Hay frases que se te quedan grabadas, aunque no quieras. Me viene a la memoria aquella que soltó un dirigente —de cuyo nombre no quiero acordarme— con una convicción inquietante: “Tensión, tensión es lo que necesitamos…”.
Y sí, tensión es justo lo que parece sobrar últimamente.
Vivimos tiempos marcados por la polarización, por una sociedad cada vez más dividida, donde el enfrentamiento parece moneda corriente. Una crispación que, en gran medida, es alimentada desde arriba. Desde esos sillones de poder donde algunos entienden que mantenernos enfrentados es la mejor forma de conservar su statu quo.
Y mientras tanto, aquí abajo, los ciudadanos nos encontramos “peleados” por cuestiones que, en el fondo, solo benefician a unos pocos.
Pero entonces, como un contrapeso emocional, me asalta otra frase. Esta vez, cantada por José Luis Campuzano “Sherpa” en una canción de Barón Rojo titulada Los chicos del rock:
“Pero hay algo que los une, los distingue: la pasión por el heavy rock…”.
Y entiéndase heavy rock como música, como cultura, como espacio compartido.
Ayer mismo tuve la oportunidad de fotografiar un festival en Santiago. El cartel era de lo más ecléctico: desde Imelda May hasta Maná, con una parada obligada en The Darkness. Una mezcla imposible sobre el papel, pero que en la práctica funcionaba a la perfección.
El público oscilaba entre el soul, el pop y el rock. Personas de distintas edades, estilos y gustos, todas allí, disfrutando de la música. Escuchando con respeto, bailando, cantando… aunque probablemente no siguieran a algunos de esos artistas ni en Spotify, mucho menos fueran a comprarse un disco.
Y entonces lo piensas: eso que algunos llaman “el poder de la música” quizá sea más real de lo que parece. Ese algo intangible que nos iguala, nos atraviesa, nos une. Porque la música —la de verdad— no tiene ideología, ni edad, ni estatus.
Es, en definitiva, un refugio común.
Y me queda la sensación de que, pese a todo, si uno se detiene a mirar con atención, a rascar un poco la superficie, hay muchas más cosas que nos unen que las que nos separan. Cosas que están muy lejos del ruido político, de los intereses de esa élite que parece alimentarse de nuestra división.
Tal vez ahí esté la clave: en encontrar esos puntos de encuentro que aún resisten. Como la música. Como el arte. Como las ganas de vivir algo juntos, aunque pensemos distinto.