Las tardes de la primera jornada plenaria suelen ser más tranquilas, pero en la era Astrid Pérez conviene no fiarse. Para empezar el particular estilo de gestión de la presidenta, y el gamberrismo un punto desidioso de los grupos parlamentarios, casi han acabado con los plenos tranquilos. Ocurre algo muy sencillo y ya comentado aquí: la debilidad de la presidencia, aliada con su tradicional despiste, da alas a los grupos y acaba teniendo efectos indeseables. El cronista está seguro que pocos lo crearán, pero en los dos últimos años muchos diputados -en algunas ocasiones la mayoría- solo tenían una idea muy vaga de lo que estaban votando. A fuerza de atender bien, mal o regular los anhelos de unos y otros, se reajustan como en el reloj del Sombrero Loco las comparecencias, las interpelaciones y las proposiciones de ley, y el orden del día queda irreconocible. En general para entender las votaciones sobre las proposiciones no de ley -desmenuzadas para que todo el mundo pueda pronunciarse desde el preámbulo hasta la última frase-, o te encomiendas a la Virgen más cercana -siempre hay alguna por ahí subiendo o bajando- o te aprendes el Tractatus logico-philosophicus de Wittgenstein.
No hagan caso de las historietas que cuentan que a causa del concierto catalán la Cámara regional estaba en llamas. Para nada. El pequeño tumulto duró media horita por la mañana. No se respiraba ningún oxígeno histórico. Los dirigentes políticos no estaban dispuestos a apuñalarse con navajas de Albacete. Ángel Víctor Torres no corrió ningún peligro de ser quemado en efigie. Más bien nos encerramos en un aburrimiento tibetano. Para animar un poco el cotarro la diputada de Vox Paula Jover le preguntó a la consejera de Presidencia y Seguridad, Nieves Barreto, por el aumento de la delincuencia relacionada con la inmigración. La señora Jover es, sin duda, la mejor oradora de su grupo, porque además los de Vox tienen los papeles muy repartidos: Nicasio Galván es la sonrisa congelada de un ultra con corbata y gemelos impecables; Javier Nieto es un tío abuelo comprensivo que si un día te portas bien te invita a una copa de Soberano y te enseña su colección de fotos de requetés. La señora Jover es más sobria, más precisa, más hábil y más despiadada, y se le suelen reservar los temas en los que Vox «quiere marcar y marca la diferencia». Es asimismo autora de frases efectistas que jamás se le ocurrirían al señor Galván -incapaz de sacudirse ese aspecto de empleado de banca que busca apuñalarte por la espalda con una hipoteca- o al señor Nieto -que a menudo parece que pasa por la Cámara antes de asistir a la próxima jura de bandera. Por ejemplo, en la pregunta antedicha Jover le preguntó a la consejera de Presidencia si pone «la mano en el fuego» por todos los miles de migrantes ilegales que llegan a Canarias. Más del 95% de esos migrantes son trasladados a la Península en el plazo de pocos días o semanas, pero más allá de eso, Barreto no tuvo reflejos para replicarle a Jover si ponía la mano en el fuego por todos los residentes canarios. En cambio le dijo que la criminalidad había disminuido este año y que la solución para combatirla eficazmente consiste «en poner más policías en la calle» (sic).
La tarde del martes, después de un almuerzo relajado, se fue en preguntas al consejero de Educación sobre infraestructuras educativas en Lanzarote, las seguridades de Manuel Miranda, consejero de Política Territorial, sobre el cumplimiento de las medidas para enfrentar el reto demográfico y la habitual razia contra la consejera de Bienestar Social, Candelaria Delgado, sobre la evolución del servicio de dependencia en Canarias. Desde hace tiempo que para Delgado los plenos son desfiladeros donde le esperan el PSOE y Nueva Canarias para decirle de todo. La joven Natalia Santana incluso le espetó a la consejera que se mandara a mudar. «Como en la canción de Braulio, si no sabe arreglar esto, ¡mándese a mudar!». E impresionante el elenco de referencias progres que tiene la señora Santana. Cuando no es Benedetti es Braulio. Es una lástima que ni uno ni otro adjunte a sus poemas una alternativa organizativa, técnica y procedimental de la prestación de dependencia. Seguro que si así fuera la señora Santana la recitaría con mucho sentimiento.
«No para de subir el precio del alquiler», insistía la diputada de NC. También subió año tras año la pasada legislatura
El enfrentamiento (es un decir) entre la consejera de Hacienda, Matilde Asián, y el diputado socialista Manuel Hernández Cerezo fue más o menos lo de siempre. Misma técnica opositora: después de exigirles al presidente y al vicepresidente sendas evaluaciones sobre la primera mitad de la legislatura le tocaba el turno a la máxima responsable de Hacienda. De nuevo en vez de media docena de preguntas inteligente y maliciosamente formuladas una nueva alusión a la hecatombe universal. Si el Gobierno representa el fin del mundo, ¿para qué dialogar con él y criticar aspectos concretos de la gestión fiscal? Eso es para tontos y desidiosos. Hay que dejar claro que bajo el Gobierno de Clavijo solo nos espera el hambre, la lepra y la disentería.
Y después la vivienda. Comparecencia de Pablo Rodríguez a petición de Nueva Canarias. Entre Rodríguez y Carmen Hernández se desarrolla otro diálogo perfectamente superfluo. «La vivienda es un derecho quebrado en Canarias», certifica la señora Hernández. Y no le falta razón. Pero ya lo era en julio del 2023. Es agotador una democracia parlamentaria reducida a intercambio de responsabilidades y pedradas. «No para de subir el precio del alquiler», insistía la diputada de NC. También subió año tras año la pasada legislatura. Yo estoy convencido de que la muy espabilada Hernández sabe que topar el precio de los nuevos contratos de alquiler en Barcelona -una medida que al parecer le fascina- ha reducido en más de un 20% la oferta de pisos de alquiler. Lo sabe pero no puede renunciar a unos céntimos de utopía deleznable para parecer estupenda. Peor todavía es escuchar a Patricia Hernández patujadas que solo demuestran su habitual y despepitada ignorancia de los procesos administrativos y las calificaciones técnicas. Lleva un cuarto de siglo actuando así y no le ha ido nada mal, ni política ni salarialmente. Mucho más eficaz que Hernández Cerezo o Patricia Hernández en el diagnóstico crítico fue Miguel Ángel Pérez del Pino, un diputado cada vez más riguroso en su fiscalización de la Consejería de Sanidad y del Servicio Canario de Salud. «Son ustedes una máquina de malgastar dinero», le apuntó el diputado de la oposición a Esther Monzón, que en resumidas cuentas tiene un problema: ha mejorado discretamente -muy discretamente en algunos casos- la oferta sanitaria del sistema público, incluyendo las listas diagnósticas y quirúrgicas, pero gastando una cantidad ingente de dinero, y sin que la gran mayoría de los usuarios perciba nada. «Le pido que cese inmediatamente al director del Servicio Canario de Salud», remachó Pérez del Pino, «porque es el principal actor en la destrucción de la sanidad canaria».
En realidad, a esa hora de la tarde del martes ya había comenzado a extenderse el rumor de que el director del Servicio Canario de Salud -el auténtico corazón gerencial y financiero de la Consejería de Sanidad-, Carlos Díaz, había presentado su dimisión. Y Pérez del Pino lo había escuchado. Díaz sabía de gestión económica y financiera, pero no reunía otras condiciones indispensables para llevar las riendas del SCS. Ayer, a media mañana, se insistía en que el sucesor sería nada menos que el gerente del Hospital Universitario de Canarias, Adasat Goya, uno de los blancos preferidos por la oposición parlamentaria, especialmente, por la situación de las Urgencias del HUC, estibador con estudios económicos, de talante serio, costumbres espartanas y nada proclive a las familias sanitarias. Finalizado el pleno, en una cafetería cercana, le pregunté a un veterano socialista sobre el cambio de Díaz por Goya. Suspiró largamente. «¿Sabes a quién nombraron presidente del Gobierno cuando mataron en un atentado en plena calle a Carrero Blanco? Al ministro del Interior. Se llamaba Carlos Arias». Se tomó el resto del cortado y sentenció: «Pues eso».
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