Olvidemos los veranos suaves que alternaban con algún día caluroso. Esa España ya no existe. Desde 2015, el país ha entrado en una nueva dimensión climática bautizada como «Infernalia»: una era de calor extremo sistemático donde el 90% de los veranos son severos, las temperaturas superan los 46 °C y las olas de calor se han convertido en la norma, no en la excepción.
El Observatorio de la Sostenibilidad, en su nuevo informe “CALOR EXTREMO 2025”, desvela una transformación climática en España que consolida una nueva y alarmante normalidad. El análisis se fundamenta en los datos de estaciones meteorológicas centenarias reconocidas por la Organización Meteorológica Mundial (OMM), como las de Madrid-Retiro, Tortosa, Daroca e Izaña, que ofrecen registros ininterrumpidos de más de un siglo. Estas mediciones perfilan un territorio donde ciertas zonas pronto podrían ser conocidas como “Infernalia”, un término que refleja la severidad del calor que ya se ha instalado en el país.
De la alternancia climática a la década ardiente
Históricamente, el clima español alternaba veranos suaves con episodios calurosos puntuales. Sin embargo, el año 2015 marcó un punto de inflexión radical. Desde entonces, cada verano, sin excepción, ha estado dominado por olas de calor de una intensidad sin precedentes. La temperatura media de las máximas ha subido entre 1,4 y 2,4 °C en ciudades con registros históricos como Madrid, Tortosa o Zaragoza.
Según Fernando Prieto, director del Observatorio, la situación es alarmante: «el 90% de los veranos de esta década han sido clasificados como muy severos o severos, con olas de calor cada año y anomalías térmicas superiores a los 3 °C, un hecho muy poco frecuente antes de 2015».
Observatorio de la sostenibilidad (002) / Observatorio de la Sostenibilidad.
Esta tendencia se confirma con datos contundentes: casi la mitad (un 48%) de todos los récords de temperatura máxima absoluta en España se han producido en los últimos cinco años. El verano de 2022, bautizado por los meteorólogos como «el verano inexplicable», fue el más caluroso registrado, con localidades que superaron los 46 °C y provincias que soportaron hasta 41 días de ola de calor, un fenómeno que afectó de forma inédita a toda la península y Baleares.
Este calentamiento no se limita al estío. Desde 1961, la temperatura media general en España ha aumentado 1,65 °C, con una aceleración notable desde el año 2000 que afecta a todas las estaciones del año. Las previsiones sobre el cambio climático han sido superadas, y las consecuencias son peores de lo esperado, señala el informe.

Evolución de las temperaturas en España. / Observatorio de la Sostenibilidad.
Impactos múltiples: de la salud a la reputación internacional
Las repercusiones de este nuevo clima son profundas y se extienden a todos los ámbitos de la sociedad. El calor extremo provoca un incremento del riesgo de mortalidad, sobre todo en personas mayores y colectivos vulnerables. Aumentan las patologías cardiovasculares y respiratorias, y se ha detectado lo que algunos expertos califican como una «verdadera epidemia de insuficiencia renal«. Las persistentes noches tropicales agravan los trastornos mentales y del sueño, mientras los servicios de urgencias se saturan. La pobreza energética acentúa esta desigualdad, limitando la capacidad de muchas familias para protegerse.
Por otro lado, la agricultura y los recursos hídricos sufren una presión insostenible. El riesgo de incendios forestales se ha multiplicado hasta tal punto que los expertos proponen una nueva categoría: los incendios de séptima generación, como los vistos en zonas boreales de Canadá o Rusia y en California. A su vez, el mar Mediterráneo alcanza temperaturas inusitadas, elevando el riesgo de fenómenos extremos como DANAs y supertormentas estáticas. El impacto económico es tangible: según el meteorólogo Peio Oria, Europa ya pierde hasta un 0,98% de horas laborales en sectores como la construcción o la agricultura por el calor.
Por último, la imagen de España como paraíso estival se está desvaneciendo. Medios como The New York Times ya anuncian el fin de los «euroveranos», señalando directamente al país. En este contexto, surgen voces críticas como la del científico del CSIC Antonio Turiel, quien acusa a las administraciones de no haber tomado medidas adecuadas para preparar las ciudades ante el «caos climático creciente».
La adaptación urgente como única salida
Ante un escenario donde el calor extremo llegó para quedarse, la adaptación es una necesidad imperiosa. La ciencia propone una serie de medidas coordinadas e inmediatas para construir resiliencia. Es fundamental identificar y proteger a las poblaciones vulnerables mediante bonos sociales para climatización y redes de apoyo vecinal.
Las ciudades deben transformarse con la creación de centros de enfriamiento públicos, accesibles durante 12 o incluso 24 horas, y la renaturalización del espacio urbano con fuentes, nebulizadores y pavimentos frescos. Además, se debe fomentar la instalación de tejados solares que, además de generar energía limpia, proporcionan sombra y reducen la temperatura en los edificios. La mejora de los sistemas de alerta rápida y comunicación es igualmente crucial para informar a la población de manera eficaz.
Mirar hacia otro lado solo agravará las consecuencias. La urgencia obliga a actuar con determinación, aplicando el conocimiento científico para garantizar la salud, la igualdad y la calidad de vida en la España del futuro.