Durante años, una de las características más marcadas del apoyo electoral a Vox ha sido su masculinización: la extrema derecha española no conseguía un apoyo remarcable entre las mujeres, especialmente entre las más jóvenes en las que las simpatías por esta formación revelaban una brecha importante entre las chicas y los chicos más jóvenes. Pero análisis más recientes muestran que esto está cambiando. Así lo ponen de manifiesto los datos de los barómetros del CIS (agregados entre enero y junio de 2024 y 2025) en los que se apunta una transformación sutil, pero significativa: el voto femenino entre las mujeres más jóvenes está creciendo.
Entre 2024 y 2025 la intención directa de Vox ha crecido tanto entre hombres como entre mujeres, pero de forma desigual por edades. El cambio más sorprendente es el significativo aumento del apoyo a Vox entre las chicas más jóvenes. Mientras el ascenso global es de 1,7 puntos, entre los jóvenes de 18 a 24 años alcanza los 6,2 puntos y entre las chicas de esta franja, hasta los 7,4 puntos. En términos relativos, esto representa un crecimiento del 135%.
Este crecimiento sostenido se mantiene a lo largo de todo el primer semestre de 2025: de enero a junio, las mujeres más jóvenes muestran una intención de voto a Vox más elevada que las mujeres de cualquier otra edad. En cambio, en 2024 era diferente: el apoyo de las jóvenes a Vox era parecido al de las mujeres de otras edades, y muy inferior al de sus coetáneos hombres.
Este giro ha contribuido a reducir la brecha de género en el apoyo a Vox entre los más jóvenes. En el 2024, solo un 20% de la juventud que optaba por Vox eran chicas: ahora ya representan el 30%. Este patrón se repite, aunque con menor intensidad, en otras franjas de edad.
Sin embargo, existe una excepción destacable: las mujeres de 25 a 34 años. Es el único segmento femenino donde la intención de voto hacía Vox no crece. En cambio, sí que lo hace entre los hombres de la misma edad. Esta cohorte coincide, precisamente, con la generación que ha protagonizado las grandes movilizaciones feministas de los últimos años y, seguramente por este motivo, muestra una mayor resistencia a los discursos reaccionarios y antifeministas.
El aumento del apoyo a Vox entre las mujeres más jóvenes exige una lectura que vaya más allá de los datos. A continuación, apuntamos algunos factores que pueden ayudar a entender ese giro.
Una de las vías más eficaces de la extrema derecha para llegar a los jóvenes ha sido la colonización de espacios digitales de ocio. Mediante lo que se ha dado en llamar entretenipolítica, mensajes antifeministas se difunden en formatos aparentemente neutros, como vídeos de cocina, fitness o humor. Según un estudio de Marta Fraile y otras investigadoras (Politics & Gender, 2023), estos mensajes penetran más fácilmente cuando se consumen en momentos de relajación. Como ya advirtió el politólogo estadounidense John Zaller en su libro ‘The Nature and Origins of Mass Opinion’ (1992), muchas opiniones se forman a partir de mensajes recibidos pasivamente, a menudo fuera de los canales informativos. Un ejemplo reciente es el fenómeno ‘tradwife’, con influencers como Roro, que promueven roles de género tradicionales envueltos de estética y estilo de vida. Estos contenidos pueden actuar como puerta de entrada a valores conservadores entre la franja femenina más joven.
Otro factor clave es la progresiva normalización de la extrema derecha como actor político legítimo. Desde la entrada de Vox en el Congreso hasta el regreso de Donald Trumpa la Casa Blanca o el ascenso de Giorgia Meloni a Italia, los posicionamientos ultraconservadores han dejado de ser percibidos como marginales y han pasado a ocupar espacios centrales en el debate público. Esto puede contribuir a una percepción menos amenazadora de estas opciones, especialmente entre perfiles que anteriormente las rechazaban, como las mujeres.
Con las debidas precauciones, podemos plantear la hipótesis de que cuando determinados discursos se convierten en familiares e institucionalizados, pierden parte de su estigma. Esto no quiere decir que las mujeres jóvenes compartan plenamente las ideas de Vox, pero si que pueden empezar a verlo como una opción legítima, «normalizada», en un paisaje político polarizado.
La falta de soluciones a problemas estructurales, el difícil acceso a la vivienda y la sensación de rotura del pacto meritocrático han generado un malestar creciente entre las personas más jóvenes. Autores como Michael Sandel (The Tyranny of Merit, 2020) o Thomas Piketty han analizado cómo el sistema educativo ya no garantiza una movilidad ascendente, alimentando frustración y desafección. Michael Kimmel, en ‘Angry White Men’ (2013), muestra cómo este malestar se ha expresado sobre todo entre los hombres, a menudo a través del rechazo al feminismo o a las políticas progresistas. Ahora bien, en un contexto de crisis democrática más amplia —donde se tambalean valores como la igualdad o la representación—, es posible que este desencanto también esté empezando a afectar al segmento femenino joven. Esto podría facilitar una apertura, aunque parcial, a discursos antes percibidos como más extremos.
Una de las estrategias retóricas más eficientes ha sido el giro securitario del discurso de Vox. La extrema derecha utiliza la defensa de las mujeres como argumento para justificar sus políticas antiinmigración y de control social: «protegen» a las mujeres limitando la presencia de inmigrantes musulmanes, a los que asocian con la delincuencia. De esta forma, intentan presentarse como garantes de la libertad de las mujeres, aunque es una libertad definida desde una óptica paternalista y excluyente.
Este «feminismo reaccionario» no defiende la autonomía de las mujeres, sino que las concibe como sujetas a proteger por el Estado y los hombres nacionales. Es una visión que contrasta con el feminismo contemporáneo, que reivindica la autonomía y agencia de las mujeres, sin necesidad de protectores.
Los datos apuntan a un cambio social en curso: el voto en la extrema derecha sigue siendo marcadamente masculino, pero el muro que representaban las mujeres más jóvenes como bastión antifascista parece que empiece a resquebrajarse. La normalización del discurso ultra, la instrumentalización de los debates sobre género y la penetración en las redes sociales explican, en parte, ese fenómeno. Queda por ver si esta tendencia se consolidará o si las resistencias feministas de la generación de 25 a 34 años podrán frenar su expansión. En cualquier caso, entender estas dinámicas es también una oportunidad para reforzar discursos emancipadores y herramientas pedagógicas que permitan reconectar con una parte de la gente joven antes de que la resignación o el rechazo les arrastren hacia opciones regresivas.
Suscríbete para seguir leyendo