El final bíblico se aproxima, suenan las trompetas del apocalipsis para el sanchismo, cuyo titular rasca la lira imperial mientras el fuego consume en pavesas un partido hecho trizas. Se suceden las plagas dentro del PSOE, al que los príncipes se le vuelven ranas y le merodean los tábanos y las moscas de tanto apelar al hombre del saco. A la lluvia de fuego, que ha convertido Ferraz en ceniza política, le sucede la desaparición de los primogénitos, defenestrados fuera por incómodos o por trincones, pues nadie osa hacer sombra al faraón, que exige de sus súbditos entrega absoluta y unánime veneración. Como en el antiguo Egipto castigado por la divinidad judía, sobreviene la oscuridad absoluta, una nube espesa que impide divisar otra realidad que no sea la de las encuestas amañadas de Tezanos.
Después de las tres negaciones de Pedro -que ni conoce, ni reconoce, a Cerdán, a Ábalos ni a Koldo-; ahora que el mandamás ha caído de los caballos al ralentí del Peugeot, las históricas siglas han trocado en un emoticón de caritas de espanto. En busca de un cambio de dirección que le allane la tortuosa travesía, el amado líder da un nuevo volantazo y a las primeras de cambio se le gripa el motor: otro de sus allegados, Paco Salazar, se ve obligado a dimitir por las denuncias de acoso y «lenguaje impropio» de sus propias compañeras de partido. Puede que la próxima remodelación del Gobierno la haga un juez instructor. Lo de esta gente ya no es política: más bien parece un tratado de escatología.
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