Alexandra Delgado sufre agorafobia, un trastorno de ansiedad que durante más de 10 años le ha impedido salir de su casa. Esta tinerfeña de 29 años lleva una década sin recorrer la Isla, sin tomar algo en una terraza con amigos y sin trabajar. Precisamente, la falta de empleo ha provocado que su problema se convierta en una espiral sin salida. Sin trabajo no puede costearse las terapias y sin tratamiento no puede superar este miedo. “Tengo muchas ganas de realizarme profesionalmente, para ello he estudiado; soy técnica de Integración Social y me duele que no haya oportunidades para personas en mi situación”, denuncia la joven.
Como medida temporal, le gustaría encontrar un puesto que le permita teletrabajar hasta que consiga vencer a la ansiedad y salir a la calle. En estos últimos meses, ha comenzado a dar sus primeros paseos por un parque de la capital. Eso sí, siempre acompañada de su pareja o de algún familiar. Aún no existe un acuerdo sobre la definición de agorafobia, pero se manifiesta como un miedo a los espacios abiertos. La tinerfeña tardó varios años en ponerle nombre a lo que le pasaba. De hecho, los primeros síntomas comenzaron en el colegio, cuando empezó a sentir dolores de barriga repentinos. Después experimentó otras limitaciones como problemas para coger el transporte público y, ahí, optó por estudiar a distancia, pues siempre ponía excusas para no ir a clase. “Me recluí por completo, la ansiedad dominó mi entorno y desarrollé una hipersensibilidad”, explica.
Fobia social
Su principal miedo es que las personas piensen que se encuentra mal y, al mismo tiempo, este temor se traduce en sudores fríos y mareos, que hacen que realmente sienta ese malestar. Esto, a su vez, ha derivado en una fobia social. “Es un conjunto de muchas cosas, supongo que si hubiera tomado medidas antes, no habría llegado a este punto, pero ya lo he cronificado”.
El primer diagnóstico llegó en 2017, a través de una consulta privada con un psicólogo. Ya era una enfermedad reconocida y, por tanto, logró ponerle nombre a lo que le sucedía. Contar con ese papel no solo le sirvió como una justificación a su absentismo en clase, sino que además le abrió las puertas a derechos como el reconocimiento de un 65% de discapacidad.
«Estoy muy condicionada por la enfermedad y me parece que esto no es vida»
Al principio a penas podía abrir la puerta de su casa para recoger la comida que pedía a domicilio. «Me generaba mucha ansiedad ver a una persona fuera», revela. Ahora, la situación ha mejorado con pequeños avances en el día a día, aunque eso no significa que esté libre de miedos. «Estoy muy condicionada por la enfermedad porque estoy constantemente preocupada de mis sensaciones y, aunque he notado ciertas mejoras, me sigue pareciendo que esto no es vida», matiza.
La joven confiesa que tiene ciertos «rituales» para poder afrontar los momentos en los que debe salir a la calle. Por ejemplo, le resulta imposible moverse en transporte público y cuando tiene que acudir a una cita médica siempre se desplaza en coche para garantizarse un lugar seguro. «Siempre intento ir acompañada, con las llaves en la mano y dejando el vehículo lo más cerca posible de la puerta de cada sitio», apunta. A pesar de las dificultades, Alexandra Delgado no tira la toalla. «Procuro cumplir con unos mínimos y si de repente me entra el miedo, me obligo a intentarlo«, detalla.
Limitaciones
Pero la enfermedad no la limita solo en el aspecto físico y social. La joven cuenta que incluso le ha costado malentendidos con su familia porque al principio no sabía identificar lo que tenía y soltaba «excusas» para no salir de casa. «Les decía cosas como que el coche estaba roto y eso provocó un sentimiento de rechazo en ellos, pensaban que no les quería», señala. Un tiempo después tomo consciencia de lo que ocurría y pensó que era mejor que conocieran sus miedos a que pensaran que no les importaba. Y una vez que asumió su condición, le sirvió para conocer a otras personas que pasaban por lo mismo y tener apoyos de iguales. «Al final la agorafobia te hacen sentir como una persona diferente e incapaz, y ver que hay personas que pasan por lo mismo que tú es reconfortante. No te sientes solo«, aclara.
Para la joven, tener un trabajo no signifca únicamente un apoyo económico con el que poder pagar la terapia, sino que le proporcionaría estabilidad, rutina y la capacidad de mantener la mente ocupada. «Llevo 10 años sintiéndome inútil y trabajar me haría muy feliz», aclara. Delgado asegura que su profesión se puede desarrollar a distancia sin problema. «Muchas empresas contratan a personas con la idea de ponerlos a teletrabajar para todo aquello referido a los call center o reclamaciones». De hecho, ha tenido entrevistas de trabajo con varias empresas de Canarias y siempre le ocurre lo mismo. «Me dicen que les gusta mi perfil y cuando les comento la opción de teletrabajar se desinteresan«, aclara. Según cuenta, dejan el trabajo a distancia para las personas con limitaciones físicas. «Al tratarse de algo mental es menos evidente y no lo acaban de visualizar», señala.
Bajo su punta de vista, aún queda mucho camino por delante en lo que se refiere a problemas de salud mental. «Yo misma tuve que acudir a un psicólogo privado porque la gestión del público era nefasta y muy poco eficiente», apunta. Además, considera que los pocos recursos que hay se limitan a los que obliga la ley. Ella no pretende teletrabajar toda su vida. «Es algo puntual, hasta que logre superar mis miedos y no me impidan vivir con limitaciones», cuenta. Ahora, continúa a la espera de que alguna empresa «caiga del cielo» decidida a adaptar el trabajo a su condición y, con algo de suerte, salir de ese bucle que no le permite vivir como se merece.
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