La estimada profesora Lola Peiró. / INFORMACIÓN
No han transcurrido ni diez días desde el fallecimiento de nuestra madre, Lola Peiró, y, sin que se nos informe –sin intercambiar una sola palabra con nosotros, sus familiares–, un partido político local, con representación en el Consistorio, a través de una nota de prensa y sus redes sociales, anuncia que propondrá un homenaje en el callejero ilicitano a título póstumo en el próximo pleno del Ayuntamiento.
A nuestra madre, este asunto le habría dado para escribir un buen artículo. Habría reflexionado sobre el arte de afinar bien los gestos; sobre la importancia de ser humano antes que político; sobre el valor de entender la dinámica de los procesos y de respetar los tiempos cuando se anuncian acciones (por muy conveniente que el anuncio resulte a las llamadas «causas comunes»). Sin duda, habría dicho que los homenajes sinceros no tienen que ver con aplausos, placas conmemorativas, ceremonias, callejeros, cortes de lazo o abrazos ideológicos, sean del color que sean. Seguramente, habría recapitulado con una nota sobre las muchas maneras de honrar de forma coherente –y, por encima de todo, útil– el trabajo y la memoria de las personas que, al marcharse, han dejado una huella en la vida de los demás.
Nuestra madre –para muchos Marilola, Lola, María Dolores, o la Peiró– inspiraba entusiasmo y valentía en todos aquellos con los que trataba. Promovía la creatividad y el fluir de ideas originales. Invitaba a cuestionar los márgenes y las convenciones establecidas y a manifestar con actos –siempre de forma respetuosa– las convicciones a las que uno llega tras una reflexión personal, serena y, sobre todo, honesta. Y la propuesta de una actuación municipal para darle su nombre a un espacio público –nos lo dijo ella– le resultaba incómoda, irritante y totalmente equivocada porque constituía una evidencia aplastante de que no se había entendido cuál era su manera de ver y de hacer las cosas.
Esta no era una posición altiva. Para ella, reconocer el valor del trabajo bien hecho era importante y necesario, pero si se dirigía a proyectos concretos y cumplidos, a obras o acciones en cuyo desarrollo intervienen, como es lógico, esas personas. Y por eso, se negó –de forma explícita y tajante, en tantas ocasiones– a que en su nombre se celebrasen actos sumarios o personalistas, homenajes individuales o menciones generales que aludieran a su figura. No quiso participar en actos de reconocimiento que no estuviesen estrechamente ligados a trabajos, proyectos o –con mayor frecuencia– obra legible.
Para algunas personas, esta postura puede resultar extraña y quizá difícil de entender. Los que la tratamos día a día podemos zanjar este asunto sin dudas, con absoluta confianza y con total tranquilidad: ella no quería que le dieran su nombre a una calle o espacio público. Así que se lo debemos. Le debemos el respeto.
Firman esta tribuna también los hermanos de Ana Adela García: Ignacio, Mirentxu y Josemi