Después del ignominioso episodio protagonizado por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, hacia su homólogo liberiano, Joseph Boakai —cuando el primero elogió al segundo por hablar “buen inglés”, incluso preguntándole con asombro dónde lo había aprendido—, todas las miradas se han posado en este país africano, desconocido para la mayoría del público general. La reunión, en la que participaron los líderes de cinco países africanos —Liberia, Gabón, Guinea-Bisáu, Mauritania y Senegal—, se dio en el marco de negociaciones para explotar recursos naturales, incluidas tierras raras, en línea con los intereses transaccionales de la actual Admnistración estadounidense.
El presidente Boakai respondió que aprendió inglés «en Liberia», idioma oficial del país africano. Bastó la solemnidad de lo obvio para evidenciar el desconocimiento de Trump sobre el mundo del que su país aún es primera potencia. Pero lo sorprendente no termina ahí: la ignorancia de Trump no solo alcanza la historia de Liberia, sino también la de su propio país. Ambos tienen una conexión histórica innegable, hasta el punto de que Liberia fue fundada por antiguos esclavos negros procedentes de Estados Unidos.
Una fundación inusual
En 1847 se proclamó la creación de la República de Liberia, ubicada en la costa oeste de África, y limítrofe con Sierra Leona al noroeste, Costa de Marfil al este y Guinea al norte. La tierra, que entonces no contaba con más de 6.000 habitantes, fue colonizada gradualmente (desde 1822) por américo-liberianos -así se autodenominaban-, personas que, poco antes, habían sido esclavizadas en los campos de algodón del sur estadounidense. Previamente, sus padres y abuelos habían sido secuestrados en África, llevados en barcos negreros y convertidos en mano de obra gratuita para los terratenienetes esclavistas. En ese momento, volvían por fin al continente de sus ancestros.
Contrariamente a lo que se podría pensar, los américo-liberianos recién llegados no hicieron más que replicar la sociedad que conocían, prolongando el orden establecido de servidumbre bajo el cual habían sufrido. Sus acciones, envilecidas por la experiencia de la esclavitud, trataron de convertir a las comunidades indígenas que habitaban el territorio en una nueva clase subordinada. Esta vez, los subyugados de ayer se convertirían en los esclavistas de hoy: amos del Estado recién creado y de sus recursos.
Relación inseparable
Cuando los estadounidenses blancos, a través de la Sociedad Americana de Colonización (ACS), enviaron —a veces mediante la coacción— a aquellos que habían conseguido el estatus de hombres libres a Liberia, su intención no era otra que abordar “el problema” de la presencia de personas negras en Estados Unidos. Con la emigración forzada de afroamericanos liberados, se buscaba disuadir a quienes aún permanecían esclavizados de rebelarse.
Con la proclamación de la república independiente en 1847 -siendo esta la primera nación africana en alcanzar dicho estatus con reconocimiento internacional-, también se fundó su capital: Monrovia. La ciudad recibió su nombre en honor al quinto presidente estadounidense, James Monroe, ferviente defensor de la ACS.
La cultura, los monumentos y las instituciones liberianas tienen una fuerte influencia afroestadounidense. Las calles de la capital llevan nombres de figuras coloniales como el propio Joseph Jenkins Roberts, afroamericano emigrado a Liberia y primer presidente del nuevo país.
Diez de los veintiséis presidentes que ha tenido Liberia nacieron en EEUU, la mayoría de los cuales gobernaron con mano de hierro, excluyendo a la mayoría indígena de toda participación política hasta que un golpe de Estado en 1980 puso fin a su hegemonía, seguido de dos guerras civiles que devastaron el país.
Uno de los presidentes nacidos ya en el país fue George Weah, leyenda del fútbol liberiano y ganador del Balón de Oro en 1995. El deportista fue elegido presidente en 2018 y cumplió su mandato hasta inicios de 2024.
Otra de las características que evidencian el vínculo innegable entre ambos países es la propia bandera liberiana, muy parecida a la estadounidense: cuenta con once franjas rojas y blancas alternadas, además de un cuadrado azul con una estrella blanca.
El «buen inglés» de los liberianos
El dominio político de los nuevos colonos vino de la mano de la imposición del inglés como lengua común, en detrimento de los muchos idiomas que ya se hablaban en el territorio. Hoy, el inglés sigue siendo el único idioma oficial, aunque se mantienen vivas más de dos docenas de lenguas indígenas.
Por eso mismo, no debería sorprender que el conjunto de la población liberiana, incluido el presidente Joseph Boakai, sea anglófona y que incluso conserven un deje “norteamericano” en su acento.
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