Roca Rey remonta pero no remata y corta una oreja como un ‘enchufado’ El Cid

Con un ambiente de lujo en los tendidos y el cartel de “No hay billetes” colgado, la última corrida de la Feria de Santiago en Santander ofreció una tarde de desigual contenido. La emoción se concentró en los pasajes del primer toro de El Cid, que sustituyó a Cayetano, y de Roca Rey ante el sexto, donde tiró de galones y determinación. Juan Ortega volvió a dejar pasar la tarde sin hallar ni toro ni sitio. 

El Cid fue el más rotundo del cartel. En el primero, un toro justo por delante pero con buen son, planteó una faena muy bien medida, sin alharacas pero con ritmo, temple y profundidad, especialmente al natural. El trazo largo y sereno de los muletazos y una estocada certera justificaron la oreja. 

Al cuarto, un toro de más cuajo y medida condición, le toreó con limpieza y gusto por ambos pitones. La faena alcanzó pasajes de notable clasicismo y temple, pero los aceros —tres pinchazos antes de la estocada— le impidieron cruzar la Puerta Grande. Aun así, El Cid salió ‘enchufado’ de nuevo tras su paso por Cuatro Caminos.

Roca Rey volvió a dejar constancia de su voluntad de estar por encima de las circunstancias, aunque el conjunto no terminara de despegar. En su primero, un animal deslucido y de poca seriedad, buscó impacto en el quite por saltilleras y en un arranque de faena poderoso, tras un brindis emotivo. Hubo emoción en los muletazos circulares, aunque sin una ligazón fluida. Se pidió la oreja tras la estocada, pero el palco no consideró mayoritaria la petición. 

En el sexto, con más presencia, acortó pronto distnacias para exprimir a un toro que embistió con intermitencias. Hubo dominio y cercanías, aunque la faena pecó de previsibilidad. La buena estocada activó los pañuelos y esta vez sí cayó la oreja.

Juan Ortega, en cambio, firmó una tarde muy cuesta arriba. Nunca encontró acople ni con sus toros ni consigo mismo. El segundo, bastote y descompuesto, no ofreció opción; pero Ortega insistió más de la cuenta, y la falta de decisión con la espada terminó por volcar la plaza en su contra. 

En el quinto, un manso sin entrega, volvió a pecar de exceso de tiempo e indefinición. Pinchazo tras pinchazo, enganchón tras enganchón, la sensación fue de impotencia. Acabó su paso por Santander con doble ración de avisos y sendas pitadas.

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