La vida en el mar ha sido a lo largo de su historia sinónimo de aislamiento. En aguas del Gran Sol, Terranova, Argentina, Malvinas… Da igual el caladero, lo normal para los pesqueros gallegos siempre ha sido faenar durante semanas o meses sin apenas contacto con tierra, limitándose su comunicación a una radio —en sus inicios— y viendo cómo con el paso de los años comenzaba a desplegarse al ralentí un internet caro y extremadamente precario. La posibilidad de tener WhatsApp a bordo era un lujo, y ver una serie o hacer una videollamada con la familia semejaban una utopía inimaginable, hoy real gracias a la gigantesca red que el multimillonario Elon Musk impulsa a través de Starlink. Más de 6.000 satélites de órbita baja operan ya y cada vez más buques de la flota están aprovechando su potencial para conectarse al mundo. Para poner fin a su soledad.
«Es toda una revolución», destaca en declaraciones a FARO el responsable informático de la auxiliar del naval Coterena, Alberto González, que da cuenta de los beneficios que supone también este salto tecnológico a la hora de monitorizar en tiempo real las condiciones de navegación: un servicio que la compañía ofrece a través de su programa Argos y emplean actualmente 50 embarcaciones, la mayoría dedicadas a la pesca y con puerto base en Galicia. «El crecimiento es exponencial», asegura, respecto al número de clientes que deciden nutrirse del sistema de conexión que ha logrado desarrollar la spin-off de Space X. El año pasado apenas se integraba un 5%; este, alrededor del 30%.
La calidad de la conectividad que ofrece Starlink a los pesqueros gallegos «es la misma que podemos tener en nuestros hogares», explica el experto, algo que contrasta con la situación de hace solo unos años, cuando conectarse a internet en el mar era un proceso tan costoso como limitado. Hasta ahora había que instalar antenas parabólicas estabilizadas, montadas sobre sistemas mecánicos llamados gimbals, capaces de mantener la señal apuntando a un satélite geoestacionario aunque el barco se moviera. La inversión podía superar los 70.000 euros, a lo que se sumaba el pago del servicio mensual, que según el ancho de banda contratado podría suponer entre 2.000 y 3.000 euros más.
Vista de la antena de la compañía de Musk instalada en un barco. / Starlink
¿A cambio de qué? De una conexión frágil y reducida. «Te daban seis megas de bajada, medio de subida y una latencia de tres segundos. Imagina tener una conversación con tres segundos de retardo», expone González. La empresa de Musk ofrece antenas para uso marítimo por 3.000 euros y la cuota mensual está en torno a los 300. En cuanto a su velocidad, 200 megas de descarga y 50 de subida, así como una latencia de 30-50 milisegundos. «Es diez veces más barato e infinitamente mejor. Es muy difícil no hacer el cambio con estas condiciones», subraya.
«Hay marineros que antes pasaban meses sin poder hablar con su familia. Sin un mensaje, sin una videollamada, sin ver una película. Ahora tienen acceso a todo. Pueden usar WhatsApp, Netflix o llamar por vídeo desde cualquier caladero. Es un salto humano brutal», destaca asimismo el responsable IT de Coterena. El acceso a una red estable aumenta la seguridad y reduce la sensación de aislamiento, además de revolucionar la telegestión de las embarcaciones en vivo: «Tenemos algoritmos que detectan anomalías. Si un motor se recalienta, lo sabemos al instante. Podemos avisar y evitar una avería seria. Antes solo lo veíamos cuando el barco llegaba al puerto».
La tecnología de Musk también ha resuelto uno de los grandes problemas del pasado: las zonas de sombra. Los satélites geoestacionarios tenían limitaciones de cobertura por la curvatura de la Tierra. Starlink, al operar en órbita baja con satélites móviles, elimina ese problema. «En prácticamente cualquier lugar hay conexión. Ahora mismo no tienen competencia real», destaca González.
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