Pedro Sánchez, «capitán del barco» que naufraga, ha decidido impartir cursos de navegación para enseñarnos cómo se combate a los corruptos. Para él, lo suyo son solo tres golfos. No es así, pero aunque lo fuera el problema es que se trata de los golfos que le acompañaban en el Peugeot con el que recorrió España para reagrupar al socialismo en torno a su figura. Dos de ellos nombrados por él mismo para desempeñar las mayores funciones dentro del partido y consecuentemente dos hombres de su máxima confianza, tanto dentro del PSOE como del Gobierno. En el caso de Santos Cerdán, el muñidor de los acuerdos con los nacionalistas e independentistas que le permitieron salir investido. ¿Alguien a estas alturas con un mínimo de cerebro puede creerse que no sabía nada de lo que estaban haciendo y que todo ocurría a sus espaldas? Solo pido que no nos traten como si fuéramos idiotas. Si no se enteraba, la responsabilidad, nadie lo puede negar, existe abrumadoramente. Tampoco es creíble que estuviera al margen de los comportamientos machistas, los comentarios zafios sobre las mujeres, y hasta de lo puteros que eran sus directos colaboradores. O que no le hubiera llegado siquiera el rumor de que uno de los que lo acompañaron en esa primera hora se trataba de un acosador teniéndolo como lo tenía cerca de él en la Moncloa.
Feijóo, ayer, pinchó en el núcleo familiar para reprocharle los vínculos con los prostíbulos del suegro. Muchos se pueden estar haciendo cruces por ello, pero no resulta descabellado que el portavoz de la oposición, por utilizar un símil futbolístico, acuda a rematar un balón que le ponen a placer después de que Sánchez, además de erigirse en azote de los corruptos, reivindicase a la vez la lucha contra la prostitución dentro del partido.
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