Doscientas personas o bastantes más se reunieron ayer en un comedor para agradecer al doctor Antonio Server su entrega y dedicación por la sanidad pública: más por las personas. Por sus hábitos y su generosidad, siempre desinteresadas. Sus amigos, conocidos y colegas dicen que tiene un corazón de oro. Ayer cumplió setenta primaveras y se jubiló. A la cita arribaron amistades, colegas, hosteleros, militares y empresarios. El patio del restaurante olía a azahar y se notaba el placer del cariño. Este personaje entrañable ha recorrido más de medio mundo con una cámara fotográfica colgada del hombro.
El doctor junto a Jose Antonio, mayor jefe de sección de Admisión del Hospital de San Juan y sentado don Vicente Castelló, dueño del restaurante Nou Manolín. / Rafa Arjones
El doctor Antonio Server Gómez ha colgado la bata. Se ha jubilado. Ayer, bastante más de doscientas personas se reunieron en el restaurante Finca Santa Lucía, en San Juan, para agradecerle su profesionalidad, cercanía, buen trato y su paciencia, que han facilitado la atención a los usuarios y a sus familiares del Hospital General Universitario Doctor Balmis y en cada una de las consultas y clínicas en las que ha trabajado durante un cuarto de siglo años. Un cálido homenaje de despedida amable a un médico bueno que ha desarrollado la mayor parte de su carrera profesional en labores de gestión; entre documentos y organizando la admisión de pacientes, sin fonendoscopio. Siempre ha estado dispuesto a ayudar a los demás dando consejos en plena calle sobre la salud, el arte, la fotografía y en las cosas de la vida. Un buen alicantino. Ejemplar.

Juan Antonio Gómez Moya, informático del Hospital, y, al otro lado, Paco Soriano, el actual gerente del Hospital de Alicante. / Rafa Arjones

Pedro y Carmen del Banco de España y Alberto Miñano, cirujano vascular y jefe QX de la plaza de toros Alicante. / Rafa Arjones
Ha aprovechado el acto de despedida para recaudar entre sus compañeros y amigos 8.480 euros que irán destinados a la Fundación Vicente Ferrer, una ONG comprometida desde 1969 con el proceso de transformación de las zonas rurales más empobrecidas, discriminadas y pobres de la India, uno de los proyectos de cooperación más importantes del mundo.

Con Marina Fuster y Sergio Moratón, delegado en la Comunidad Valenciana y Murcia de la Fundación Vicente Ferrer. / Rafa Arjones

El comisario de Benidorm, Ceferino Serrano, junto a Antonio Server y el comisario provincial de Alicante, Manuel Lafuente. / Rafa Arjones
Formado en la facultad de Medicina de la Universidad de Valencia, se especializó en gestión sanitaria. Hijo y hermano de médicos, lleva casi medio siglo con una bata tan blanca como su sonrisa. Su tesis doctoral, que elaboró durante quince años, sin pausa y pendiente de las barreras físicas, se centró en la adaptación de personas con discapacidad visual en los hospitales: diseñó un modelo para medir la eficiencia de estas medidas. «Los ciegos tienen los mismos derechos que los demás pacientes; en un tema social importante», manifestó Antonio en su primer discurso como doctor en Medicina por la Universidad Miguel Hernández.
Su familia es originaria de Sella. Antonio Server es inquieto, algo tan locuaz como generoso o ingenioso. Le gusta la fotografía; también el arte. Colecciona de todo: pinturas, esculturas, grabados; hasta biblias. También le gusta la caza, la mayor. Durante los meses de pandemia por el maldito coronavirus, cámara en ristre, captó el trabajo de decenas de trabajadores sanitarios en casi todos los espacios del centro hospitalario alicantino. El trabajo, titulado Testigos de excepción, está compuesto por rostros de sanitarios durante aquel tiempo triste, que se expuso en el lucernario del Hospital General y en varias salas de país, incluso las obras se mostraron en el Instituto Cervantes de Kadikoy, en Turquía.
Antonio Server llevaba años como médico adjunto, cinco lustros, en la unidad de Documentación Clínica y Admisión del centro sanitario, entre los archivos y organizando tristes llegadas y mejores las salidas de pacientes. Corazón de oro; amistad de acero. Dice que se jubila. Parece que sólo unos ratos. Antonio seguirá como siempre: con una amabilidad entrañable, con su ojo clínico y dando sus consejos a familiares, vecinos y amigos sobre las cosas de la salud y en bienestar bajo cualquier farola. Una buena persona.

El doctor Server posa con Antonio Arias, vicepresidente y CEO del Grupo Vectalia. / Rafa Arjones
Ayer cumplió setenta años, que no son nada: algo. Dice el personal que ha trabajado con él que es insustituible. Siempre ha sido un ángel de la guarda entre cancelas pegadas a enfermedades.
Ayer lanzó, como siempre, palabras buenas y sin complejos en un discurso repleto de cariño y nostalgia; en un entorno repleto de amigos y compañeros entregados a un hombre entrañable: médicos, personal de enfermería de administración y algún que otro bodeguero. Y amigos de todos los colores.

El doctor Antonio Server y el abogado Mariano Caballero / Rafa Arjones
Ahora, desde un supuesto patio de recreo, dice que quiere escribir cosas sobre la pandemia para fijar en la memoria aquella maldita historia. Ya tiene las imágenes. Su pareja desde hace veinte años, Marina Fuster, enfermera de oficio, que dice que Antonio es capaz de todo. Y tiene razón. O de mucho más.
Los echan de su profesión por el cupo de edad, por viejo, pero se queda un médico simpático y listo con un corazón de oro. Antonio Server es amigo de todos. Y, de vez en cuando, se pondrá una limpia bata blanca y sobre su cuello colgará un fonendoscopio por siempre. Para ayudar a los demás. Además de buen médico es capaz de granjearse el cariño de la gente. Tiene un el alma sensible, amable, de oro. Uno de los mejores tipos que he conocido en la vida, tal vez como su amigo Paco Sirvent.
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