde rastreaba el desplazamiento de población autóctona en ciertos barrios-caramelo del San Juan antiguo, como Puerta de Tierra, con antiguas viviendas convertidas en apartamentos de lujo, y denunciaba los efectos de la Ley 22 (ahora, 60), que exime a los estadounidenses de pagar ciertos impuestos si se instalan en la isla.
En esta canción se oye la voz cantante de su pareja entonces, Gabriela Berlingeri, para reforzar el acento personal del relato. Y en esa línea está el montaje audiovisual que acompaña a ‘Debí tirar más fotos’, en defensa de una soberanía de Puerto Rico llevada también al plano cultural y lingüístico, con la denuncia del paulatino avance del inglés (delicioso el diálogo de besugos con una dependienta anglófona monolingüe en una tienda de comida rápida). La canción que cierra el álbum, ‘La mudanza’, insiste en el enraizamiento isleño: “De aquí nadie me saca / De aquí yo no me muevo / Dile que esta es mi casa / Donde nació mi abuelo”.
Bofetón al machismo
Mensajes que configuran a un Bad Bunny que resulta estar muy alejado del cliché prejuicioso del reguetonero ‘random’. También en sus rimas relativas a los roles de género, como en su clásico ‘Yo perreo sola’ (2020) o en ‘Yo no soy celoso’ (2022): “Me pongo celoso sin razón y eso es machismo, ¿eh? / Un bofetón pa’ mí mismo”. Y en el lenguaje musical utilizado, expandido un poco más en ‘Debí tirar más fotos’, donde rinde homenaje al histórico grupo El Gran Combo de Puerto Rico (en ‘Nuevayol’) y reivindica ritmos autóctonos como la plena en ‘Café con ron’ (con el grupo Los Pleneros de la Cresta).
Hay que tener en cuenta todo ello a la hora de tratar de descifrar el fenómeno, todos esos estadios vendidos allá y aquí, que tanta perplejidad (e ira) han generado. ‘Debí tirar más fotos’, y todo lo que le acompaña, propulsa a Bad Bunny como una figura cultural trascendente, dejando muy atrás el nicho del reguetón. “Se está convirtiendo en el gran icono hispanoamericano”, considera el periodista musical Oriol Rosell, autor del libro, recién publicado, ‘Matar al papito. Por qué no te gusta el reguetón (y a tus hijos, sí)’, que ve en su obra “una especie de síntesis total panamericana” y cree que hará que “mucha gente empiece a escuchar las cosas de otra manera”.
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