Las mechas de los estallidos sociales, como el de Torre Pacheco, donde unos agresores identificados como inmigrantes marroquíes propinaron una paliza a un vecino jubilado, no se prenden con una sola cerilla. Hace falta algo más. Culpar a la inmigración precisamente en un lugar que no sería lo que es sin la mano de obra extranjera es un disparate. Tampoco es únicamente responsabilidad de Vox, a quien el Gobierno señala, por mucho que su discurso xenófobo alimente el odio, y la amenaza externa encuentre un terreno fértil en quienes creen que los inmigrantes nos invaden y ponen en riesgo la seguridad. El partido de Abascal mantiene de una manera peligrosa el cuchillo entre los dientes para sacar rédito político de unas propuestas simples y extremadamente populistas; los populares han tardado más de la cuenta en pronunciase como es debido sobre la violencia ultra; y el Gobierno, en actuar con eficacia y contundencia, porque en unas circunstancias políticas difíciles busca también sacar partido de la tensión cuando hay posibilidades de culpar a la extrema derecha e incluso a la derecha de lo que sucede estos días.
Puede que lo más grave y revelador de lo ocurrido en Torre Pacheco no esté en los hechos en sí, sino en las reacciones que suscitan, en los discursos simples, en los titulares fáciles, en el seguimiento rastrero de las televisiones, y en las redes sociales que actúan una vez más como el altavoz de los prejuicios. La inseguridad existe, pero también hay abandono institucional, una precariedad laboral, segregación, falta de salubridad en los barrios de los inmigrantes, un sistema educativo endeble, y cuerpos policiales que hacen seguramente lo que pueden con los escasos recursos que manejan. No es solo el orden público el que se tambalea, sino el modelo de sociedad que hemos creado.
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