Un cambio de paradigma en la sociedad que responde a aspectos que van desde los meramente económicos a los sociológicos y los generacionales ha provocado que ya no se hable del síndrome del nido vacío, esa tristeza que asolaba a padres y madres por la repentina marcha de sus vástagos en pos de una vida independiente. Ahora son más los progenitores que ven que la convivencia con sus pequeños –que ya no lo son tanto– se prolonga más allá de lo previsto, con los conflictos y fricciones que ello puede ocasionar.
Las consecuencias de ese nuevo síndrome son, básicamente, un considerable aumento de la tensión en el hogar familiar. Por un lado, los hijos parecen no querer –o poder– enfrentarse a las responsabilidades de la vida adulta. Por el otro, los progenitores asisten con frustración y desgaste a una situación incómoda que, poco a poco, se ha ido generalizando. El nido está lleno y los gastos aumentan en un espacio reducido.
¿Por qué los hijos no se van de casa?
¿Por qué los hijos ya no se van de casa? Los motivos son varios y no parece que la situación vaya a cambiar en breve. No es solo que muchos de los jóvenes que se integran en el mercado laboral no encuentren la forma de independizarse por el difícil acceso a la vivienda o los salarios insuficientes; el quid de la cuestión es que muchos, simplemente, no quieren hacerlo o prefieren retrasar ese momento hasta contar con la estabilidad económica suficiente. Y ésta, hoy en día, tarda en llegar.
El nido que antes se vaciaba rápidamente por las incomodidades de compartir espacio con hermanos y hermanas ahora resulta ser un lugar cómodo y muy acogedor. No solo están a gusto físicamente en un espacio propio, con privacidad y todo tipo de diversiones tecnológicas, es que la casa de papá y mamá es un refugio frente al mundo exterior: problemas, responsabilidades y frustraciones.
Gonzalo Bernardos es profesor de Economía en la Universidad Autónoma de Barcelona y experto en vivienda. Recuerda, antes de analizar la dramática situación inmobiliaria –que es evidente–, que la forma en la que los jóvenes manejan sus finanzas también ha cambiado mucho en el plazo de no más de 30 años. Si antes el objetivo era tener una pareja estable con la que plantear la compra en común de una vivienda antes de irse de casa, ahora se piensa más a corto plazo. «Los chicos y chicas tienen hoy en día una mayor capacidad de gasto porque destinan casi todo su salario al ocio. Si sucede algún imprevisto, y siempre hablando de forma general, ahí están sus padres para ayudarles», indica.
Es decir, los padres y madres son en buena parte responsables de que sus hijos se sientan tan cuidados y cómodos en su nido familiar como para dejar para un hipotético «más adelante» eso de echar a volar en solitario. Perpetúan su protección mucho más allá de la adolescencia y, por lo tanto, cobijan bajo sus amorosas alas a hijos e hijas cuya adolescencia también se alarga indefinidamente. La consecuencia: en España existen actualmente adolescentes de 35 años o más.
Un joven jugando a un videojuego. / Europa Press
Otro modelo de familia
El modelo de familia también ha cambiado. De núcleos con varios hermanos se ha pasado a la dinámica de los hijos únicos. Si antes era la madre la que, en la inmensa mayoría de los casos, se encargaba de las responsabilidades familiares, ahora –y por fortuna- la tendencia es hacia una mayor implicación de ambos progenitores en la crianza de los hijos. A esa situación hay que sumar la necesaria intervención de los abuelos y otros miembros de la familia. Es un recurso a veces imprescindible para cuadrar los horarios laborales con los escolares y demás actividades deportivas. El instinto de sobreprotección, por lo tanto, se expande hacia otros miembros del entorno familiar. Actualmente, hay muchos más pájaros cuidando de los polluelos, no solo dos.
«En tan solo 30 años, todo ha cambiado en España. Los boomers, aquellos nacidos entre 1946 y 1964, han sido padres y madres y ahora sus hijos tienen entre 20, 35 y 40 años», resalta Bernardos. Son adultos que han mejorado significativamente sus condiciones de vida respecto a sus propios progenitores, pasando de una economía precaria en la que la única opción era trabajar sin descanso para salir adelante a una vida estable con espacio para el ocio, las vacaciones, los viajes y hasta ciertos lujos de vez en cuando.
Entra dentro de lo natural y lo comprensible que hayan querido dar las mejores oportunidades a su prole. «El problema llega cuando se trata de evitar a toda costa que cometan los errores que nosotros cometimos. Aprender sin fallar está al alcance de unos pocos», reflexiona Bernardos.
Poco preparados para la frustración
En el otro lado de la balanza está la queja de los empresarios: los jóvenes no se comprometen con su trabajo y las bajas laborales en la franja de edad que va de los 16 a los 24 años son más frecuentes que las de la población trabajadora de entre 55 y 64 años. «Muchas son bajas por ansiedad porque tienen una menor tolerancia a la frustración, algo que está directamente relacionado con esa sobreprotección paterna y materna», opina Gonzalo Bernardos.
Por lo tanto, los problemas de acceso a la vivienda explican, solo en parte, la proliferación de este síndrome. No obstante, la humanidad ha vivido grandes cambios en las últimas décadas y la pandemia también tiene que ver con este fenómeno. El catedrático de Psicología de la Universidad de La Laguna (ULL), Juan Capafons, ha centrado buena parte de su carrera profesional, precisamente, en el estudio de la conducta de los jóvenes. Alerta de que desde la crisis sanitaria se han incrementado los trastornos del estado de ánimo y lo que se conoce como el trastorno por adaptación, una especie de estrés postraumático menos potente. Así, «cuando los jóvenes no logran alcanzar sus metas, como la de emanciparse, sufren un estrés mayor».
Más allá de lo económico
La situación del mercado inmobiliario no ayuda. Es más, da lugar al escenario perfecto para el síndrome del nido lleno. Es otra piedra más en el camino hacia la dependencia. Una loza enorme, de hecho. La falta de políticas de vivienda en España durante años ha hecho que los problemas no hagan más que crecer. En 2006 se construyeron en España 715.000 viviendas, convirtiendo a ese año en el de mayor creación de parque inmobiliario. Sin embargo, en 2013 únicamente se levantaron 45.000 casas, lo que supuso una caída del 90%. No hay viviendas nuevas pero la oferta de alquiler tampoco es suficiente. A eso se añade la «alta movilidad» de la población, la llegada de trabajadores de otros países y los bajos salarios. No hay oferta, ergo suben los precios.
Pero vivir con los padres más allá de los 20 años no es reflejo únicamente del preocupante panorama económico, sino que puede generar conflictos en el seno familiar que se incrementan debido a la atmósfera de crispación que parece afectar a buena parte del planeta.
Sin lugar a dudas, se trata de una situación que cada vez afecta a más personas en España, pero Capafons recuerda que no se trata de un síndrome como tal. «Es importante darle un nombre a las cosas, porque se le otorga relevancia, pero tampoco podemos exagerar en el planteamiento», alerta. También advierte que es necesario asumir las diferentes personalidades que existen. «Desde la Psicología debemos tratar de no patologizar este fenómeno para no agravarlo más». Así, insiste en que se trata de una situación que se puede dar entre personas totalmente sanas pero entre las que se generan discrepancias por tener que alargar la convivencia más allá de lo que ha sido habitual hasta hace unos años.
Una evolución natural
La aparición de este síndrome del nido lleno responde, en opinión del catedrático, a la evolución natural del ser humano, las sociedades y la historia de la humanidad. «Hasta hace poco, la evolución natural hacía que la gente joven se terminara independizando, pero determinados contextos y circunstancias sociales han hecho que esta realidad se altere», concluye el profesional quien destaca entre los factores que desencadenan en el síndrome «el retraso para acceder a la independencia económica y laboral».
Desde el punto de vista psicológico, reconoce que hay personas que pueden llevarlo mejor o peor. «La capacidad de adaptación de cada persona, sea hijo o padre, se observa como un fenómeno nuclear», reflexiona el psicólogo quien advierte que hay tantas formas diferentes de afrontarlo como personas en el mundo.
Los expertos recomiendan el diálogo y la «escucha activa· para los padres e instan a las familias que pasen por tensiones de este tipo a acudir a la consulta de un psicólogo
Un perfil propenso
A pesar de que no es defensor de generalizar, también reconoce que existen características que pueden llegar a establecer un perfil de jóvenes propensos a protagonizar ese síndrome del nido lleno. Se trata de personas con una alta dependencia emocional. «Ese perfil llevará genial vivir con sus padres a cualquier edad«. Añade que son, además, personas que, desde el punto de vista patológico, precisan de una aprobación constante de sus seres queridos. «En esos casos, compartir vivienda con los progenitores se acepta y causa poca angustia», resume.
Si esos perfiles dependientes se repiten en el caso de los progenitores, la convivencia será serena. Si, por el contrario, se presentan planteamientos opuestos «el conflicto está garantizado», alerta Capafons. Por todo ello, la convivencia se puede ver muy perturbada en algunos casos, en los que son habituales las reacciones de irritabilidad y situaciones de ira «que no siempre son bien controladas».
En cuanto al regreso al hogar familiar después de haberse independizado durante una época, Juan Capafons asegura que no hay grandes diferencias. «Está claro que va a ser necesario un periodo de adaptación y un reajuste pero, en lo esencial, hay personas que tienen mayor capacidad para afrontar los problemas que otras».
Afrontar los conflictos
El experto es consciente de los conflictos que puede generar que los hijos vivan con sus padres más allá de la adolescencia. Precisamente por ello recomienda a las familias «huir de la etiqueta de que las discrepancias son negativas». «La discrepancia es connatural al ser humano», sentencia el catedrático, quien llama a «desdramatizar y despatologizar los conflictos» que han acompañado al ser humano a lo largo de toda la historia.
Consejos para los padres
En este punto, es importante la forma de proceder de los progenitores: «No es igual discrepar con un hijo que tiene tres años y no se quiere comer la papilla, con otro que tiene 11 y quiere salir o con un hijo de 26 años que, viviendo aún en casa de sus padres, quiere hacer su propia vida».
Tras más de cuatro décadas ejerciendo la Psicología, Juan Capafons se atreve a realizar una radiografía del perfil de personas que solicita ayuda profesional cuando surgen tensiones en la convivencia familiar.»Hoy por hoy, los jóvenes encuentran muy sencillo asistir a un psicólogo para hablar sobre estos y otros problemas», celebra el profesor universitario. Lamenta, no obstante, que los progenitores, personas de más de 50 años, «nunca han acudido a una consulta y no comprenden que podemos ayudarles en este sentido». Indica que los padres pueden llegar a sentirse «muy indefensos» o «incapaces de manejar esa situación» pero no se les ocurre –o no se atreven– a pedir ayudar.
Sin embargo, más allá de acudir a profesionales, Capafons invita al diálogo y a la escucha activa. «Esto va sobre todo por los padres y madres, que quieren explicar mucho, instruir, asesorar, trasmitir conocimiento e información a sus hijos pero en muchas ocasiones no son receptivos y no escuchan lo que tienen que decir».
«Profundamente injusto»
Más allá de sus conocimientos psicológicos, Capafons considera «profundamente injusto que los chavales de 20, 25 o incluso 30 años no tengan la capacidad de encontrar una vivienda o un puesto de trabajo» y, sobre todo, porque es consciente de los problemas que puede generar una situación tan conflictiva.
Más allá de lo que pasa con la vivienda, el psicólogo trata de quitarle hierro al síndrome del nido lleno: «Estamos hablando de un nido lleno de gente que se quiere y, por tanto, vale la pena que, con una emoción tan potente como es el amor, cuidemos y cultivemos esa relación de padres e hijos, aunque esta se alargue más de lo normal en el tiempo».
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