Rebeca Torró, secretaria de Organización del PSOE. / Redacción
Es un ejercicio arriesgado y un tanto cansino practicar la espeleología sanchista para caracterizar a Rebeca Torró, una socialista valenciana que desde el pasado día 5 asume la Secretaría de Organización del PSOE, sustituyendo a Santos Cerdán, que no dimitió para irse a fundar un club del libro, sino por estar investigado judicialmente.
Muy pocos días después de entregar su acta de diputado, Cerdán fue trasladado como preso preventivo a la cárcel. Incluso en la misma mañana en que se planeaba designar a Torró como nueva secretaria de Organización, Francisco Salazar, destinado a ser su adjunto por órdenes directas de Pedro Sánchez, dio la estampida al ser denunciado por varias compañeras del partido –supuestamente subordinadas suyas– por machista, baboso y grosero. Todos se quedaron muy asombrados, especialmente, los ministros, porque el ministro sanchista es una criatura desvalida que se pasa la vida de sorpresa moral en sorpresa moral.
Al final a Torró solo le acompañan dos adjuntos: Borja Cabezón y Anabel Mateos. El primero lleva cerca de veinte años en política, aunque solo tenga 45 tacos. La última de sus recolocaciones fue el cargo de consejero delegado de la Empresa Nacional de Innovación (ENISA): unos 100.000 euros anuales de remuneración. Anabel Mateos es aún menos conocida, aunque ya era miembro de la comisión ejecutiva federal en un puesto muy menor. Está casada con Antonio Hernando, secretario de Estado de Comunicaciones e Infraestructuras Digitales y exportavoz en la Cámara Baja, y ha estado relacionada con la empresa lobista de José Blanco, secretario de Organización con Rodríguez Zapatero. Anabel Mateos conoce a Sánchez desde sus tiernos años en las Juventudes Socialistas. Será la verdadera comisaria de la comisaria.
Basta observar la trayectoria de Torró para constatar que ha sido colocada ahí no por sus excepcionales servicios al partido o a su contrastada capacidad política o de gestión. Es una oficial de escasas luces y nula brillantez que simplemente se dedicará a las gestiones más o menos ordinarias bajo el liderazgo incuestionable del presidente. Si se producen crisis territoriales intervendrá directamente el secretario general. En las federaciones que controlan los ministros tienen carta blanca para carbonizar cualquier disidencia, si es que queda alguna.
La secretaria de Organización, como cualquier institución del PSOE sanchistizado, ha sufrido una erosión en términos de rigor, operatividad y prestigio. Lo mismo ha ocurrido en las organizaciones territoriales. La nómina de los secretarios de Organización (y sus adláteres) bajo el felipismo fue, en comparación, deslumbrante. González y Guerra construyeron política, estratégica y organizativamente el PSOE en la segunda mitad de los años setenta siendo el primero el secretario general y el segundo el secretario de Organización (lo fue hasta la primavera del 1979). Después desempeñaron el cargo Carmen García Bloise –tan olvidada que más de un pazguato ha repetido que Torró era la primera mujer en llegar a esa responsabilidad en el PSOE– Txiki Benegas y Ciprià Ciscar: tres militantes en veinte años. Después comenzó el horror con el zapaterista y hoy millonario Pepe Blanco –uno de los primeros valedores de un jovencísimo Sánchez– para continuar con Leire Pajín, el pobre de Marcelino Iglesias, Óscar Mister Potato López, César Luena, José Luis Ábalos –el que se enrolla que te cagas– y Santos Delicias Cerdán. No, Benegas no era el consejero áulico Goethe, pero Cerdán tiene el aspecto, los modos y la astucia de un vendedor de porrones.
No es demasiado razonable pedirle peras al ciruelo de Torró. No marcará un estilo propio: intentará adoptar el color atmosférico del régimen sanchista. Si la corbata del secretario general es blanca, el día será blanco; si es azul, el día tendrá el color del cielo, si acaso es violeta, Torró se sentirá más feminista que nunca; si el jefe sigue perdiendo peso, pues será cuestión de ponerse a dieta. Sus primeras palabras –y las segundas, y las terceras– no se han apartado una coma de una retórica narrativa que no se escribe desde Ferraz, sino desde La Moncloa. Eso sí: la nueva secretaria de Organización sabe sonreír. Su predecesor, cuando esbozaba una sonrisa, parecía víctima de una gastritis. Aunque, sinceramente, uno no sabe que es peor.