El público hace la ola a los coches que preceden a los corredores por el Muro de Bretaña. Los vehículos suben, entre una nube de gente, mucho más lentos que los ciclistas, que un Tadej Pogacar desbocado como todos los días y a su rueda Jonas Vingegaard, que quiere y no puede batir al fenómeno esloveno. Otro día más con el mismo guion en la oficina del Tour: Pogacar, primero, recupera el jersey amarillo, y Vingegaard a su rueda sin poderlo superar en el esprint final.
El Tour vuelve a orquestar con la batuta de Pogacar, si es que alguna vez ha desentonado desde que se salió la semana pasada de Lille. El particular libro de ruta del corredor esloveno escribe que quiere ganar el mayor número de etapas posibles, hacer más historia si cabe y acabar, si es necesario, con los registros de Eddy Merckx. ¿Esta decisión de Pogacar es buena para la carrera? ¿Para el resto de los equipos y sus patrocinadores? Se han disputado tan solo siete etapas y habrá tiempo de sobras para debatir con el tema.
Pogacar vuelve a ser el líder porque Mathieu van der Poel salió de Saint Malo -una nube más espesa de público que otras veces en la salida desde el encanto amurallado de Bretaña- convencido de que vestía de prestado. Y, la verdad, ya ha hecho mucho el nieto de Poulidor en este Tour: triunfo de etapa y dos días de líder. Sabía que su Tour particular finalizaba en el Muro de Bretaña, allí donde ganó en 2021. Y era evidente que ante la furia de Pogacar poco o nada podía hacer.
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