Nacho González pregona las fiestas de Agaete, su «refugio de felicidad»

Soy culeto de corazón. No sé desde cuándo, pero sí que cada vez lo soy más. Este cachito de isla del noroeste de Gran Canaria ha sido el escenario de la mayoría de mis recuerdos asociados a la felicidad. Con ilusión por el encargo, me gustaría hacer un pregón agradecido desde el corazón a la fiesta, la gente, la tierra, el mar y la luz que tanto bienestar y alegría me han generado.

Mis primeros recuerdos de Agaete vienen envueltos entre nubes y olor de pinar seco de verano, en el campamento de Tamadaba. Siendo niño, allí aprendí a perseguir gambusinos, a respetar a la naturaleza, a mirar las estrellas, a patear el pinar desde Sansó a Faneque. Años después, ya como monitor, bajábamos con los niños por la piconera y San Pedro hasta Las Nieves, hacíamos noche, y al día siguiente volvíamos a subir a Tamadaba.

En uno de esos campamentos tuve mi primera experiencia con la fiesta. Una noche, después de dejar acostados a los acampados, un grupo de monitores nos fuimos hasta Agaete. Esa madrugada del 4 de agosto de 1985 bailé mi primera Diana, me zambullí por primera vez en esa marea de brazos, sudor y alegría en la que las olas humanas subían y bajaban al ritmo de la música. ¡Tremendo recuerdo! Ese día no llegué a bailar a La Rama. No sé cómo, ni en qué condiciones, volvimos para ponerle el desayuno a los acampados.

Años después gané mis primeros premios de fotografía. Uno de ellos fue un premio Mejor Serie en el Concurso Villa de Agaete organizado por el ayuntamiento en 1989. Las fotos eran en el recordado bar de Fifi, reconocido entonces en toda Canarias por la mítica cabecera del programa de Nanino Tenderete. Fifi, en su tienda de aceite y vinagre, ya ponía manises y botellines. Con el paso de los años, con la llegada del Perola, el bar se convirtió en el recurrente punto de encuentro del casco de Agaete.

En 1990 gané el premio al mejor carrete del concurso Un día en Agaete. Ese día empecé a desarrollar, sin saberlo, parte de los recursos fotográficos que marcarían mi trayectoria profesional. En un carrete de 24 disparos había que plasmar la identidad de un pueblo. La mayoría de los participantes gastaron todas sus fotos en las primeras horas del día. Yo esperé a la tarde. Y con la maravillosa luz del atardecer de Las Nieves hice casi todas las fotos. De ese carrete quedan unas históricas imágenes del Dedo de Dios, de la pesca artesanal, de la playa, de la construcción del muelle y de unos jóvenes surferos del pueblo en el muro del viejo molino.

Poco a poco me fui enamorando de la luz de Las Nieves, de su mar, de su comida y de su gente.Hasta que se convirtió en mi socorrido lugar de búsqueda de la felicidad. Aquí he celebrado la amistad, la fiesta y el amor, y, desde entonces, este ha sido el primer escaparate de la isla que he mostrado a visitantes y amigos de fuera.

Todos hemos disfrutado de su gastronomía. Desde el rico pescado fresco de El Cápita, las paellas familiares del Dedo de Dios, las interminables tardes en la terraza de Las Nasas… Pero yo me quedo con el trato, el cariño y las cañas del Laguete, donde Yolanda y toda su gente han visto crecer a mis hijos tirando callaos a la orilla de la playa. En su terraza superior he celebrado cumpleaños y memorables “comidas de empresa navideñas” con mis queridos amigos fotógrafos. En las paredes del Laguete cuelga una gran foto en color mía del añorado Dedo de Dios, enfrente de una gran fotografía panorámica en blanco y negro de Paco Rivero que también rinde tributo al monolito.

Su caída, en 2005, me marcó. El Roque Partido había sido mi modelo paisajístico de referencia durante mis primeros años de vida profesional. De jovencito, inconscientemente desafiaba el peligro bañándome bajo los riscos cerca del Dedo de Dios. A pocos metros de él, se formaba una calita de arena negra. Allí, admiraba y fotografiaba su esbelta figura recortada frente al imponente Faneque y a la Cola de Dragón.

Siempre he sentido Agaete como casa. A pesar de no vivir aquí, los culetos me han invitado a su mesa y me han abierto sus ventanas, sus azoteas y su corazón, haciéndome sentir que estoy en familia. De este pueblo, donde todos son primos y los clanes familiares se cruzan, me gustaría destacar cuatro grandes familias que me adoptaron como uno más cuando lo necesité.

Les hablo de los García Álvarez. Felo, Mari y los suyos fueron los primeros que me dieron hospedaje en su costura. Con ellos aprendí, a principios de los noventa, lo que era la fiesta, la parranda y la hospitalidad culeta.

En esa época, los Rosario Godoy contribuyeron a consolidar mi idilio con Las Nieves. La parada en la tienda de Carmencita y Pepito era inevitable. Allí compraba naranjas, quesos, lotería o el imprescindible bakoka. Desde esos años la amistad nos ha unido en todas las facetas de la vida. Siempre con la hospitalaria y cariñosa presencia de Lali, Jose y María, bajo la atenta mirada de la ventana de Las Nieves. Los tres eran unos orgullosos disfrutones de La Rama y su alegría. El destino quiso que Lali nos dejara hace dos años justo antes de empezar a bailar la fiesta que más quería. Desde entonces, cada volador de la Diana, cada baile de La Rama, cada baño en Las Nieves está unido a su recuerdo.

También el amor quiso que durante años los Bermúdez Suárez fueran mi verdadera familia. Jacinto y Loli, con su discreción, respeto y generosidad, me enseñaron que en su piso de Zambrano SÍ hay cama para tanta gente, y que donde comen cuatro pueden comer diez o doce si hace falta. ¡Gracias, familia!

Por último, me gustaría agradecer a la familia Lugo Jorge su permanente disponibilidad y ganas de hacer. Sencio y Mari Carmen, y sus poillas, siempre asertivos, amables y cooperativos cada vez que he tenido necesidad de acometer algún proyecto fotográfico. ¡Gracias, Vicki, por tu energía!

Somos muchos los que, viniendo de fuera, nos consideramos culetos de corazón. Como Yeray Rodríguez, que bajó desde Artenara por el amor a Caritina e improvisadamente se quedó para alegrarnos verseando. O Arístides Moreno, el inventor de la felicidad, que nació un 5 de agosto y piensa que las fiestas de Las Nieves se hacen para celebrar su cumpleaños. O los escritores Santiago Gil y Carlos Álvarez, que han loado y disfrutado Guayedra como nadie. Desde Teror, en ese curioso vínculo que une la villa mariana con Las Nieves, han venido también Manolo Benítez y Frank González, que junto a Inma Pérez han sido queridos compañeros de mil proyectos culturales.

La cultura siempre ha corrido por la Villa y ha promovido el encuentro de intelectuales y artistas. Quizás fue Tomás Morales el primero en propiciar estas reuniones. El poeta, que llegó a principios del siglo pasado a Agaete como joven médico,dejó un recuerdo imborrable. Aquí se casó y formó familia. Máximo representante del movimiento modernista en Canarias, durante sus años en Agaete reunió a otros grandes artistas e intelectuales isleños, como Saulo Torón, Alonso Quesada, Domingo Doreste o el pintor Néstor Martín, en tertulias en el Huerto de las Flores.

A partir de la década de los sesenta, Pepe Dámaso, desde su ventana abierta al arte, fue el catalizador de la unión de la cultura, la fiesta y la modernidad. Posteriormente, los hapennings, y los actuales encuentrosde pintores, atrajeron a grandes artistas en los días previos a las fiestas. Esta preciosa tradición propicia el encuentroentre creadores consolidados, artistas emergentes y nuevas generaciones. Agaete ha sido también el hogar de pintores con gran trayectoria, como Miró Mainou, Pepe Dámaso, Jose del Rosario Godoy o más recientemente Priscila Valencia, entre otros.

En la actualidad, el TEA es el punto de encuentro de la cultura, el arte y la fiesta. Orlando y Rosy llevan 28 años apostando por la cultura independiente, moderna y alternativa. A los que se han sumado las acciones de Paco Arana en su fachada, que dan alegre bienvenida al pueblo mientras duran las fiestas de Las Nieves.

Pero sin duda alguna, si de algo puede presumir Agaete es de su tradición musical. Merecen especial mención las tres bandas actuales: la Banda de Agaete, con sus 114 años de existencia; la Banda Guayedra, con la gran labor formativa de Momo Martín;

y La Clandestina, con su inicio rebelde, formada por excelentes músicos profesionales. Son la esencia de la fiesta y la diversión. Todas han contribuido al mágico acto transgresor de convertir la música militar en música festiva.

Por mi profesión he tenido la suerte de fotografiar a muchos de los grandes músicos culetos, a los cuales tengo el honor de considerar amigos. Empezando por Felo García, el gran maestro de la guitarra — y la parranda— y sus míticos Muchachos, a los que fotografié en varias sesiones a finales de los ochenta. También al recordado Alfonso Estupiñán, componente de Mestisay de los noventa; alcantautor Sixto Armas; al gran Néstor García, imprescindible guitarrista secundario de importantes proyectos; a Diego y a Juan Ramón Martín, a quienes los alisios ayudan a soplar sus instrumentos como nadie; a Yone Rodríguez, que de hijo de Los Muchachos pasó a ser uno de los grandes virtuosos del timple.

Por mi cámara también ha pasado otro hijo de Los Muchachos, Saulo, quien, a base de son, sigue la senda iniciada por la generación anterior. Y Adriana Medina, flautista y defensora de la identidad, con gran implicación en la enseñanza de los jóvenes en el necesario proyecto de Barrios Orquestados.

Tengo la certeza de que se me quedan en el tintero grandes músicos de este pueblo. ¡No caben todos en un pregón! Agaete es como Cuba, parece que hay más músicos que habitantes.

Ser fotógrafo en Gran Canaria y no quedar atrapado por la luz, el paisaje y la fiesta en Agaete resulta difícil. Me gustaría hacer mención de cuatro magníficos compañeros a los que admiro. Con ellos he aprendido, y han influenciado mi trabajo. 

Empezando por Francisco Rojas Fariña. “Fachico”, con casa en Las Nieves, acogió y retrató a los grandes de la pintura insular, como Manolo Millares, César Manrique, Pepe Dámaso, cercanos, alegres y distendidos en el municipio. Sus fotos nos contaron la historia visual de nuestra alegría más cotidiana y ritual con sus escenas de pesca, la llegada de las barcas o los vecinos reunidos frente al mar.

Otro gran referente fotográfico es mi querido y admirado Tato Gonçalves. Amante del mar con su justo toque de sal, gran retratista, ha fotografiado con pasión toda la actividad del mundo rural: viticultura, café, pastoreo.

Un ilustre y discreto fotógrafo habitante de Agaete es Tullio Gatti, pionero en la fotografía de paisaje y turística de las islas. Tullio fue un innovador que, con sus postales, mostró Gran Canaria al mundo. Su histórica imagen del pescador y el Dedo de Dios forma parte de la iconografía de Agaete.

Por último, y muy a su pesar, me gustaría hablarles de mi amigo Cristóbal García. La mejor mirada del noroeste de Gran Canaria. Siempre dispuesto a una buena conversación y a la búsqueda de la belleza, la composición y el instante cotidiano decisivo… Cada una de sus imágenes es un delicioso bocado de luz. Cristóbal organizó en 2018 la exposición colectiva Retrato de Agaete, donde catorce fotógrafas y fotógrafos mostramos nuestra visión de la Villa a través de la fotografía.

Ese mismo año un grupo de 120 fotógrafos firmamos un manifiesto contra la ampliación del MacroMuelle y en defensa del paisaje de Agaete. El paisaje es el primer sello de identidad de un territorio. Su cuidado y defensa debería ser objetivo primordial de las instituciones y de las personas. Cualquier modelo de desarrollo económico que mire al futuro debería entender el valor simbólico del paisaje como elemento de partida. Destruirlo es robar a las generaciones futuraselimaginario colectivo que nos identifica.

Y es que Agaete tiene mucho, mucho paisaje que enseñar y proteger.

Como Guayedra, la cercana playa perdida, con su herencia redonda de libertad. Su bravo mar, su arena negra o su cielo estrellado me han regalado días interminables donde la amistad, unas aceitunas y un botellín adornaban la felicidad. Tamadaba, con sus puestas de sol; las piscinas de Las Nieves; la Cola de Dragón; los infinitos cielos, con sus colores, estrellas, cometas, lunas… Y el Teide, ¡siempre presente!, si la balda nos deja. Con el Roque, con Las Nieves, en Guayedra… Tenerife tiene el Teide, ¡¡¡pero sus mejores vistas sin duda son desde Agaete!!!

En el Valle también he sido feliz. Desde las tardes de café y risas con vistas en el Hotel Los Berrazales (qué pena su estado actual), a las fiestas de la Rama del Valle o los pateos por el Sao o el Hornillo.

Y este año, con el proyecto Café de Mujer, gracias al inagotable Germán Sosa. Junto con a la periodista Laura Bautista, tuvimos la suerte de conocer las recónditas fincas del Valle y las vidas de Paola, Mari, Carmen, Chica, Marusa, Nieves, Sofía, Adriana, Chona, Juana, Laura, Demetria, Anita, Patricia, Tina, Julia, Fina, Temi, Conchi, Ángela, María Dolores, Ruth y Nena. Invisibles casi siempre, como tantas mujeres, pero responsables de mantener viva la tradición del cultivo del café.

El mar es el otro gran protagonista del paisaje y la identidad de este pueblo. He pescado, imágenes, en toda su costa. Desde El Juncal hasta El Risco, la costa de Agaete es plasticidad, felicidad y diversión. Con la disculpa de que no hay baño malo, me he tirado en la tercera, margullado en la Caleta, flotado en las piscinas de las salinas, visitado el tractor de Faneroque, nadado hasta el Dedo de Dios… En la arena negra de la playa de Guayedra comprendí el significado de Jalío y de Jasío, y con sus cíclicas cadencias me atreví a jugar con su divertido oleaje. Siempre esperando el final de septiembre para disfrutar de la serenidad de las calmas.

Y llegamos a La Rama: la fiesta donde la marea humana navega en la felicidad… Fielmente narrada, año a año, por mis queridos compañeros, periodistas, cámaras y fotógrafos, de inicio a fin.

A las cinco de la madrugada del 4 de agosto empieza la Diana. El volador descorcha la felicidad, y mientras miles de personas alzan sus cabezas y sus brazos al cielo, la banda prende la alegría que recorrerá el pueblo esperando a que claree el día. Al amanecer, un pequeño grupo de tocadores se reúne en la ermita de Las Nieves para hacer unaíntima serenata a la Virgen. 

Cuando el sol ya ha empezado a calentar, a las diez, en un lateral de la iglesia de La Concepción, un segundo volador marcará el inicio de La Rama, bailada sin hojas hasta la villa arriba. Mientras, en las afueras del pueblo, el caldo de Silvana recibe a los rameros que vienen de Tamadaba con sus grandes ramos de eucalipto, poleo y mimosa.

En torno a las once, el gentío se arremolina, ansioso, en el callejón de La Rama. Aquí la fiesta se tiñe de verde.

Sobre las doce, los papagüevos cobran vida y, tras el cambio de banda, la gran marejada verde del baile baja la calle Guayarmina. Al llegar a las cuatro esquinas, la explosión de luz, calor y color sumerge brazos y cabezas en una selva de alegría que recorrerá el pueblo.

Mientras en las casas se reponen fuerzas, entre carnes mechadas y ensaladillas, la fiesta cruza el puente camino de Las Nieves.

A media tarde, en la playa de alante, los sufridos romeros baten el mar con sus grandes ramos. Tras recorrer la villa marinera, la fiesta inunda la plaza de entrada de la ermita y acaba en un frenético baile frente a la Virgen de Las Nieves.

Al caer la noche, a las diez, el tercer volador anuncia La Retreta. Aunque multitudinaria, es la fase más íntima de la fiesta. Los niños del pueblo lucen sus orgullosos farolillos. No hay rama, pero hay banda y papahuevos. Los más pequeños van disfrutando del ritmo de una comitiva que recorrerá el pueblo llena de bullicio y felicidad.

¡¡¡Felices fiestas de Las Nieves!!!

¡¡¡VIVA LA RAMA!!!

¡¡¡Vaamo!!!

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