Apenas quedaban unos metros para llegar. En fila india, casi procesionando, una riada de jóvenes caminaba hacia el Metropolitano a 34 grados. No se quejaban, iban ordenados. Sorprendía que, a escasos minutos de arrancar el concierto de Stray Kids, sus ídolos, por los que llevan años suspirando, no jalearan ni una sola canción. “Estoy repasando el repertorio”, dijo uno. A lo que otro añadió: “Ha llegado el día”. Con una solemnidad inesperada, cada uno cogió la pulsera que había hecho para la ocasión: llevaba el título de su canción favorita y, poco a poco, en silencio, empezaron a pasar las bolitas como si de un rosario se tratase. Una y otra vez, invocando a los ocho dioses que tantas noches les han arrebatado. Es la primera vez que Christopher, Lee, Seo, Hwang, Yang, Han, Felix y Kim visitaban España bajo la corona de estrellas mundiales. Y, claro, tembleque mediante, decidieron ahorrar toda su energía para el concierto. El estruendo fue atronador.
Un poco más adelante, en corrillo, cinco madres esperaban a que sus hijas tomaran las correspondientes fotografías. Llevaban chapas, llaveros y colgantes personalizados. De repente, una de ellas se atrevió a cantar Maniac y, pese al ambiente ceremonial, la mayoría le siguió al toque. Aitana tiene 40 años y, aunque estaba allí por su sobrina, de 15, reconoció haberse enganchado al grupo hace nada: “Mezclan lo oriental con lo occidental, lo moderno con lo tradicional. Suenan genial. Desde que los descubrí, no paro de escucharlos. Me gusta el cariño con el que se dirigen a sus seguidores”. Stray Kids es uno de los mayores exponentes del K-pop, el género que está conquistando el planeta desde Corea del Sur. Se formó en 2017 de la mano de JYP Entertainment, una de las compañías discográficas más punteras del país. Querían un grupo que reventara las listas y, tras meses de pruebas y ensayos, lo montaron.
Parte del público de Stray Kids se ha caracterizado con estética K-pop. / DAVID RAW

Largas colas para comprar ‘merchandising’ de Stray Kids en el Metropolitano. / DAVID RAW
“Llevo aquí desde el mediodía, quiero estar lo más cerca posible de ellos. Cuando llegué, ya había una cola larguísima para entrar. Hay una enorme expectación”, señaló Hugo, visiblemente emocionado. Desde el control de seguridad, lanzó un aviso al resto de fans: “Disfrutad, por favor. No sabemos cuándo volveremos a verles”. Detrás suya, un grupo de treintañeros le aplaudía con ansia. Vestían camisetas con la cara de sus ídolos, que llevan dos días colapsando el centro de Madrid: distintos establecimientos han ofrecido productos y actividades especiales con motivo del concierto. Además, hay quienes se han desplazado por distintos hoteles de la capital en su búsqueda. Un delirio colectivo que, este martes, tras pasar por Ámsterdam, Londres y Frankfurt, se repitió con más fuerza si cabe. Por suerte, nadie llevó pañales para satisfacer sus necesidades básicas tal y como sucedió con Taylor Swift.
El movimiento k-popper nació en los 90, en parte gracias a los popularísimos Seo Taiji and Boys: fueron los primeros en desatar un terremoto que hoy tiene a BTS, Blackpink, Twice, Red Velvet y Seventeen como grandes referentes. Todos ellos surgieron igual: un casting para seleccionar a sus integrantes, sometidos siempre a duros procesos de formación en canto y baile. De hecho, se tiraban meses ensayando hasta su debut. Debían ser milimétricos, trabajar al unísono. De lo contrario, no pisarían el escenario. Una perfección que asusta. Y que, anoche, nada más subirse quedó patente: impolutos y mecánicos, ejecutaron una coreografía impecable. Sabían dónde mirar, cómo dirigirse al gentío. Hasta su expresión estaba preparada. Pero, oye, bastaron District 9 y Chk Chk Boom para que el Metropolitano se viniera abajo.
Mucho ruido
“Viene mi favorita”, gritó Sara, que no podía creerse dónde estaba. La acompañaba un amigo, Joaquín, ambos de Málaga. Aunque estaban en grada, pasaron la velada de pie. “Hemos venido a Madrid por ellos. Cogimos el tren a primera hora y, al llegar, corriendo, pillamos un taxi hacia el estadio. Era la ilusión de nuestra vida. Nos las sabemos todas”, contaron mientras Christopher y compañía desmenuzaban los cinco álbumes que han editado desde 2020. Giant, el último, es el segundo en japonés. El resto los publicaron en coreano. Sin embargo, el idioma nunca les ha supuesto una barrera: tras pasar por Latinoamérica y Estados Unidos, la banda está recorriendo Europa con su tour Dominate. Un interés promovido, principalmente, a falta del apoyo de discográficas, por los seguidores. Son ellos quienes han hecho el ruido suficiente, a través de las redes, con campañas masivas, para traerles a Occidente.

Pulseras y carteles que los fans de Stray Kids han creado para la ocasión. / DAVID RAW

Gran parte del público llevaba una ‘antorcha’ que brillaba al ritmo de las canciones. / DAVID RAW
Fuera del recinto, un buen puñado de personas escuchaba atento. Unos saltaban, otros chillaban. Incluso hubo quienes, de la mano, como en un juego infantil, se movían al ritmo de I Like It. “Como no nos podíamos permitir las entradas, hemos decidido acercarnos. No es lo mismo, pero nos hace igual de ilusión”, sostuvo Andrés, veinteañero de Toledo. Su perfil es el más común: jóvenes de hasta 30 años que, solos o acompañados, purpurina en el ojo, reconocería una flema en la garganta de Seo y los suyos. No obstante, al menos aquí, ojo, el público se ha extendido a otras capas sociales: sobre todo, progenitores que, tras machacarles con su música, al final, han caído rendidos a sus encantos. “Mi padre está ahí. ¿Lo ves? El que tiene una cerveza en la mano”, dijo Andrés entre risas. A lo lejos, de rojo, bien alto, él le devolvía el saludo.
Episodios oscuros
Su discografía está diseñada para disparar las endorfinas: melodías dinámicas y vibrantes que, sin demasiada chicha, están creadas para anidar en la cabeza. Esto es algo característico del K-pop: en España ya se vivió, por ejemplo, en 2012, cuando PSY arrasó con Gangnam Style. Otros de los elementos que las vuelven exóticas son las numerosas referencias a su cultura: un cóctel que busca reflejar una identidad alejada, pero seductora. Sólo así ha logrado asaltar escenarios tan grandes como Coachella y telonear a artistas de la talla de Coldplay. “Conocí a Stray Kids gracias a Blackpink, que colaboró con Dua Lipa en Kiss And Make Up. Empecé a tirar de hilo y descubrí un universo apasionante”, desveló Sandra. Desde entonces, se ha ido introduciendo en un país que ya ha visitado dos veces. La última vez fue en 2024 y, cómo no, como buena fan, regresó cargada de merchandising. Éste fue su quinto concierto.

Dos seguidoras de Stray Kids, a las puertas del Metropolitano. / DAVID RAW

El fenómeno K-pop nació en los 90 con Seo Taiji and Boys. / DAVID RAW
Ahora bien, detrás de este fenómeno, inofensivo en apariencia, se esconden algunos episodios oscuros. En 2017, por ejemplo, Kim Jonghyun fue encontrado muerto en su apartamento de Seúl: el líder de Shinne se había suicidado por no aguantar la presión social. Días antes, se habían filtrado unas imágenes de él paseando con una chica. Una relación que, supuestamente, según reveló la película Love On Trial, de Koji Fukada, no estaba permitida en su contrato: se debía única y exclusivamente a sus fans. Más tarde, en 2019, Sulli se quitó la vida tras años de ciberacoso. Lo mismo que Goo Hara dos meses después. “Qué pena. En vez de hostigar a nuestros artistas, deberíamos cuidarles. Su felicidad es la nuestra”, comentó Rosa, a punto de emprender el camino de vuelta. Una masa empezaba a intuirse a las puertas del recinto. Sonreían, lloraban. Ni Lola Índigo ni Ed Sheeran despertaron tal reacción meses antes. Quizá, sólo ellos lo entiendan. Qué suerte.