Si a muchos ya les impone pensar en un concierto en el Bernabéu, con 65.000 espectadores, imagínense tocar para 250.000 personas, sin contar los millones que estarán pendientes, a través de la televisión, de un momento histórico. Josep Solé, organista del Papa, intenta asimilarlo estos días en la localidad asturiana de Soto del Barco. El intérprete catalán es uno de los profesores del Curso Nacional de Música que se desarrolla en el concejo esta semana y, tras unos meses muy ajetreados, ahora disfruta de Asturias «y de la buena temperatura que hace». «Todavía no sabemos la playlist del nuevo Papa, se ira haciendo en los próximos meses», explica el músico, que ha vivido en primera persona momentos históricos para la inmensa comunidad cristiana.
Criado en una casa donde la religión jugaba un papel fundamental, Solé decidió irse a Roma para acabar de completar su formación. Tras veintiún años en la Santa Sede, ahora es el organista principal del Papa. «Desde pequeño siempre me entró el órgano por los ojos, era algo imponente. Al lado de mi casa, en Cataluña, había un teatro con uno que, además, tenía unos tubos que parecían cañones. Te embelesaba», reconoce. Ha estado bajo el pontificado de los últimos cuatro papas, ya que llegó en el último año de Juan Pablo II.
«De él me acuerdo que cantaba muy bien. Hasta sus últimos días se atrevía a cantar el ‘Padre Nuestro’ o las respuestas de la misa», cuenta el organista, que guarda un gran recuerdo del Papa Benedicto XVI. «Se notaba que era músico, con él era todo muy fácil«, afirma. De hecho, el alemán se atrevía a hablar directamente con el director del coro, saltándose el protocolo, para pedir ciertas canciones. «Francisco no se metía en temas musicales, seguimos con la inercia que teníamos en el anterior papado. Además, las misas tienen su protocolo, no es algo que se pueda romper fácilmente», revela. Ahora, con León XIV, ya ha tocado en las primeras eucarísticas, incluido la del día de San Pedro, pero todo sigue como antes.
Solé nunca olvidará lo vivido en los últimos meses. Reconoce que le cogió por sorpresa la exposición mediática que tuvo el cónclave, muy diferente a los días en que los cardenales se reunieron y salió elegido Francisco. «Todo ha evolucionado mucho respecto a cuando yo era joven», dice. La Iglesia ha vuelto a estar en boca de todo el mundo, hasta de los más jóvenes, pero el catalán reconoce que, para él, todo fue muy diferente. «Por fuera llama mucho el folclore del cónclave: los cardenales, las ceremonias, las fumatas… Pero eso es solo la fachada, no lo que está dentro», subraya. «Para mí fue algo muy intenso desde el punto de vista espiritual. No era un momento cualquiera, es la elección del vicario de Cristo. Fue muy emotivo», continúa.
Durante unas semanas consiguió que le escuchase tocar más gente que a Taylor Swift o Bad Bunny. La plaza de San Pedro, donde caben 150.000 personas, estaba a reventar. De hecho, la gente llegaba hasta el río Tíber, precisa. Además, en Roma, se instalaron pantallas gigantes para que la gente pudiese seguir las diferentes ceremonias. Y hay que sumar a los telespectadores que, desde todos los puntos del planeta, estaban pendientes de lo que ocurría en el Vaticano.
«Había que hacer una interpretación de doce para que así, fuera, llegase algo de ocho, como mínimo. La responsabilidad es muy grande», confiesa Solé, que cuenta un pequeño secreto. Ni él ni sus compañeros tenían visión de la plaza cuando tocaban, por lo que no veían cuánta gente les escuchaba. Podían intuirlo, pero con certeza no lo sabían. «Es algo impresionante, aunque lo cierto es que nadie de los que estaba allí iba realmente para escucharnos a nosotros», concluye con humildad.
La actividad no se detuvo después del funeral de Francisco y la finalización del cónclave; la actividad siguió siendo intensa hasta el pasado 29 de junio, con la festividad de San Pedro. «Es mi trabajo y lo que más me gusta, por lo que, aunque se acumule el estrés después de unas semanas tan importantes, es algo muy satisfactorio. Duermes poquito, pero vale la pena», continúa el organista catalán, que ahora trata de descansar, aunque sin olvidar su faceta como profesor, en Soto del Barco.
«Estoy viendo que hay buena cantera. Tengo un chico de diez años que me recuerda a mí, porque empecé a su edad. Tiene una vocación que creo que puede acabar dando sus frutos», afirma el organista. Tras vivir momentos históricos con sus propios ojos, ahora puede reposar de todo lo vivido en Asturias.
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