Normandía es destino turístico cada año para miles de personas que no sólo se acercan para admirar los acantilados de las costas o el encanto de las playas en marea baja. Sirve, a veces con el desconcierto del morbo, para recordar el horror de una guerra, el desembarco de los aliados y la ocupación alemana. El Tour no suele ser ajeno a la historia bélica cuando visita este territorio francés que, en esta ocasión, a diferencia de viajes anteriores, ha estado agraciado por el sol y el buen tiempo.
Es admirable ver a los normandos disfrutar del veraneo. Aprovechan el mínimo atisbo de calor para tomar el sol e instalarse en las terrazas de sus casas; que mejor que hacerlo con ocasión de la visita del Tour a Caen, o el martes cuando los corredores y los vecinos de Rouen, la capital normanda, presenciaron en primera persona la victoria de Tadej Pogacar antes de vestirse con el jersey amarillo en la primera de las dos contrarrelojes de la prueba.
Los cementerios normandos
Normandía es sinónimo de enormes cementerios con cruces blancas, miles y miles de chavales mucho más jóvenes que algunos de los corredores que disputan el Tour y que encontraron la muerte bajo el fuego enemigo. Vinieron principalmente de Estados Unidos, pero también de Canadá y del Reino Unido. La mayoría de los cementerios de la zona, por los que tantas veces ha pasado la ronda francesa estos últimos años, están bajo el cuidado de las autoridades estadounidenses. Cruces blancas con el nombre del fallecido, un chico que apenas había cumplido los 20 años en el momento de la muerte.
Sigue siendo curioso visitar los cementerios alemanes. A diferencia de los estadounidenses, las cruces son negras o grises, si no tienen simplemente placas en el suelo con los mismos colores. Las edades compiten en cuanto a temprana muerte con la de sus enemigos llegados desde la otra parte del Atlántico. El color, seguramente, va referido al hecho de que eran los malos de la contienda, los que ocuparon un país por el morro y las armas y los que expandían el fascismo por media Europa.
La playa de Utah
En 2016, la primera etapa del Tour partió desde el turístico Mont de Saint Michel, en la frontera con Bretaña, y llegó casi hasta la misma arena de la bautizada como playa de Utah, donde, con marea baja, todavía se ven los restos de los barcos aliados abatidos por los obuses alemanes. Mark Cavendish, el dios de los esprints, recompensó a las Islas Británicas con la victoria en un día donde Alberto Contador se dio un castañazo terrible y ya empezó a ponérsele cuesta arriba un Tour que acabó abandonando en la novena etapa camino del diluvio universal que caía sobre la cima andorrana de Arcalís.
Este año se han recordado los estragos de la guerra en la destrucción civil, en las ciudades de Dunkerque, que no pertenece a Normandía sino a los territorios del Norte, de la Alta Francia, y luego en Caen, donde en muchísimos lugares se ubican fotos para ver cómo quedó -si es que quedó algo- la localidad en el duro combate entre las tropas aliadas frente a los nazis. Poquísimos fueron los edificios que permanecieron en pie. Muchos de ellos se han restaurado, pero dejando en la fachada los agujeros causados por la metralla de la Segunda Guerra Mundial.
El Tour paralizado hace 80 años
El Tour, como era de esperar, se paralizó a causa de la contienda entre 1940 y 1946. Ya se tuvo que interrumpir entre 1915 y 1918 a causa de la Gran Guerra. Otro enemigo, en este caso microscópico, puso a la carrera en riesgo de suspensión hace 5 años. El covid obligó a cambiar por primera vez las fechas habituales de julio a las de septiembre y muchas etapas se celebraron casi a puerta cerrada, con mínimos espectadores en unas cunetas que ofrecieron una triste imagen muy alejada a la que ya se vive este año con las carreteras pobladas por miles de aficionados.
En 1919, antes que el Tour, se disputó la París-Roubaix, carrera que forma parte de las pruebas producidas por ASO, empresa propietaria de la ronda francesa. La famosa carrera de los adoquines atravesó pueblos destrozados por las bombas, todavía con las trincheras sin cubrir, lo que le valió a la prueba la denominación del ‘Infierno del Norte’. Contrariamente a lo que se cree el bautismo no está relacionado con la dureza de la competición deportiva.
La cita en Saint Malo
Este viernes la séptima etapa sale de Saint Malo, uno de los principales enclaves turísticos de la vecina Bretaña y otra de las ciudades castigada por la destrucción intramuros de la contienda bélica que asoló Europa hace más de 80 años.
Hoy, los herederos de los supervivientes se encuentran en Normandía y Bretaña sobre una bici, en un combate sin más armas que los pedales y los manillares, en una Europa cada vez más enrarecida, pero que al menos, y en el Tour, sirve para unir el espíritu colectivo del deporte y la pasión.
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