Una imagen de la comparecencia de Pedro Sánchez en el Congreso. / José Luis Roca
“¡Tú te has beneficiado a título lucrativo de prostíbulos!”; “¡y tú eres amigo de narcos!”; “¡y tú más!”; “¡y tú muchísimo más”, “y tú muchísimo más, muchísimo más sucio y muchísimo más duro”, “y tú….”. Valga este párrafo exagerado (no mucho) para hacerles una simple descripción de aquello en lo que se ha convertido una parte de la política de este país, en la que ya no cabe esperar ni por asomo un pacto o unas formas aceptables de relacionarse entre quien gobierna y quien le hace oposición. Bien claro quedó en el Pleno del Congreso del pasado miércoles.
¿Cómo hemos llegado a esto? Es cierto que estamos viviendo uno de los momentos más convulsos de la legislatura. Es un momento de excesos que parece invitar a otros excesos verbales. Al PSOE le ha explotado en las manos un gravísimo caso de corrupción que afecta, por el momento, a sus dos últimos secretarios de Organización, José Luis Ábalos y Santos Cerdán –este último está actualmente en prisión- y a Koldo García. Al Gobierno, y por supuesto al partido, le han temblado los cimientos.
El jefe, Pedro Sánchez, ha estado reflexionando sobre si debía marcharse o seguir porque al fin y al cabo él es el responsable de haberlos elegido y de no haberse enterado de que estaban, supuestamente, ejerciendo la corrupción. Y además deshumanizando a mujeres que ejercen la prostitución, en contra de todos los principios que en teoría defienden los socialistas y con los que se habían ganado la confianza de hombres y, sobre todo, de mujeres votantes.
Pese a todo Sánchez continúa en el cargo porque, como también quedó patente en el Parlamento hace unos días, sigue contando con el apoyo de sus socios como poco para salir a jugar una prórroga. Hasta el próximo informe de la UCO, vamos, después ya se verá… pero el ambiente político es irrespirable. Y se va a poner mucho peor, ya les advierto, porque la legislatura sigue gravemente herida y el PP ve una oportunidad de acelerar su regreso al poder. Se ha decido que la lucha sea cuerpo a cuerpo y sin protecciones: la oposición a la ofensiva sin descartar la ofensa y los socialistas respondiendo con todo. Con todo es con-to-do. Ya verán. Porque se tienen ganas y las ganas se sembraron hace tiempo.
Y es que algo se rompió definitivamente entre Sánchez y Alberto Núñez Feijóo (dos dirigentes que nunca han tenido ni la mínima química entre ellos) el día en que decidieron apretar el acelerador en terrenos delicados: uno con respecto al novio de Isabel Díaz Ayuso y sus derivadas y el otro con respecto a la mujer del presidente, Begoña Gómez. Si se pregunta, el uno le echa la culpa al otro de haber apretado primero el pedal para llegar derrapando a una zona complicada de la autopista política, en la que la vida y las emociones personales se mezclan con la profesional y las investigaciones de Hacienda y los tribunales. Complejo cóctel sin duda para gestionarlo con mesura ante la opinión pública y, sobre todo, ante las equipos internos que suelen pedir siempre más y más y más madera para considerar que los jefes de filas están dándolo todo “de verdad”.
El caso es que la relación institucional entre Sánchez y Feijóo (la personal es inexistente) no ha parado de empeorar desde que Sánchez le exigió en las Cortes al líder popular que pidiera la dimisión de Ayuso según se inflamaba la investigación primero fiscal y después judicial en torno a su pareja y su patrimonio y situación tributaria. No ha dejado de enfangarse desde que el presidente del PP, que se decía antaño partidario de no mezclar a “las familias” con el barro de la política, optó por cruzar una línea –según sus argumentos se vio obligado por la realidad y el contexto- y colocó la investigación en torno a Gómez, a la que se acabó sumando la que afecta asimismo al hermano del jefe del Ejecutivo, en los primeros puestos del ‘argumentario’ diario de su partido contra el Gobierno y sus entornos.
Que todas estas investigaciones, y las ramificaciones a las que han dado lugar (la que atañe al Fiscal General del Estado o la que afecta a los negocios del novio de la presidenta de Madrid o de terceros vinculados a él, por ejemplo) sean objeto de foco público y de interés, es lo normal. Lo que queda en manos de los partidos es determinar la crudeza con la que se hace referencia a esos casos y, sobre todo, a los familiares de esos dirigentes políticos. El fondo está ligado con las responsabilidades personales y profesionales de cada cual y de su entorno directo y debe hacérseles frente. La forma ya es otra cuestión. Es una elección. Y la forma acaba pesando. Nos va a acabar pesando –la etapa en la que se saca a colación los supuestos ¿burdeles? de la familia de uno o las polémicas vacaciones del otro con narcotraficantes no ha hecho más que comenzar- y algunos, esos justamente en los que usted está pensando, van a acabar pescando nuevos adeptos en la desafección social, en la pereza y en la decepción. Después nos lamentaremos de habernos centrados en las (malas) formas en vez de en los debates de altura sobre los fondos, incluso cuando son oscuros y toca arrojar luz sobre ellos, le pese a quien le pese.