Muchas hemos sufrido golpes de calor, vómitos, mareos

Calle Piñuecar. Polígono Marconi. Villaverde, Madrid. Una furgoneta de reparto disminuye la velocidad delante de nuestro coche. No señaliza ninguna maniobra y frena prácticamente en seco. Apoyada en una silla de madera de tapizado descolorido, una chica semidesnuda capta el código de interés del cliente. Un señor de unos 40 años con uniforme de trabajo baja la ventanilla. La chica se acerca y mantienen una conversación de, aproximadamente, 15 segundos. Abre la puerta y entra en la furgoneta. El vehículo gira en el siguiente cruce y elige el árbol que parece dar más sombra para estacionar debajo. El hombre sale del coche, abre el maletero y coge un parasol. Desde nuestro coche podemos ver como la chica saca un paquete de toallitas de su bolso y una botella de agua. El putero entra al vehículo y coloca el ‘camuflaje’. La suspensión de la furgoneta entra en escena durante ocho minutos de reloj. Un trozo de papel es arrojado por la ventanilla. La chica sale del vehículo colocándose el tanga y bebe agua. El trabajador recoge el parasol y, sin despedirse, continua la marcha.

«El servicio máximo es de 8 a 10 minutos. El completo son 20 euros, cogida y chupada. Pero hay clientes a los que les gusta que les hables o les ‘botes’ el aliento en la cara. Cosas raras que se encuentra una aquí», explican. Yuliana acaba de mantener relaciones sexuales dentro de un vehículo a las 15:00 horas de un 24 de julio, con el mercurio rozando los 40 grados. Nos acercamos a ella y nos pide que no salga su cara en la grabación.

Desfallecimientos y golpes de calor

«Dolor de cabeza, vómitos, golpes de calor. Ya le ha pasado a algunas chicas», indican. A Yuliana le cuesta recordar la cara del hombre al que ha tenido que practicar una felación hace unos minutos. Reconoce que ha tenido que llamar a la ambulancia en más de una ocasión por el desfallecimiento de alguna compañera.

Ha ganado 20 euros y lleva el maquillaje corrido del sudor. Sabe que son horas muy complicadas para ‘hacer la calle’, pero el polígono está lleno de trabajadores que han terminado su jornada laboral y acuden al consumo de prostitución a plena luz del día. «Hoy llevo ganado unos 100 euros. Hay días que se da muy bien y puedo llevarme a casa hasta 250 euros. Yo vengo los meses de verano a España, ahorro mi dinero y después regreso a mi país. Hay otras chicas que piensan quedarse aquí de por vida», explica.

Yuliana abre el melón de la voluntariedad en el ejercicio de la prostitución. «Que las condiciones sean más infrahumanas o menos no significa que exista prostitución voluntaria», la periodista Carmen Ro se muestra tajante en el plató de Más Espejo al respecto. «Están absolutamente secuestradas por la situación, no pueden hacer otra cosa», afirma. La criminóloga y abogada Beatriz de Vicente nos recuerda que España es el país de Europa con mayor número de prostíbulos por metro cuadrado. «Yo no criminalizo la prostitución voluntaria. Lo que es una barbaridad es que se haga un completo por veinte euros, una felación por cinco, que se explote a alguien en esas condiciones».

Lo cierto es que cuando pisas el terreno, los polígonos, rotondas y parques, encuentras testimonios de muchas chicas que aseguran estar allí por decisión propia, aunque la trata de mujeres y la explotación sexual en España sigue alcanzando en cifras absolutamente vomitivas.

Cabañas de cartón

Entre un paisaje asfaltado de naves industriales, preservativos usados, furgonetas de reparto, taxis y otros vehículos con licencia VTC, coches particulares, nos topamos con pequeños habitáculos de cartón que hacen las veces de techumbre para proteger la piel de las prostitutas del sol más furioso del día. El reloj marca las cuatro de la tarde y es casi insoportable cruzar de acera a acera en este infierno industrial. «Cuando vemos que las lunas del coche del cliente están para arriba es porque tienen aire. Si las vemos para abajo es porque no tienen y no entramos», dice.

Yuliana nos cuenta cómo descartan a los puteros que llevan las ventanillas del vehículo bajadas. Cambiamos de calle. La prostitución en Marconi se divide por zonas, generalmente asociadas a la nacionalidad. Las chicas provenientes de países del este son muy reacias a la cámara. Nos insultan y preferimos seguir nuestra investigación en calles aledañas. Llegamos a la zona ‘trans’. «El año pasado tuve un golpe de calor. El agua la traemos fría para poder mojarnos el cabello. Usamos abanico, crema solar… Gorras no, no nos protegemos la cabeza porque cuanto menos ropa llevas más llamas la atención», explican.

Michelle es una mujer trans que ocupa una de las rotondas más alejadas del epicentro de este prostíbulo callejero. Sentada en una silla de plástico y a golpe de abanico nos pide que grabemos sus pies. «Los malos olores de los clientes son terribles. Muchos vienen de trabajar de la obra y sudan mucho. Les damos unas toallitas y ya está…», asegura. Michelle nos asegura que le merece la pena prostituirse, pero la resignación en su tono es absolutamente manifiesta. «Hombre, claro. De esto vivimos, no hay otra. Si no vienes, no comes», concluye.

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