La masa total de nuestras creaciones ya supera la biomasa de todos los seres vivos del planeta y se duplica cada 20 años. Cada día, añadimos a la tecnosfera una masa equivalente a casi 20 grandes pirámides de Giza. Podemos y debemos controlarla.
Cada objeto, desde un simple tornillo hasta los satélites que orbitan la Tierra, es una pieza de un rompecabezas que los científicos han bautizado como la tecnosfera: el conjunto de todas las cosas que la humanidad ha creado. No es solo un concepto abstracto; es una nueva capa geológica que envuelve al planeta, una máquina global de la que dependemos para todo: comer, trabajar, comunicarnos y vivir.
Un nuevo estudio, publicado en la revista Earth System Dynamics, ha medido a este gigante: tiene una masa de aproximadamente un billón de toneladas, que crece a un ritmo tan vertiginoso que se duplica cada 20 años.
Definiendo el mundo que hemos fabricado
Para entender la tecnosfera, los científicos proponen una definición clara: es toda la materia física (no viva y no alimentaria) que hemos extraído de la naturaleza y transformado para nuestro uso. Esta definición traza líneas importantes: los seres vivos no cuentan. Un pollo de granja o un campo de maíz son parte de la biosfera, la esfera de la vida. Sin embargo, un marcapasos o una prótesis son pura tecnosfera. Otra línea: lo intangible queda fuera. Las ideas, las leyes, las empresas o las culturas no tienen masa. Son los motores de la tecnosfera, pero no sus ladrillos. Por último, el uso es la clave: un coche en funcionamiento es tecnosfera activa. El mismo coche, abandonado y oxidado en un descampado, deja de serlo. Se convierte en un «tecnofósil», un residuo que empieza a reintegrarse (a menudo, de forma problemática) en el sistema terrestre.
Bajo esta lupa, el mundo artificial se revela en su verdadera dimensión. La masa total de nuestras creaciones ya supera la biomasa de todos los seres vivos del planeta. Vivimos, literalmente, en un mundo más artificial que natural.
Anatomía del coloso: hormigón, asfalto y poco más
La inmensa mayoría de la masa de la tecnosfera es estática y monumental. En primer lugar, edificios: cerca de la mitad de toda la masa de la tecnosfera corresponde a edificios residenciales y de servicios. Son el esqueleto principal de nuestro mundo construido. En segundo lugar, infraestructuras de transporte: carreteras, puentes, túneles y vías de tren constituyen aproximadamente un tercio del total. Son las arterias que conectan al gigante.
En contraste, todos los objetos móviles —coches, barcos, trenes, maquinaria, etc.— apenas representan el 2% de la masa total. Sin embargo, incluso esta pequeña fracción es descomunal: su peso combinado (unas 17 gigatoneladas) es comparable a la biomasa húmeda de todos los animales del planeta, desde los insectos hasta las ballenas.
Referencia
Delineating the technosphere: definition, categorization, and characteristics. Eric D. Galbraith et al. Earth Syst. Dynam., 16, 979–999. DOI:https://doi.org/10.5194/esd-16-979-2025, 2025.
Un motor que se alimenta a sí mismo
Quizás el rasgo más definitorio de la tecnosfera es su crecimiento autocatalítico. Este término científico describe un proceso en el que el producto de una reacción acelera esa misma reacción. Dicho de otro modo: la tecnosfera se usa a sí misma para crecer más rápido.
Un ejemplo: las excavadoras (tecnosfera) extraen minerales para fabricar acero (tecnosfera), que se transporta en camiones y barcos (tecnosfera) por carreteras y puertos (tecnosfera) hasta fábricas (tecnosfera) donde se construye más maquinaria, más edificios y más vehículos. Es un ciclo de retroalimentación positiva que ha provocado una aceleración sin precedentes en la historia humana.
Durante milenios, el mundo material humano creció muy lentamente. Sin embargo, desde 1900, impulsado por los combustibles fósiles, el crecimiento se ha disparado a más del 3% anual. Esto equivale a un tiempo de duplicación de solo 20 años. Cada día, añadimos a la tecnosfera una masa equivalente a casi 20 grandes pirámides de Giza. Esta dinámica la diferencia radicalmente de las construcciones de otros animales. Un dique de castores ayuda a los castores a sobrevivir, pero no contribuye directamente a construir más diques, explican los investigadores en su artículo.
Arquitectos de nuestro propio futuro
Vivir dentro de la tecnosfera nos plantea una pregunta fundamental: ¿somos sus amos o sus prisioneros?, señalan los científicos. Su crecimiento parece tener una lógica interna, casi autónoma, que impulsa un consumo de recursos y una generación de residuos que amenazan los equilibrios planetarios.
Sin embargo, el estudio concluye con una nota de esperanza. La tecnosfera no es una fuerza de la naturaleza independiente; sigue dependiendo de la energía, las decisiones y las acciones humanas. Su crecimiento no es un destino inevitable. Entender que hemos construido esta estructura colosal es el primer paso para aprender a guiarla conscientemente.
El reto de nuestro siglo no es solo frenar su expansión sin control, sino rediseñarla para que pueda sostener el bienestar humano sin devorar el planeta en el proceso. Somos los arquitectos de este gigante, y en nuestras manos está decidir cómo será su futuro, concluyen los investigadores.