Disfrutaban la UE y China de su idilio, engrasado por la atrabiliaria política de Trump, cuando las viejas rencillas comerciales y geopolíticas han arruinado la convivencia. Ucrania y los aranceles confabulan contra la esperadísima cumbre bilateral de finales de julio que debía sentar las bases de un entendimiento duradero. En apenas dos días se han amontonado los indicios inquietantes.
Ahora quiere rebajarle China a esa cumbre uno de los dos días planeados. Estaba previsto que la presidenta del Consejo, Ursula von der Leyen, y el del Consejo, Antonio Costa, hablaran en Pekín con el líder chino, Xi Jinping, y el primer ministro, Li Qiang, sobre las grandes cuestiones geopolíticas y económicas. Esa jornada sigue en pie pero China ha cancelado el viaje a Hefei, capital provincial de Hebei, centrado en los negocios. El destino no es casual. Hefei era una ciudad anodina y hoy simboliza la prosperidad tecnológica china tras una agresiva política de inversiones. Ahí tienen sus sedes y fábricas muchos de los fabricantes de coches eléctricos y baterías castigados por los aranceles europeos. Los acusa Bruselas de aprovechar los subsidios para enviar a Europa su sobreproducción con precios que laminan la industria local. Para China no es más que el comercio de toda la vida.
Xi Jinping, presidente de China / Europa Press/Contacto/Wang Zhuangfei
No es descartable que a China le moviera el orgullo herido. Bruselas ya canceló el mes pasado un foro digital y el Diálogo de Comercio, pensados para preparar la cumbre de julio, como castigo a la falta de progresos. A los problemas estructurales (barreras en el mercado chino a la competencia extranjera, sobreproducción…) se ha sumado en las últimas semanas las escaseces de tierras raras que la industria europea necesita con urgencia. La UE es una víctima colateral de la guerra comercial con Estados Unidos, ya en aparentes vías de solución.
Varapalo al coñac
No parece casual que China desvelara el viernes el resultado de su larguísima investigación sobre el brandy o coñac europeo tras haberlo pospuesto en dos ocasiones. Lo gravará con tasas que oscilan entre el 27,7 % y el 34,9 % tras concluir que la competencia desleal (dumping) de los productores europeos amenazan a los nacionales. Las mayores firmas (Martell, Hennessy o Remy Martin) han quedado exoneradas porque ya habían pactado un precio mínimo de venta con Pekín.
La investigación fue anunciada pocos días después de que Bruselas, con la entusiasta campaña de París y Madrid, aprobara aranceles del 45 % a los coches eléctricos chinos. El castigo fue dirigido hacia sus instigadores. Francia es el máximo productor de coñac y los aranceles temporales ya derrumbaron sus exportaciones a China en un 70 %. También abrió una investigación al porcino con efectos devastadores para España si prospera. La decisión sobre el coñac no permite el optimismo.
Estos movimientos coinciden con la gira del ministro de Exteriores chino, Wang Yi, por Bruselas, Alemania y Francia. Los comunicados oficiales tras su reunión con su homóloga europea, Kaja Kallas, discurrieron por caminos trillados: la sugerencia de Wang de resolver las diferencias con el diálogo y los lamentos de Kallas por las injustas prácticas comerciales chinas y su presunto apoyo a Moscú en la guerra en Ucrania.

Trump anuncia un acuerdo comercial con China y dice que hay otro «en camino, con India» / Europa Press
China, objetivo último de EEUU
La reunión fue más enjundiosa si atendemos a lo filtrado por fuentes europeas al diario ‘South China Morning Post’. Asegura el matutino hongkonés que los presentes quedaron desconcertados cuando Wang les desveló que China no quería una derrota rusa porque Estados Unidos concentraría su atención hacia ella. El argumento no es sorprendente: se sabe China el objetivo último de Washington y cualquier distracción, ya sea Ucrania u Oriente Próximo, es bienvenida. También negó Wang que hayan prestado ninguna ayuda a las tropas rusas. Pero no esperaban los europeos esa franqueza de Wang, representante de la prudente diplomacia china, ni lo que percibieron como «lecciones y sermones de Historia».
Persiste el miedo en China a que tanto galanteo no dé más que para un romance efímero. Teme, en concreto, un acuerdo comercial de la UE y Trump con cláusulas parecidas a las firmadas por Londres sobre seguridad de las cadenas de suministro y controles a la exportación que vulneren los intereses chinos. Algo se ha torcido desde que Pedro Sánchez afirmase tres meses atrás en Pekín, cuando tronaban los indiscriminados cañonazos arancelarios de Trump, que China era «un socio de la UE» y olvidase las categorías oficiales de «competidor y rival sistémico».