No son muchos los podios a los que el Principado se puede subir. Lo normal es que Asturias se encuentre entre las regiones más destacadas, pero empezando por el final. O si, por algún motivo, aparece entre las primeras es por razones negativas: la que más universitarios pierde, entre las que tienen menor índice de natalidad o entre las que más perros hay por habitante. Aunque este último no tiene por qué ser, según quien lo valore, necesariamente negativo.
En suma, que, como dice el viejo chiste, estamos tan acostumbrados a perder –ahora más los del Sporting– que cuando ganamos nos enfadamos. Viene esto a cuento de la información que Sara Bernanado publicaba el lunes en este periódico: «Asturias, tercera comunidad que más aumenta el empleo ligado al turismo». Nos acompañan en el cajón del podio la vecina Cantabria y la lejana Canarias.
Un dato positivo como este, que nos ofrece el Ministerio de Industria y Turismo sobre la afiliación en el sector turístico, debe ser motivo de satisfacción. Cómo no lo va a ser que 38.162 personas –un 2,3 por ciento más que el año pasado– tengan empleo este verano. Verse en un ranking por encima de potencias turísticas como Baleares, Comunidad Valenciana o Cataluña no puede ser más que motivo de orgullo. Ojalá ocurriera lo mismo en todos los demás sectores.
El gran problema del empleo en Asturias es que se concentra desproporcionadamente en el sector servicios –casi un 80 por ciento– en detrimento de la industria, la construcción y el sector primario, que se reparte el 20 por ciento restante de los empleados. Es decir, que nos hemos convertido en una región que produce y proporciona algo tan intangible, tan voluble y efímero como son los servicios.
De nuevo se vuelve a insistir en que «somos un refugio climático». Doy fe de que desde que las olas de calor en el sur, este y centro de España son más intensas y más duraderas, el refugio se hace más necesario. En cierta forma, siempre hemos sido el alivio de los calores con aquello de la mantita y la rebequita que tanto echamos de menos a este lado del Negrón. Aunque no tanto como ahora. Por mucho que refunfuñemos, siempre hemos echado de menos a los turistas. No están tan lejos los tiempos en que nos rebelábamos contra los hombres del tiempo por boicotear las visitas al paraíso con aquellos mapas abarrotados de amenazantes y permanentes borrascas, que nos invadían desde el Atlántico cada festivo, cada puente, cada fin de semana.
Sin ánimo de ser agorero, es imprescindible recordar, como se hacía en la mencionada información, que el empleo en el sector turístico es precario y estacional. Los datos ahora conocidos corresponden al mes de junio. Habrá que ver los de octubre o noviembre. El verano siempre ha sido un espejismo. Uno siempre se pregunta qué será durante el largo invierno de todos esos contratados ahora por dos o tres meses.
Los hoteles en Asturias ofrecen un ambiente bastante desolador fuera de temporada. La propia patronal de hostelería reconoce que su objetivo es una ocupación media anual del 50 por ciento. Es decir, que estamos resignados a estar medio vacíos o medio llenos, según como veamos la botella. Sólo los bochornosos viajes de despedidas de solteros/solteras, las renqueantes excursiones del Imserso y los frugales equipos deportivos de las más variadas especialidades que nos visitan los fines de semana contribuyen a aliviar el desangelado panorama.
Se ha dicho una y mil veces, pero nadie parece hacer caso. Asturias –es verdad que también España– necesita un plan de ordenación del turismo. No podemos sacrificar los recursos –clima, naturaleza, tranquilidad…– a base de exprimir la teta hasta la última gota. Y, por supuesto, no podemos poner todos los huevos de nuestra economía en la misma cesta. El turismo igual que viene deja de venir. Y si no, que se lo digan a aquellos de los «paraísos» donde antes iban todos esos que ahora vienen aquí.
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