Ana Belén.
Ana Belén no necesita apellidos para que la reconozcan. Es la artista que ha hecho de la autenticidad con causas y del compromiso sin pausas una seña de identidad a tiempo completo. ‘Vengo con los ojos nuevos‘, su primer disco tras siete años alejada de los estudios de grabación, es una declaración de intenciones: aquí estoy, aquí vuelvo, y soy la misma pero distinta. Lo dejó bien claro en su reciente y memorable concierto de las Noches del Botánico madrileñas. Idéntica mirada con la vista limpia y penetrante de quien conserva intacta la capacidad para ilusionarse y conectar con todos. Una mirada engarzada a la de aquella niña que en 1965 se convirtió en actriz prodigio con la película Zampo y yo, importante más que nada porque se quedó con el nombre de la protagonista.
Sus 74 años habitan en un estribillo de amistades irrompibles, desafíos que pasan de un género a otro (comedia, drama, musical, ¡presentar los Goya!), entrega absoluta a su familia (su marido, Víctor Manuel, inseparable en todos los sentidos desde 1972, a ver quién mejora eso en el mundo del espectáculo, y sus hijos Marina y David) y convicciones políticas progresistas sin mordazas: si hay que criticar la actual situación del partido socialista se hace. Porque las siglas no pueden ser grilletes.
Alguien como Ana Belén puede permitirse el lujo de no renunciar a la sinceridad. Y, también, de apartar el cáliz tentador de la nostalgia. Por eso viene con ojos nuevos para no perder compás en tiempos tan propicios para el desconcierto desafinado. María del Pilar Cuesta Acosta (Madrid, 27 de mayo de 1951), tiene tatuados en su memoria los recuerdos de nada menos que (aproximadamente) cuarenta películas, treinta obras de teatro y más de treinta y cinco discos.
Su origen está en un barrio que imprime carácter (Lavapiés). Ana Belén (Pili en aquella época) creció en un hogar en el que se respiraba una cultura de esfuerzo y tesón. También de no aceptar la rendición como un camino a seguir. Pili encontró en la música una vida de escape, un lenguaje con el que canalizar ilusiones y talentos. No había tiempo que perder y pronto se ganó el respeto y la admiración ante un despliegue de cualidades que enamoró en la radio y en la gran pantalla.
Estaba claro que el papel de niña prodigio le quedaba pequeño, y ella se apresuró a disipar cualquier duda con elecciones arriesgadas de papeles que le exigían romper moldes, modificar las expectativas más convencionales. Todo aquello de ‘la novia de España’ y ‘la musa de la Transición’ eran etiquetas que no iban con ella.
Ya no era la pequeña Pili sino una gran Ana Belén enfrentada a personajes que se escapaban de los corsés / cadenas de una España aún intimidada por los estertores del franquismo. Las mujeres a las que daba vida no eran seres previsibles, acartonados o pusilánimes. Eran complejos, con aristas y pliegues que rompían costuras y ponían en aprietos a las mentes bien pensantes con las declaraciones de amor extremo, la ebullición de deseos carnales sin mesura, la irrupción del dolor o los agobios de la mordaza social.
Películas como El amor del capitán Brando, Españolas en París, La petición, La oscura historia de la prima Montse, Cuentos eróticos o Tormento fueron todo un aldabonazo. El cine, además, fue lo que echó a rodar su romance inextinguible con Víctor Manuel gracias a títulos como Morbo y Al diablo con amor, del asturiano Gonzalo Suárez. Siempre ha recordado que fue ella la que tuvo que declararse al cantautor mierense, una de las mejores decisiones de su vida porque desde entonces protagonizaron una historia de compromiso que huye de las palpitaciones de la prensa del corazón y lleva con normalidad una convivencia nada empalagosa, con un sentido del amor y del humor muy astur-madrileño. Y agrandó su prestigio gracias a la pequeña pantalla en la memorable serie Fortunata y Jacinta.
Ana Belén exhibió su talento sin sobreactuaciones ni claudicaciones a los señuelos más comerciales. Se atrevió con el teatro más exigente (Lorca, Brecht, Shakespeare…) con una demostración permanente de dominio de la técnica y de alianza con la intuición. El resultado: los personajes pasaban a ser personas habitadas por una mujer que lo daba todo en cada función. Furia y sensibilidad al por mayor.
Como cantante, Ana Belén se mantuvo en sus trece con discos que no admitían los peajes que conducen a autopistas de éxito rápidas y efímeras. Con Víctor Manuel, Serrat o Miguel Ríos compartió giras inolvidables en las que el público recitaba de memoria España camisa blanca de mi esperanza, Contamíname o La puerta de Alcalá, Sólo le pido a Dios, Yo también nací en el 53, Desde mi libertad o El hombre del piano. ¿Recuerdan? Mírala, mírala, mírala…