A la amenaza de unos aranceles potencialmente devastadores ha reaccionado Asia con compostura, sosiego y escasos lamentos, probablemente porque conoce ya el paño. Es ya sabida la estrategia de Trump de buscar una posición de fuerza y retirar el órdago en el último suspiro, lo que se ha bautizado como TACO (acrónimo en inglés de «Trump siempre se acobarda»). Y, en cualquier caso, se saben los gobiernos asiáticos mejor colocados para negociar que en aquel ya lejano «Día de la Liberación» que inició la tormenta arancelaria.
Una ola de cartas recibieron ayer 14 países, casi todos asiáticos, comunicando que el 1 de agosto levantará Trump un nuevo muro comercial si no han firmado antes un acuerdo. Ese masivo envío de modelos de cartas idénticas a líderes globales acerca a la Casa Blanca a las compañías telefónicas y bancos. A la innovación diplomática no le vio la gracia Itsunori Onodera, capitoste del Partido Liberal Democrático de Japón. «Es inaceptable y extremadamente grosero enviar solo una carta a una nación amiga», ha denunciado el martes. Los nuevos aranceles «recíprocos» de Trump hacia su país y Corea del Sur llegan al 25 %.
«Verdaderamente lamentable», ha expuesto el primer ministro, Shigeru Ishiba, aunque rápidamente ha pedido calma. «Continuaremos negociando con Estados Unidos para explorar la posibilidad de alcanzar un acuerdo mutuamente beneficioso que proteja nuestros intereses nacionales», ha continuado. Japón sufre también los aranceles sectoriales, especialmente los aplicados a los automóviles, que suponen más de la cuarta parte de las exportaciones a Estados Unidos. Tokio ha pedido a Trump que los levante a cambio de incrementar las inversiones bilaterales pero este se ha negado aludiendo al desequilibrio comercial mastodóntico. Fueron 60.000 millones de dólares el pasado año, según datos de aduanas.
Asia se lanza a continuar las negociaciones tras la prórroga y la nueva tanda de aranceles / c
Japón y Corea del Sur, sin prisa
Japón se apresuró meses atrás a pedir audiencia a Trump para alcanzar un acuerdo. Aquella urgencia se ha desvanecido, sus negociadores han cancelado reuniones y se preparan para un largo camino. Tampoco Corea del Sur parece apremiada, señala Ramón Pacheco, profesor de Relaciones Internacionales del King College y experto en Extremo Oriente. «Ambas se asustaron cuando vieron el acuerdo que firmó Trump con el Reino Unido, sin fechas concretas ni mínimos, porque obliga a una negociación continua. Quieren algo más completo, que incluya los aranceles pero también las inversiones, el coste de las tropas estadounidenses en su territorio, las restricciones a la exportación de semiconductores y otros productos de tecnología de última generación hacia China…», explica.
El presidente surcoreano, Lee Jae-myung, convocó de urgencia a su Gobierno tan pronto recibió la carta. Los aranceles estadounidenses han castigado una economía volcada en la exportación. Los beneficios de Samsung, el mayor conglomerado nacional, cayeron un 56 % en el segundo trimestre respecto al pasado año, mientras los de LG Electronics, otro gigante, se recortaron un 46%.
Seúl, al igual que Tokyo, ha reivindicado su condición de aliado para solicitarle un trato de favor a Washington. Lee ha admitido la falta de avances y su principal negociador, Kim Yong-beom, ha recordado que la protección de los intereses nacionales es más relevante que un acuerdo rápido. Lee disfruta de una posición holgada tras su aplastante victoria electoral y ha prometido recuperar el equilibrio entre Pekín y Washington que los conservadores habían dinamitado. Fue una tragedia para Trump que Yoon Suk Yeol, el anterior presidente, se inmolara con aquel estrambótico autogolpe de diciembre.
Del pánico a la confianza
El nerviosismo que lindaba con el pánico del «Día de la Liberación» ha dejado paso a la confianza. Por un lado, China ya demostró que resistirle a Trump da sus frutos y, por el otro, a este se le intuye inquieto por el balance: aquella oleada de líderes que «querían besarle el culo», según definió, sólo ha cristalizado en acuerdos con Vietnam y el Reino Unido y algo bastante abstracto y frágil con China.
Es legítimo preguntarse si ese horizonte de tres semanas presiona más a Trump o a los gobiernos asiáticos. Pacheco enumera tres razones que explican la renovada beligerancia. «Primero, por la política interna. Corea del Sur tiene nuevo presidente y Japón celebrará pronto unas elecciones en las que Ishiba no puede presentarse con un acuerdo con muchas concesiones y sin nada a cambio. Segundo, los dos se han dado cuenta de que, aunque se pongan duros, Estados Unidos seguirá negociando porque le interesa un acuerdo, no solo económico sino militar y tecnológico. Y tercero, porque Trump no ha alcanzado casi ningún acuerdo aún y Japón y Corea del Sur son los candidatos principales», razona.
También las misivas llegaron hasta el sudeste asiático. La zona volvió a ser la más castigada porque Trump quiere embridar las inversiones chinas y que Pekín la utilice como trampolín de sus exportaciones: Malasia, con aranceles del 25 %; Indonesia, del 32 %; Tailandia, del 36 %; Laos, del 40%… Algunos gobiernos enfrascados en áridas negociaciones con Washington aireaban hoy su frustración. «No han considerado nuestra última propuesta», ha lamentado el ministro de Finanzas tailandés, Pichai Chunhavajira, quien se reconocía «algo impactado» por ese 36 %. La última andanada de Trump ha revelado como inútiles los esfuerzos: los gobiernos que nunca acudieron a la llamada de Washington han recibido similares cargas.
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