‘Capitán América’ cruza la línea de meta de Valence aclamado por sus compañeros del Lidl. Ha sido el buey humano que ha tirado y controlado las escapadas del día para que no se fueran de madre y para que Jonathan Milan se anotara el último esprint del Tour con menos llegadas masivas que se recuerda. Llegan los Alpes, dos días, una etapa de escapadas cerca de los Vosgos y el inédito final de París con el aliciente de las tres subidas a la colina de Montmartre.
A Quinn Simmons lo llaman ‘Capitán América’ porque corre feliz con las barras y las estrellas en su ‘maillot’ como campeón de ciclismo de los Estados Unidos. Y no rehúye las alabanzas a Donald Trump, mientras se recoge la melena rubia, con moño apretado, debajo del casco de protección. Gracias al esfuerzo de Simmons, Milan, italiano, algo así como una especie de hijo adoptivo de Mario Cipollini, gana en territorios de la Drôme, segunda victoria de este año, en una etapa que bordeó el Ródano, lluvia intensa, a veces convertida en tormenta, el anuncio desde Valence, donde se abre la puerta, a que llegan unos Alpes más nublados de la cuenta; tanto, que se prevé tiempo infernal.
Carácter republicano, Simmons se lo controla todo a Milan, que va rápido pero precavido en los últimos 1.500 metros de la 17ª etapa. Justo cuando se pasa por el triángulo rojo que indica que el Tour entra en el último kilómetro, tropiezan unos y otros, se caen, golpe potente del corredor eritreo Biniam Girmay, dolor en el cuerpo y en el alma, porque ya no hay posibilidad de ganar más etapas al esprint.
La suerte del día se decide en un esprint de pocos, mientras el resto se levanta del asfalto, mojado y resbaladizo, o se lo toma en calma, después de frenar, que no cuentan los tiempos en la meta para los accidentados y los que se han quedado cortados; la mayoría, entre ellos, Tadej Pogacar, siempre de amarillo, y Jonas Vingegaard.
La realidad es que después de 17 etapas, a falta de cuatro, hay 15 equipos que siguen en blanco, patrocinadores nerviosos y mánagers que ya no saben qué hacer ni qué decirles a los directores para que animen a los corredores, para que suene la flauta, que para la mayoría con notas desafinadas en los Alpes.
Porque los Alpes, como los Pirineos, y si hubiese otra cordillera cargada de peligro y dificultad, sólo se inscribirían en este Tour para lucimiento de dos corredores, el que siempre gana y el que ataca sabiendo que se enfrenta a una remontada (casi) imposible.
En dos días, los Alpes mostrarán todas sus malas garras; 10.000 metros de desnivel positivo, cinco puertos de categoría especial, dos llegadas en alto. La primera se presenta este jueves, la etapa reina, la llegada a una cumbre sin fin, denominada La Loze, tercera vez que se sube desde 2020, de carretera estrecha donde las ruedas se agarran como una lapa a una roca. Allí sólo puede ganar un grande y el más grande viste de amarillo y es un fenómeno esloveno.
Porque todo el Tour recuerda el hundimiento de Pogacar de hace dos años; la pájara que, por ahora, pasa como el momento más complicado en la vida deportiva del jersey amarillo. Se quedó rezagado y si no perdió más de 7 minutos fue porque siempre llevó a su lado a Marc Soler, el gregario catalán, que lo animó y le marcó un ritmo que le permitió salvar la segunda plaza de la general.
Pogacar es de los que no olvidan. Este jueves nadie lo tendrá fácil; pocas ilusiones entre estos 15 equipos que siguen sin ganar una etapa. La venganza particular –“parece que hayan diseñado el recorrido para asustarme”, dijo Pogacar el lunes en Montpellier, durante la jornada de descanso- se escribe en La Loze, en lo más alto de Courchevel, previo paso por el Glandon y La Madeleine, tesoros de la cordillera, pura leyenda del Tour.
Si no cambia el tiempo -la montaña siempre da sorpresas- los descensos serán un peligro y las dos etapas aún más dramáticas. Ya hubo caída este miércoles en Valence, ciclistas que llegaban empapados, pocas ganas de hablar y mejor no pensar en el escenario de guerra previsto en los Alpes adonde Pogacar también llegará como líder de la montaña, con la camiseta prestada a Lenny Martínez. Nunca llueve a gusto de todos, pero para ganar el Tour o por lo menos intentarlo, objetivo de los dos primeros de la general, nunca hay que atacar con la pólvora mojada.