Está en juego nuestro pueblo

La sucesión del Dalái Lama se ha convertido en el nuevo campo de batalla entre el liderazgo espiritual tibetano y el régimen chino. A sus 89 años, el líder religioso prepara el terreno para anunciar cómo y dónde deberá encontrarse a su reencarnación, con el objetivo de impedir que el Partido Comunista Chino imponga su propio candidato, como ya hizo con el Panchen Lama. La pugna no solo pone en juego el futuro del budismo tibetano, sino también el control cultural y geopolítico de una de las regiones más sensibles de Asia.

Desde 2007, el Gobierno chino sostiene que todas las reencarnaciones de altos lamas tibetanos deben contar con su aprobación formal. Este control se ejerce a través de un sistema introducido por decreto, conocido como la «licencia de reencarnación», y un mecanismo ritual denominado «urna de oro», instaurado por la dinastía Qing en el siglo XVIII. Según esta lógica, incluso el próximo Dalái Lama debe nacer en territorio controlado por China, someterse a un sorteo ceremonial y recibir la bendición final de Pekín. Sin ese sello, cualquier otro candidato sería considerado ilegítimo. Actualmente, China exige que el actual Dalái Lama reconozca explícitamente y de forma pública que el Tíbet e incluso Taiwán- son parte inalienable del territorio chino para poder regresar a su país, una condición que ha rechazado categóricamente.

El actual Dalái Lama, Tenzin Gyatso, que cumplirá 90 años el próximo 6 de julio, confirmó este miércoles que la institución espiritual que encarna desde hace más de seis siglos continuará después de su muerte. Su declaración disipa los temores de muchos tibetanos que veían con inquietud un futuro sin guía religiosa. Exiliado en India desde 1959, tras huir de la represión militar china que siguió al levantamiento de Lhasa, el 14º Dalái Lama se ha convertido en la figura más reconocida internacionalmente del movimiento tibetano. En 2011, renunció formalmente a su papel político y transfirió esa responsabilidad a un gobierno en el exilio, elegido democráticamente por una diáspora de más de 130.000 tibetanos.

El precedente más inquietante para el budismo tibetano lo representa el caso del Panchen Lama, la segunda figura religiosa en importancia. En 1995, poco después de que el Dalái Lama reconociera como tal a un niño de seis años, Gedhun Choekyi Nyima, las autoridades chinas lo secuestraron y, desde entonces, permanece desaparecido. Pekín impuso en su lugar a Gyaltsen Norbu, un joven afín al régimen, que hoy ocupa cargos oficiales como la vicepresidencia de la Asociación Budista de China. Este episodio marcó un punto de inflexión: desde entonces, el riesgo de una fractura religiosa planea sobre el Tíbet. Si se repite el escenario con el Dalái Lama, con un candidato legítimo reconocido por el exilio y otro designado por el Partido Comunista, se abriría un periodo de confusión y división espiritual profunda, sobre todo para los tibetanos que viven bajo control chino.

«La sucesión del Dalái Lama es absolutamente crucial no solo para el budismo tibetano, sino para la identidad del pueblo tibetano en su conjunto», advierte Tenzin Dawa, directora del Centro Tibetano para los Derechos Humanos y la Democracia, en exclusiva para EL ESPAÑOL. El líder espiritual ha dejado claro que su reencarnación podría producirse fuera de China, probablemente en la India o en otro país libre, en un gesto de desafío directo a Pekín, que insiste en que solo reconocerá a un sucesor aprobado por el Partido Comunista. El choque es frontal: el exilio tibetano defiende una continuidad espiritual libre de injerencias, mientras China ya prepara el terreno para imponer su propio «Dalái Lama oficial», tal como hizo en 1995 con el Panchen Lama.


Una fotografía del líder espiritual tibetano , el Dalai Lama, se exhibe cerca de Tsuglagkhang.

Reuters

«El budismo tibetano forma parte de nuestra identidad social, cultural y política, y a lo largo de los años, el Partido Comunista Chino ha buscado sistemáticamente controlarlo y suprimirlo restringiendo severamente la libertad religiosa dentro del Tíbet», asegura Tenzin Dawa. «Al anunciar que su sucesor nacerá en un país libre, Su Santidad está tomando una postura consciente contra la injerencia autoritaria: esta decisión es un desafío directo a los esfuerzos continuos de China por convertir una tradición espiritual venerada en una herramienta política. La cuestión de la sucesión debe permanecer en manos del pueblo tibetano y sus líderes religiosos, libres de control estatal y de coacción externa», subraya la dirigente del Centro Tibetano para los Derechos Humanos y la Democracia.

Dawa explica que horas después del anuncio de Su Santidad el Dalai Lama el 2 de julio, en el que afirmaba la continuidad de la institución del Dalái Lama, el Ministerio de Asuntos Exteriores de China rechazó rápidamente la declaración, insistiendo en que la reencarnación debe seguir los llamados ‘procedimientos internos’ y recibir la aprobación del gobierno central. «Para un partido gobernante que se adhiere al ateísmo de Estado mientras busca dominar las tradiciones religiosas, su insistencia en controlar la tradición espiritual de la reencarnación del Dalái Lama resulta profundamente irónica», afirma con sarcasmo.

Herramienta de propaganda china

El rechazo de la declaración del Dalái por parte del gobierno chino deja algo muy claro para Dawa: China tiene la intención de designar su propia versión del próximo Dalái Lama. Según ésta, esta figura «será utilizada como la mayor herramienta de propaganda de la nación para legitimar su gobierno, acelerar la sinización del budismo tibetano y erosionar la agencia cultural y política del pueblo tibetano». «Considerando los acontecimientos pasados y la probada capacidad de China para distorsionar narrativas religiosas e históricas y alterar los procesos religiosos tradicionales -especialmente a través del secuestro de Gedhun Choekyi Nyima y el nombramiento de Gyaltsen Norbu como Panchen Lama- no sería una sorpresa que China nombrara su propia versión del próximo Dalái Lama», afirma Dawa.

A pesar de las injerencias chinas, como ocurrió con el Panchen Lama, la comunidad tibetana solo reconocerá la reencarnación identificada y aceptada por el Gaden Phodrang Trust, la institución oficial que representa al 14º Dalái Lama. «Su Santidad ha dejado absolutamente claro en su anuncio más reciente que solo el Gaden Phodrang Trust, venerado por los tibetanos, tiene la autoridad legítima para decidir sobre su sucesión, y que ningún gobierno extranjero ni institución externa tiene voz en este asunto», subraya la activista.

Si bien el hecho que hubiera un Dalái Lama nombrado por el gobierno comunista de Pekín no tendría legitimidad alguna para los tibetanos que viven fuera de las fronteras chinas y para el resto de la comunidad internacional, sí podría afectar muy profundamente a los que siguen viviendo en el país. “Las consecuencias podrían ser graves para los tibetanos dentro del Tíbet, quienes se verán obligados a respaldar públicamente a la figura designada por China bajo presión y vigilancia”, reconoce Dawa.

Para países vecinos como la India, esta sucesión tiene una gran importancia tanto en el ámbito geopolítico como el cultural. «El tema se cruza directamente con los intereses de seguridad nacional de la India y su tensa relación fronteriza con China, «particularmente en Arunachal Pradesh, una región que Pekín reclama como parte de su territorio: en el pasado, las visitas a Arunachal Pradesh han provocado respuestas hostiles por parte del gobierno chino, lo que demuestra el peso diplomático que la institución del Dalái Lama tiene en la dinámica interregional», asegura la activista.

«La India también ha sido hogar de miles de refugiados tibetanos desde la ocupación china del Tíbet y la comunidad tibetana en el exilio en la India brinda a este país una ventaja diplomática frente a la creciente influencia de China en el Himalaya«. «Al continuar ofreciendo refugio y apoyo al Dalái Lama y al gobierno tibetano en el exilio, la India reafirma su postura a favor de los valores democráticos, la libertad espiritual y el equilibrio regional de poder», asegura Dawa.

«Para la comunidad internacional, este es un momento para oponerse al intervencionismo autoritario en asuntos de libertad cultural y espiritual», reflexiona. «La respuesta global debe incluir un rechazo claro a la injerencia de China en la sucesión del Dalai Lama, un asunto que solo pertenece al pueblo tibetano», afirma Dawa. «Las naciones comprometidas con la libertad religiosa y los derechos humanos deberían reconocer la reencarnación identificada por el Gaden Phodrang Trust, apoyando el derecho del pueblo tibetano a la autodeterminación, incluyendo la preservación de sus intereses espirituales, culturales y nacionales», concluye.

Así, más allá del plano espiritual, lo que realmente está en juego es la legitimidad cultural e incluso política de todo un pueblo frente al aparato de un Estado que busca reescribir las reglas de un proceso sagrado tibetano. Mientras el actual Dalái Lama apura sus últimos años de vida pública entre enseñanzas, encuentros internacionales y gestos de conciliación, Pekín parece acelerar la maquinaria institucional para asegurarse de que la próxima figura simbólica del budismo tibetano responda casi exclusivamente a los intereses del Partido que a los principios del Dharma.

La sucesión del Dalái Lama, por tanto, no será solo un asunto interno del exilio tibetano, ni un mero protocolo religioso: será una prueba para la comunidad internacional sobre hasta qué punto está dispuesta a defender la libertad religiosa, la identidad de los pueblos sin Estado y los límites del autoritarismo chino en la arena global. En esta partida de ajedrez silenciosa, cada movimiento cuenta.

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